B018, la vanguardista discoteca pensada para no durar que ha sobrevivido a la explosión de Beirut

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En el audiovisual dan mucho juego porque son la manera más fácil de juntar a dos personajes en un espacio pequeño que cabe en un mismo plano y obligarlas a pasar un tiempo limitado juntas. En la vida diaria, no son muy distintos –aunque poca gente puede decir que haya protagonizado una escena como la de Ryan Gosling y Carey Mulligan en Drive dentro de un elevador–. Los ascensores quedan en un espacio indefinido, híbrido, entre lo público y lo privado, son casa pero también pueden señalar un territorio hostil. Y, seguramente, nunca habíamos sido tan conscientes de ello como este año. Resulta casi imposible ahora tomar un ascensor con un no-cohabitante y no preguntarse de dónde vendrá, si se lavará mucho las manos o si se ha tomado la temperatura esa mañana. Antes daba miedo tener que dar conversación inane, ahora que alguien tosa y se desencadene el pánico.
Quién más, quién menos ha leído noticias como la de la mujer asintomática que subió a un ascensor y desencadenó el contagio de 71 personas con coronavirus. Al parecer, ocurrió en marzo en la provincia china de Hilongjiang. Una estadounidense que cargaba el virus sin saberlo, pasó un minuto en el montacargas de un edificio. Un vecino que ni siquiera coincidió con ella se contagió y éste se lo pasó a 70 personas. Los investigadores llegaron a esa conclusión porque el virus mostraba una secuencia genética diferente a la que circular en China en ese momento y la investigación acabó determinando que la paciente debió contaminar el ascensor.

Nadie podía imaginar lo que iba a hacer segundos después Ryan Gosling.

En general, se cree que existe riesgo si no se mantiene la distancia de seguridad o la higiene, ya que el virus permanece en las superficies durante algunas horas. Un experto en control de polución en edificios, Richard Corsi, hizo un estudio informal (no lo ha publicado aun en una revista científica pero habló de él en su cuenta de Twitter y en una entrevista en The New York Times) para ver qué pasaba si una persona infectada viaja al décimo piso de un edificio y el ascensor retorna después al primero. La persona sana que lo coge después estaba expuesta, según su estudio, al 25% de la carga viral del primero.
Cuando todo esto pase, los ascensores volverán a sencillamente un espacio lleno de posibilidades arquitectónicas y narrativas. Esperando que llegue ese momento, aquí va un homenaje a algunos de los ascensores más interesantes de la realidad pero también de la ficción.
La silla voladora de los Borbones
La historia de la ingeniería civil debe algunos de sus hallazgos a la pereza suprema de monarcas que buscaban incrementar su comodidad. Es el caso también de uno de los primeros ascensores, llamado la “silla voladora”. El arquitecto Gaetano Genovese lo instaló en el Palacio Real de Caserta en 1839, a petición de Fernando II de Borbón. Era una proeza técnica adelantada a su tiempo, se operaba a mano y la tracción se controlaba sin ningún esfuerzo por parte de los ocupantes gracias a un motor mecánico. Por dentro, era como un pequeño gabinete de madera de castaño y arce, con dos banquitos y una lámpara.
El ascensor ¿racista? de Lost in Translation

Metáfora de la alienación corporativa o simplemente racismo. Bill Murray rodeado de ejecutivos japoneses en ‘Lost in translation’.

El 60% de los fotogramas de la película de Sofia Coppola parecen diseñados para funcionar aislados, como postales del nuevo milenio. Una de las más conocidas, buscadamente icónica, es la de Bill Murray en el ascensor del Park Hyatt, un espacio importante dentro de la película, vestido de Helmut Lang, con cara de hastío de millonario y rodeado de hombres japoneses a los les saca una cabeza. Todos ellos visten trajes grises y la mayoría están calvos y llevan gafas, una masa de seres idénticos y anodinos. La intención es enfatizar la diferencia y la alienación de un occidental en Tokio. Ya cuando se estrenó la película en 2003, el grupo Asian Mediawatch alertó de que Coppola deshumanizaba a los japoneses “al retratarlos como una colección de estereotipos superficiales a los que se trata con desdén y desprecio”. Pero vista con el paso de los años es fácil detectar las escenas que no han envejecido bien por este motivo, como la de la prostituta que pronuncia “rip” (rasga) como “lip” (labio) cuando va a la habitación de Murray
Atracciones turísticas
Hubo un momento, a principios de siglo XX, en que no había nada más excitante que construirse un ascensor público. Todo el mundo quería uno. De esa época data el elevador de Santa Justa (1902) en Lisboa, una maquinaria en hierro forjado de estilo neogótico que da acceso a una de las mejores vistas sobre la ciudad. También el espectacular Hammetschwand (1905), en los Alpes suizos. La estructura permite contemplar las montañas y el lago Lucerna. Les precede Lacerda, en Bahía. Fue el primer ascensor que se construyó en Brasil, en 1873, en estilo Art Deco, y de noche se ilumina.

El Atomium de Bruselas, lo amas o lo odias. Subes o bajas. Getty Images

Futurismo en el Atomium
Como un juguete gigante de la Era Atómica, Bélgica erigió el Atomium para utilizarlo solo durante seis meses, como el pabellón principal de la Expo 58. Los críticos lo detestaron. Sibyl Moholy-Nagi dijo de él que era “trope, vacío y patéticamente deslazado de las fuerzas visibles que podrían ser el fin de todos nosotros”, refiriéndose a la tensión nuclear de la Guerra Fría. Ah, pero a la mayor parte de los ciudadanos les encantó y Bruselas quiso conservar para siempre esa especie de escultura habitable. Uno de los motivos que hacía del Atomium tan excitante es que tenía el que en ese momento era el ascensor más rápido del mundo, y también uno de los más divertidos. El techo es transparente y el tubo por el que asciende la cabina se ilumina. Como para desmontarlo.
El ascensor de Willy Wonka
Roald Dahl inventó para la fábrica de chocolate de Willy Wonka un ascensor que no solo va arriba y abajo, también de lado a lado y en diagonal. De hecho, Charlie y la fábrica de chocolate tiene una secuela menos conocida, Charlie y el ascensor de cristal en la que el ascensor sale de órbita y llega al espacio. Taika Waititi la está adaptando para Netflix. En 2017, el conglomerado ThyssenKrupp introdujo el Multi, un ascensor sin cuerdas que también es capaz de moverse en todas las direcciones.

Jack y Shirley en lo que vendría siendo ‘la película’.

Shirley MacLaine, operadora
“No me importaría coger el ascensor lento para ir con ella”, dice un compañero de oficina de Jack Lemmon en El apartamento, el mismo que no le soba el culo a Shirley McLaine, la operadora más dulce del edificio, cada vez que sale del cubículo. Billy Wilder hace un uso magistral del ascensor en varias escenas de la película, entre ellas esa introductoria. Pero ninguna como cuando Baxter (Lemmon) y Fran Kubelik (MacLaine) hacen un brindis navideño con tazas de papel de la máquina de café, ella dentro del elevador, él fuera. Baxter prácticamente se declara a su compañera pero las puertas se cierran antes de que podamos ver la reacción de Kubelik.
¿Con quién quedarías atrapado?
Es una clásica pregunta de juego de sobremesa: ¿con quién no te importaría quedarte atrapado dentro de un ascensor? Nora Ephron utilizó ese recurso en el guión de su comedia romántica Tienes un e-mail y dejó encerrados a cuatro personajes en un montacargas a causa de una avería: el protagonista masculino, Joe Fox (Tom Hanks), heredero millonario de buen corazón, su novia, la editora neurótica Patricia (Parker Posey), el ascensorista Charlie al que interpreta Michael Badalucco y una escritora, Veronica Grant (Deborah Rush) con un chihuahua. Que, por cierto, era Lucy, el chihuahua de Nora Ephron. Cuando ya llevan un buen rato atrapados, se ponen a hablar de “qué harán si alguna vez salen de ahí”. Grant dice que volverá a hablar con su madre, Charlie que se casará con su novia Oreet. Ha decidido que la ama ¿Y Patricia? Se operará de miopía con laser. En ese momento, Fox se da cuetna de que no la ama y decide dejarla, y así el guión le deja pista libre para cortejar a Kathleen Kelly /Meg Ryan.
El del museo Mercedes Benz
Hablando de futurismo, si alguien en 1958 osó imaginar cómo serían los ascensores en 2020 puede que llegara a algo parecido al que hay en el museo de Mercedes en Stuttgart, una especie de pitillera o de pastilla espacial, hecha de metal y con un pequeño ventanuco ¿Por qué no son todos los ascensores así?

En el elevador de los Cien Dragones en China, encima de asustarte con la altura, un señor te tira cosas. Getty Images

Maravillas chinas
El ascensor más rápido del mundo está, por supuesto, en China, en un rascacielos de la ciudad de Guangzhou. Es capaz de recorrer 1260 por minuto y conecta el lobby con el piso 95 en unos 42 segundos. Eso sí, no tiene las vistas del elevador de los Cien Dragones, en las montañas de Zhangjiajie, en la provincia de Hunan. Con esta estructura de acero y cristal de más de 300 metros, se tarda menos de dos minutos en escalar a la cima con el mínimo esfuerzo.
 


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