En fila india, todos los jugadores de los Bulls entran en fila india al vestuario en silencio sepulcral, del mismo modo que se van pues acaban cayendo en Toronto (104-98). Lo rompe cuando aparece Patrick Beverley, que irrumpe como todos en ropa de calle pero botando un balón. Faltan todavía dos horas y media para el partido ante los Raptors pero el siempre intenso Beverley empieza a hacer ruido.
Acabada la rueda de tiro, se pone a hacer una intensa rutina de activación azotando una pelota de goma contra la pared. Entra al vestuario pero no se aislará en la pantalla del móvil como hacen muchos tras la rueda de tiro, pues seguirá sin parar quieto. A falta de una hora por jugar, él ya está vestido del rojo pasión de los Bulls. Cuando los otros están llegando, él ya ha calentado. Cuando los demás están calentando, él ya está jugando.
“Es tal su concentración que no quiere hablar nunca con nadie antes del partido”, advierte un miembro del staff técnico de Chicago. Entre sus tatuajes, el más grande, en pleno pecho, uno de Jesucristo con la corona de espinas. Quizá hable de sus creencias. Quizá, también, de su mentalidad, de lo que, al fin y al cabo ha venido siempre a hacer a una pista de baloncesto: sufrir. Y se aprecia cómo padece tras una derrota.
“No es sólo ir a los play-offs y ser un trapo de lavar para otro equipo”
“Tenemos que mejorar”, espeta tras el partido el base, cabizbajo todo el rato, sin mirar en ningún momento a los periodistas en el vestuario. “El objetivo no es ir a los playoffs. El objetivo es ir a los playoffs y competir. No es sólo ir allí y no ser un trapo de lavar para otro equipo”, asegura Beverley, tan duro pero tan fino y elegante en sus hábitos, crema corporal tras el encuentro y un impoluto jersey blanco de lana.
“Estoy emocionado”, sorprende el en ese momento inexpresivo Beverley, con el mismo aspecto mustio, el de ese tipo que parece que le haya caído un tormenta encima. “No estoy preocupado, estoy emocionado. Estaba ansioso por ver el vestuario después de una derrota, ver con lo que estoy tratando”, aclara el base, alegre en el fondo de ver la decepción que impera en el grupo en su primera derrota como jugador de los Bulls, tan modosito pero a veces tan pendenciero, conocida su cruda rivalidad con Chris Paul.
Vivir a Beverley de cerca, a ese tipo inquebrantable que se tuvo que agarrar al baloncesto para desprenderse del tráfico de drogas como modo de vida, es motivo más que de sobra para acudir a ver el Raptors – Bulls en el Scotiabank Arena. No obstante, lo único que importa en Toronto es que su equipo se acerca cada vez más a esos playoffs -aunque sea vía play-in-, que hace tres semanas parecían imposibles. Fue el primer partido de los Raptors sin Juancho Hernangómez, cortado el mismo día, y de Chicago sin también el recién cortado Goran Dragic, sin sitio tras la llegada de Beverley de los Lakers vía Orlando.
El equipo de Billy Donovan, inmerso de lleno en la carrera por el play-in, se aferra a la energía de Beverley mientras sigue en la enfermería en su eterno proceso de recuperación Lonzo Ball, quien parece que ya no volverá este año. Los 8 puntos, 7 rebotes y 2 asistencias de Beverley -como tampoco los 23 tantos de Nikola Vucevic en un discreto partido de DeRozan con 13-, no son suficientes para desarbolar a estos lanzados Raptors, cinco victorias en los últimos seis partidos.
Pascal Siakam (20 puntos) y Gary Trent Jr con 19 tantos desde el banquillo lideran en el que también es el debut de Will Barton, el recambio de Juancho. El ex de los Wizards sólo que puede servir 1 asistencia en los 4 minutos que juega. Los Raptors -novenos con 31-32-, huelen la octava posición -ocupada por los Hawks con 31-31-, mientras los Bulls se quedan rezagados en el undécimo puesto con 28-34, por debajo de unos Wizards que, décimos con 29-32, ostentan la última plaza para el play-in. Tendrán que sufrir para atraparla. Es por eso que, con Beverley, están en buenas manos.