Bienvenido, doctor Dron

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Los drones, desde su concepción, han causado mucho recelo, y más cuando en muchas ocasiones se han usado para lanzar bombas contra el enemigo en misiones no tripuladas o espiar a los ciudadanos.

Cada minuto ganado para salvar una vida es crítico. Cuando la infraestructura, los conflictos o las irregularidades del terreno multiplican esos minutos de forma exponencial, la innovación con drones puede ser definitiva.

La sangre es uno de los elementos imprescindibles para salvar una vida en la medicina moderna. Sin ella, operaciones comunes no son posibles, un accidente de coche es doblemente mortal y el riesgo de morir al dar a luz es exponencialmente más alto. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 150.000 mujeres mueren por hemorragia al dar a luz cada año. El 99% de ellas está en países en desarrollo. La mayoría podría haber sobrevivido si los médicos hubieran tenido acceso a bancos de sangre. En África, el acceso inadecuado a transfusiones de sangre y medicamentos o vacunas causa miles de muertes al día; más de 2.000 millones de personas en el mundo carecen el acceso adecuado.

Por eso los drones de la empresa Zipline proveen acceso casi instantáneo a sangre a más de 11 millones de personas en Ruanda y próximamente en Ghana. Lo que para muchos hospitales podía suponer cinco horas o más en ir a recoger la sangre y volver, ahora tarda entre 20 y 30 minutos desde que se realiza la orden hasta qua la sangre aterriza en el hospital.

Los drones ya han realizado más de 10.500 envíos y recorrido más de un millón de kilómetros

La sangre cuando la necesitas, la necesitas inmediatamente y no es fácil de gestionar. Tiene una vida corta, requiere cadena de frio, exige muchos requisitos para su almacenaje, y es muy difícil predecir la demanda para los diferentes grupos sanguíneos. Un almacenaje centralizado soluciona de un plumazo muchos de estos obstáculos, casi insalvables en algunos lugares de África.

El Gobierno de Ruanda y, en concreto, su ministra de salud, han sido los pioneros en darse cuenta de las bondades de este sistema para suministrar sangre a los hospitales del país, firmando un contrato comercial con Zipline para proveer prácticamente la totalidad de la sangre necesaria. El Gobierno solo les paga por cada entrega con éxito.

Con un simple WhatsApp, una enfermera o doctor puede pedir a Zipline la sangre que necesita. El equipo de Zipline la prepara en su almacén, donde acumulan sangre proveniente del centro nacional de transfusiones, lo que además evita muchas de las contaminaciones sanguineas existentes en África. Se carga en el Zip, así llaman a su dron, y con un sonido como de una cremallera gigante lo aceleran de de 0 a 100 kilómetros por hora en medio segundo catapultándolo al cielo. El zip vuela hasta el hospital, donde suelta la caja roja cargada con la sangre requerida en el punto convenido, que aterriza con su paracaídas de simple papel, con una precisión de centímetros en el mismo sitio cada vez. Un minuto antes de llegar, el médico recibe un WhatsApp con el texto: “Estamos llegando, sal a recoger tu paquete, por favor”.

Una vez entregado, vuelve a la base donde emplean una forma muy curiosa de aterrizaje: los drones tienen que desacelerar de 100 a cero en medio segundo, para lo cual usan un cable que localiza el avión cuando llega con una precisión de centímetros, agarra el avión en el aire y lo lanza sobre un enorme cojín inflable. Como dice Keller Rianudo, uno de los fundadores de Zipline, se trata de “una mezcla entre un portaaviones y un castillo inflable”. Últimamente parece que han conseguido eliminar la parte del castillo inflable y dejar el avión suspendido en el aire. Toda esta operación es controlada por GPS y mensajes de texto enviados por el dron.

Teniendo una capacidad de llevar 1,75 kilos, lo que equivale a tres bolsas de sangre, ya han realizado más de 10.500 envíos y recorrido más de un millón de kilómetros, el equivalente a haber volado alrededor de la tierra cada siete días, incluso en las peores condiciones meteorológicas, con vientos huracanados o en pleno monzón cuando las carreteras son prácticamente inexistentes. Con capacidad de hacer 500 envíos al día a una velocidad de 128 km/hora, Zipline se ha convertido el servicio comercial de envíos por dron más rápido del mundo.

Gracias a este servicio, los hospitales ruandeses están usando 175% más sangre que antes y han conseguido reducir la caducidad y desperdicio en un 95%, lo que significa un alto ahorro de costes y un aumento exponencial en la posibilidad de atender a los pacientes con éxito. Y salvar vidas. Así como el teléfono móvil ha conseguido ahorrar la construcción de líneas telefónicas fijas y la tecnología solar está en camino de canibalizar la red eléctrica en países en desarrollo, el envío a través de drones puede revolucionar el acceso al sistema sanitario. Y no solo en países en desarrollo.

Alice Mutimutqye, de 23 años, dice: “Yo no me lo podría creer, ni mis vecinos tampoco, solía ver los drones volar y pensaba que estaban locos, pero un dron salvó mi vida. Tuve una hemorragia en el parto y gracias a las transfusiones de sangre pudieron estabilizarme. Hoy no estaría aquí”.

Lo que no ha conseguido ningún otro sistema de salud del mundo, ni siquiera en los países llamados desarrollados, lo han conseguido en Ruanda, gracias a la innovación tecnológica y a la visión de futuro y compromiso con sus cuidadanos del gobierno ruandés.

Además, el sistema tiene unos beneficios colaterales impresionantes para la población. Por un lado, la generación de empleo local de calidad como operador de drones. Ahora ser operador de drones de Zipline es un empleo muy demandado y produce el gran orgullo de ayudar a mejorar la vida de sus vecinos y tener un impacto en su comunidad. Por otro, soñar con otro futuro. Los niños se agolpan en la valla de las instalaciones de Zipline viendo como las ambulancias surcan el cielo y soñando en cómo participar del viaje.

“Somos una compañía comercial con una misión social”, asegura Justin Hamilton, director de Zipline. “Cada vuelo que hacemos es para salvar una vida”.

María López Escorial es profesora en el Instituto de Empresa desde 2002 y consultora independiente especializada en innovación social, mercados de la base de la pirámide y soluciones empresariales para combatir la pobreza. Además, es presidenta de la Fundación Compromiso y Transparencia.

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