Boris Johnson y sus soldados-camioneros

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Para los fans del British Empire, observar cómo ayer los soldados británicos ejercían de camioneros tuvo tela.

¿Dónde quedó la herencia de los feroces gurkas nepaleses, que desde 1816 mostraban su feroz habilidad en rebanar cuellos con sus cuchillos curvos y su sangre fría de autómatas, al servicio de His/Her Majesty? Algunos les vimos en la guerra de los Balcanes. Impresionaban.

Para quienes logran sorprenderse con la realidad más próxima el episodio también resulta curioso. Y paradójico que la gran potencia nuclear a la que ha acudido Joe Biden para defenderse en el Pacífico contra China —en la alianza Aukus— disfrace a sus militares de amables, pacíficos, sonrientes chóferes.

El episodio desvela los mitos laborales caídos del Brexit que con sabio bisturí diseccionaba aquí Enrique Feás el domingo: el mero comercio sin aranceles no proporciona la oferta de mano de obra ampliada del mercado único; los extranjeros no roban empleos a los locales; los visados por puntos no cubren las vacantes.

Pero, además, el colapso de los servicios británicos subraya que las estentóreas justificaciones patrióticas de la retirada británica eran mera basura intelectual.

El soberanismo reclamaba que si las regulaciones europeas eran un corsé que impedía la libre decisión nacional de los británicos, su simple cancelación les devolvería la autodeterminación. Y, pues, una toma de decisiones acertada, justa y feliz.

Nada de esto ha sucedido. Los europeos, como los isleños, sufren cortes de suministros (chips, semiconductores, gas barato) por culpa de una oferta inferior a la creciente demanda propia de la recuperación pospandémica. Pero nadie, nadie, nadie, ha tenido que recurrir a sus militares para llenar los depósitos.

Los brexiters proclamaban que la Unión Europea era intercambiable por una recua de futuros tratados comerciales con algunas excolonias y otros incautos. Los hechos muestran que el mercado interior supera esos sueños —aún no firmados— y que el imperfecto sistema solidario de vasos comunicantes europeos anticatástrofes no tiene mejor sustituto. Al menos, de momento.

Boris Johnson aseguraba que los obreros indios reemplazarían con éxito a los peligrosos electricistas polacos y enfermeras españolas. El delirio xenófobo antieuropeo ha desembocado en carencia de todos y de todo: camioneros y matarifes, enfermeras y médicos, pescado y medicinas. Las estanterías de los súper lucen vacías. Como algunos cerebros.

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