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“Solo era un cilindro blanco, no sé si eso es patrimonio. Algunos dicen que sí lo es”, Okuda (Óscar San Miguel, de 39 años) resuelve así la polémica cultural del verano, la de la turistificación del faro de Ajo, en la parte oriental de Cantabria. Hace un mes Miguel Ángel Revilla, presidente de la comunidad, dio a conocer que el artista cántabro decoraría a su manera esta construcción de 1930 y más de 70 metros de altura, reconocida como elemento del patrimonio industrial cántabro. “No sé cuántos colores emplearemos, ciento y pico”, asegura por teléfono Okuda, en una jornada en la que se dedica a atender las llamadas de los medios a pie de obra.
El disfraz de colores que aplicará al faro el artista cántabro servirá, asegura Revilla, para recuperar el entorno en el que se encuentra, donde hay “dos vacas paciendo en una hierba quemada por el salitre”, explicó el día de la presentación del “cilindro” decorado. “Es como si al Louvre se le ocurriera vestir a la Venus de Milo con un prêt-à-porter”, resume Santiago Sánchez Beitia, catedrático de Arquitectura en la Universidad del País Vasco (UPV) y responsable de catalogar los 191 faros que existen en España.
Solo ocho de estos faros están protegidos como Bien de Interés Cultural (BIC), pero el “valor patrimonial” de todos ellos está reconocido por el Ministerio de Cultura, que en 2017 encargó a Sánchez Beitia el catálogo de los faros protegidos. El experto explica que el faro contiene todos los elementos que constituyen un Bien Industrial, en el que participan la arquitectura, la tecnología (el sistema lumínico) y el trabajador. Es decir, es un bien que reúne cualidades materiales (los valores constructivos) e inmateriales (el oficio de farero).

Okuda supervisa los primeros trazos de la obra en el faro de Ajo. | EFE

“Lo que está ocurriendo en Ajo es un verdadero disparate, una barbaridad, una patochada. Tratan de poner en valor un elemento que ya lo tiene”, expone. Para él, los faros son una “fábrica de señalización”. Estos bienes “necesitan que se les hagan las preguntas correctas para descubrir la sabiduría intrínseca del edificio, el lugar y su ser propio”, señala el Ministerio de Cultura en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial. En cambio, una mala pregunta puede provocar “la pérdida de la memoria del trabajo, la vitalidad narrativa y la especificidad física”.
Para los grupos de defensa del patrimonio de Cantabria, este proyecto de Okuda sería una mala pregunta: ataca la dimensión material e inmaterial del faro porque borra los contenidos sociales, políticos, económicos y culturales a los que va asociado. E Izquierda Unida ha registrado en el ayuntamiento una instancia en la que reclama la paralización de las obras por ser “una vulneración de la norma urbanística que protege el valor patrimonial del edificio”. Además, aseguran que la obra no ha recibido licencia municipal y cuenta con el rechazo mayoritario de la población.

El faro, a falta de los últimos retoques.

El color blanco, opina Revilla, puede “gustarle a alguien”, pero él no le ve “ningún atractivo”. “Para gustos colores”, zanjó el debate sobre la protección del faro que reclaman colectivos como Cantabria No Se Vende (CNSV). Tres días, gracias a la ayuda de tres personas que comenzaron a pintar el lunes, es lo que se ha tardado en ocultar el blanco bajo los diseños y la paleta de colores propia del santanderino. El proyecto, aseguran desde el equipo del artista, costará 40.000 euros. Un dinero que, según ha aclarado el presidente cántabro, se destina a convertir el faro en un “activo turístico”.
“Ese tipo de políticas contribuirá a la turistificación y a la destrucción del entorno y del patrimonio material e inmaterial de Cantabria”, denuncia CNSV. Señalan que los faros los ceden las autoridades portuarias a las administraciones civiles, con la obligación de no alterar la constitución del elemento. “Si se reforma la estructura de la construcción debe ser siempre para la preservación del faro. Y en este caso no es la justificación declarada por el gobierno, sino el reclamo turístico”, indican desde la asociación ciudadana. 

Okuda aplicando sus diseños y su característica paleta de colores al faro de Ajo. “No sé cuántos emplearemos, ciento y pico”, dice. | EFE

De hecho, el Ministerio de Cultura aclara que el patrimonio industrial cuando se museiza o se interpreta “es un buen producto turístico”. El éxito de la preservación del patrimonio industrial depende en gran parte de las posibilidades de contribuir al desarrollo local, añaden. Sin embargo, Revilla no planea un centro de interpretación, sino crear un “activo para atraer visitantes”, que se hagan fotos y las compartan en sus redes sociales.
“Después de este proyecto odio la política”
Pero a Okuda no le importa la finalidad: “A mí, realmente, me da igual. Es un encargo. Me interesa el contraste con la naturaleza, el mar y trabajar en mi tierra. Cómo quieran usar los políticos mi trabajo es su problema, no el mío”, explica Okuda. También reconoce que desconocía que el contrato con la Autoridad Portuaria, dueña del faro, limita a ocho años la vida de su diseño. Es prorrogable año a año, a partir del cuarto. “La burocracia no me quita el sueño, es mi equipo quien se encarga de cerrar el contrato”, cuenta. Aunque aclara que “habría preferido que fuera un diseño para siempre”. En Rusia realizó uno de estos en un edificio de 22 pisos, y en Nueva York ha pintado la fachada de la tienda de Desigual.

Miguel Ángel Revilla y Okuda en la presentación del proyecto. | EFE

“El trabajo en el faro forma parte de mi iconografía animal habitual y de la multiculturalidad que reivindico al incluir los colores de muchas banderas. Al final, construyo una bandera universal que elimina las fronteras”, explica sobre el sentido de su obra. Entonces, ¿se considera un artista político? “No soy un artista político y odio la política después de este proyecto. La polémica que se ha levantado es una pelea entre partidos, que no tiene que ver conmigo. Y me sorprende porque es mi tierra. Es la primera vez que me pasa algo así. He intervenido estructuras cilíndricas en Sicilia o California. Esto solo ocurre en España”, asegura Okuda, aunque prefiere no extenderse en este razonamiento.
Alberto Santamaría (Torrelavega, Cantabria, 1976) es profesor de Teoría del Arte en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca y define a Okuda como “un síntoma” del reclamo en el que se ha convertido el arte contemporáneo. “Lo que hace Okuda es un arte que no molesta, inane. Es muy útil para políticos como Revilla, que lo ha convertido en su fetiche. Okuda es como Siri [el asistente de Apple], solo tiene respuestas previsibles y esto le hace muy atractivo a los políticos. No es más que un decorador de exteriores y debería plantearse si quiere seguir por ese camino”, aclara el ensayista que en septiembre publicará Políticas de lo sensible. Líneas románticas y crítica cultural (AKAL).
“No soy un decorador. Soy un artista. El faro aportará positivismo e inspiración que es lo que hago por todo el mundo”, aclara Okuda, que ha encontrado en las redes sociales una libertad inesperada para desplegar sus proyectos internacionales. “Gracias a ellas no dependo de las estructuras tradicionales y puedo tener la sartén por el mango, además de atender a mis seguidores. De hecho, cada día me etiquetan cientos de ellos en Instagram, en obras mías de todo el mundo”, apunta el artista. Para Alberto Santamaría redes como Instagram son un instrumento “bastante cutre”, que sirve para “difundir discursos superficiales” y “marcas personales”.


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