Carta a los negacionistas del ‘autotune’

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Concierto de Luna Ki en el festival Puwerty, celebrado en septiembre de 2019 en La Casa Encendida de Madrid.
Concierto de Luna Ki en el festival Puwerty, celebrado en septiembre de 2019 en La Casa Encendida de Madrid.Cedido por Puwerty

Todos tenemos en casa un disco en nuestra estantería de los favoritos de un artista que no canta bien. Quizá sea incluso un vinilo. No pasa nada: su voz nos transmite aunque su técnica no sea la canónica. La interpretación vocal de Neil Young en Mellow My Mind es imperfecta. Su voz no alcanza los registros por los que camina la composición, lo que no impide que sea una barbaridad de canción. Precisamente esas imprecisiones añaden emoción a la pieza. Es una voz con carácter.

Estos días se ha vuelto a hablar del autotune, un procesador de audio que hace que la voz suene robótica y que ha derivado en el demonio que fractura generacionalmente a la sociedad. Pongan de un lado a los defensores del aparatejo y a los detractores: ahí está todo, la brecha generacional visualizada en caras, gestos, tatuajes, vestimenta. Los bandos siguen latentes, que la especie humana es muy tenaz, aunque parecía superado el concepto. Pero no. La prohibición de utilizar autotune en Eurovisión obligó a una de las concursantes, la cubano-barcelonesa Luna Ki, a retirarse del Benidorm Fest, donde se selecciona al representante español para el festival. ¿Lo ven? Brecha generacional: Luna Ki tiene 22 años; los que pusieron esa norma, quién sabe…

Pero hablemos del concepto. Se localiza en la frase recurrente ante la noticia de Luna Ki: “Claro, es que los que utilizan autotune lo hacen porque no saben cantar”. No es exactamente así: los chavales recurren a este programa porque les apetece, porque lo consideran un recurso para su música y porque esa tecnología les representa. Algunos cantan mejor que otros, como los de los discos sagrados de nuestra colección. Rosalía, por ejemplo, sabe cantar y alguna vez utiliza autotune. Tanto ella como otros artistas jóvenes lo hacen a conciencia, sin trampas. La mayoría de los cantantes de todos las épocas (los intocables también) echa mano para las grabaciones y el directo de tecnología para que su voz suene sin distorsiones, brillante, mejor de lo que realmente es.

Pero vayamos al origen del error: solo lo utilizan los que cantan mal. Hay una serie documental estrenada en 2021 en Netflix muy recomendable llamada This Is Pop. Analiza diferentes hitos en la cultura pop: la irrupción de las boy bands, el fenómeno del brit-pop en los noventa, el impacto de los festivales… y el autotune. No se preocupen los negacionistas: la serie derrocha dinamismo, sentido del humor y complicidad. La pueden ver, no se arrepentirán. Aparece en la pantalla T-Pain, un rapero estadounidense que popularizó el autotune y tuvo en los años dos mil un gran éxito en Estados Unidos y en varios países europeos. T-Pain cuenta, compungido, un incidente con su amigo el cantante Usher en un viaje en avión en 2013 que los trasladaba a una entrega de premios: “Estaba durmiendo y se me acercó Usher para despertarme. ‘Tío, quiero decirte algo’. Y yo: ‘Claro, amigo, dime’. ‘Te has cargado la música. Tío, le has jodido la vida a los cantantes de verdad”. T-Pain afirma que no entendió nada. Luego, lo entendió y se cogió una depresión que le duró cuatro años.

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El autotune lo creó en 1996 el ingeniero eléctrico californiano Andy Hildebrand, hoy podrido de dinero. Se encontraba en una comida con un amigo y su pareja. Ella era cantante y le pidió un aparato para afinar bien. Hildebrand se puso manos a la obra con las ecuaciones y las cuentas. En cuatro meses lo tenía. “Antes el artista se pasaba en el estudio una semana, el autotune lo redujo a medio día. La mayoría necesita correcciones de tono. Los productores me lo quitaban de las manos”, afirma el afortunado inventor en This Is Pop. En el documental se cita a David Bowie como uno de los pocos que no necesitaba el cacharro. Los demás…

Los productores que requerían para sus grabaciones el autotute se callaban ya que era casi indetectable para el oído. Lo que lo cambió todo fue un selector que se le añadió para cambiar el tono de la voz: puedes pasar de una canción rápida a una balada, o acelerar la canción y el tono. Y aquí sí se notaba y creaba el sonido robótico que hoy invade la música. Hildebrand asegura que nunca creyó que alguien utilizaría su afinador de ese modo. La primera fue Cher con Believe, en 1998. El sonido alienígena había nacido. En los dos mil irrumpió el citado T-Pain con canciones como I’m Spung. Al público le encantaba ya que bailaba los temas del rapero, pero la mayoría de los músicos y los medios le desprestigiaban por utilizar esa técnica. Cuenta Hildebrand, el inventor, que un día le paró por la calle un productor muy famoso y le dijo: “Andy, me has cambiado la vida. Mi trabajo era encontrar a gente que cantara bien. Ahora me basta con encontrar a gente atractiva”.

Hasta que llegó Kanye West en 2008 y editó el disco 808s Heartbreak, con inflación de autotune. Conviene recordar que por entonces Kanye era considerado un faro para detectar la música más moderna del momento. Así que si Dios lo dice será que el autotune es bueno. Miles de cantantes lo empezaron a utilizar no como un corrector de una mala voz, sino como una herramienta que se adapta a la canción. Hasta que se ha convertido en el utensilio musical más importante del siglo XXI. Se calcula que un 60% de las canciones más escuchadas en la actualidad utiliza el famoso sonido robótico. Buscando antecedente al autotune se encuentran técnicas como el vocoder o el talk-box. Los dos surgidos a finales de los setenta y utilizados por bandas apasionadas de la tecnología como Kraftwerk o The Alan Parson Project, pero también por rockeros como Neil Young (en su disco Trans, de 1982), Peter Frampton o Bon Jovi, estos dos últimos empleando el talk box para sus grandes éxitos: Show Me the Way y Livin On A Prayer, respectivamente.

https://www.youtube.com/watch?v=zLgeTtYwQ7o

Que la tecnología puede transmitir sentimientos es algo que ya pocos discuten. Lo importante es que se utilice para buenas composiciones y textos relevantes. ¿Cantan mal los músicos que abanderan el autotune? No necesariamente. T-Pain realizó una actuación en el famoso Tiny Desk de la NPR y fue sin el cachivache. Resultó que entonaba perfectamente. ¿Cantan bien todos los músicos que no utilizan autotune? Claro que no. Los detractores argumentan que esta tecnología unifica la voz, que no se puede distinguir una de otra, que se pierde la personalidad. Quizá fuera así. O a lo mejor es que están acostumbrados a lo otro y no aciertan a apreciar las diferencias, los ritmos. Los hinchas del autotune apuntan que es cuestión de prejuicios y lo que realmente no les gusta no es tanto el sonido (que también), sino el mensaje de unas canciones que no encajan con su forma de pensar y que lo relacionan con estilos que desprecian, como el reguetón o el trap.

Cuando surge una nueva tecnología la reacción natural es de rechazo. La brecha generacional: los mayores negando los referentes culturales de los jóvenes. Con las cartas sobre la mesa, parece más honesto utilizar el autotune a las bravas, como un instrumento más, que usarlo para corregir problemas de afinación, como han hecho cientos de estrellas que tenemos en un pedestal.

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