Chantal Maillard: “Atisbar el absurdo de la existencia no es locura, sino lucidez”

Chantal Maillard, este lunes en el jardín del bloque de edificios en el que vive, en Málaga.
Chantal Maillard, este lunes en el jardín del bloque de edificios en el que vive, en Málaga.García-Santos (El País)

Chantal Maillard (Bruselas, 70 años) tuvo su primera experiencia relacionada con el pensamiento oriental a los ocho años. La iban a someter a una operación de amígdalas que requería de anestesia general y la sola idea de perder la consciencia la soliviantaba. Fue la primera vez que invirtió la mirada y vivió una breve meditación. “Me pusieron la anestesia, miré detrás de los párpados: iban dibujándose formas geométricas, hasta que se me fue la consciencia”.

Años más tarde, una beca posdoctoral en Filosofía la llevó a Benarés (India), donde se descubrió como objeto de observación. Premio Nacional de Literatura y de la Crítica de Poesía, acaba de publicar Las venas del dragón. Confucianismo, taoísmo y budismo (Galaxia Gutenberg), cuya escritura la ayudó a sobrellevar el confinamiento. Escribir la saca del dolor que padece tras un tratamiento de radioterapia. Hablamos desde la terracita de su piso, en una montaña de la ciudad de Málaga y frente al mar.

PREGUNTA. ¿Qué debemos aprender del pensamiento asiático?

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R. Está claro que, si queremos renovar nuestras sociedades, tendremos que empezar a pensar de otro modo. Lo que puede aportarnos el pensamiento chino es una visión dinámica del universo. Donde nosotros vemos un conjunto de organismos separados, ellos ven un complejo sistema de resonancia en continuo devenir en el que nada es independiente de otra cosa.

P. Seleccione un aprendizaje de las tres corrientes que trata.

R. Del confucianismo, la necesidad de saber gobernarse a sí mismo antes de pretender gobernar un Estado. Del taoísmo, la capacidad de ponerse a la escucha y armonizar el propio curso vital con el del universo. Del budismo chan, el incremento de la atención y la vuelta a lo inmediato.

P. ¿Y esta forma de pensar está viva en China?

R. Hay un fondo tradicional que ha perdurado. Pero me he centrado en los momentos iniciales de estas tres corrientes, no en sus derivas religiosas. Me interesa recalcar la diferencia entre sabiduría e ideología. En el momento en que forman escuela, las enseñanzas se convierten en ideologías. En vez de discípulos, lo que hay, entonces, son seguidores y afiliados —los que siguen y los que forman fila— que digieren letra muerta. Las religiones son ideologías, sabidurías iniciales que fueron degradándose con el tiempo.

P. Dice que necesitamos una nueva forma de habitar el planeta.

R. Nos hace falta volver al cuerpo, recuperar la espontaneidad que quedó atrofiada bajo el discurso racional en el que tanto confiamos. El cuerpo percibe de manera inmediata y actúa en consecuencia, espontáneamente. Se equivoca mucho menos que la razón. La razón no es inmediata, efectúa pasos lógicos, y eso requiere tiempo. El cerebro también es cuerpo, realiza sus síntesis mejor que cuando tratamos de dirigirlo. El secreto está en darle la oportunidad, y eso consiste en poner la mente en suspenso.

P. ¿Las pasiones desequilibran?

R. La enseñanza de Confucio empieza por tratar de hallar el equilibrio de las fuerzas en uno mismo. Cuando las emociones están en calma, uno actúa correctamente. Quien es capaz de actuar correctamente en su vida personal, será capaz de gobernar un Estado. El trabajo, por tanto, es de puertas para dentro. Cualquier persona que se dedique a la política con un mínimo de sentido ético debería saber que ese trabajo es indispensable.

P. ¿Y cómo aconseja que lo hagan?

R. Procurando calmar la mente. El principio es el silencio, interior y exterior. Retirarse, aunque sea por un momento, de la agitación. Dedicar al menos 20 minutos al día a estar en silencio no es un tiempo que se pierde, se gana, porque veremos más claro. Imagine el cerebro como una sala de cine. Sitúe una silla en el centro. Siéntese allí y mire la pantalla, que es la mente. Deje que se sucedan las imágenes y obsérvelas. Otro método es atender a la respiración, estar 15 minutos respirando, con la atención puesta en el aire que entra y sale. Cuando un político va en un avión, en vez de repasar sus papeles, podría estar simplemente atendiendo a su respiración con los ojos cerrados. Esos 10 o 15 minutos con la atención concentrada en la respiración es suficiente para calmar.

P. Usted ha conocido la pérdida traumática (por suicidio) de un ser querido…

R. El suicidio es quizá la única verdadera libertad que tenemos. Cuando hablamos de “prevención del suicidio” —y sé que es un tema delicado—, hemos de distinguir entre la voluntad de suicidio que responde a un momento de desesperación y el suicidio lógicamente meditado. Los mecanismos de prevención han de atender a lo primero, pero no deberían intervenir en lo segundo, pues a nadie se le puede negar el poder de decidir sobre la propia vida. Atisbar el absurdo de la existencia no es un momento de locura, sino de lucidez, y depende de cada cual la decisión de seguir en ella o no.

P. ¿Cree que ha mejorado nuestra mirada hacia la muerte como tabú?

R. Hemos de devolver a la vida el sentido de la muerte. Vida y muerte forman parte del mismo proceso. Nuestra muerte es vida para otros. Todo organismo se reintegra al proceso vital del planeta. Decimos “la muerte es el mal, la vida es el bien”. Pero esto no es el cuento de Blancanieves. No podemos pasar a categorías morales lo que pertenece al orden natural. Reintegrar la muerte en el proceso de la vida es pensarnos de otra manera.

P. Dice que quiere ser ecuánime, alcanzar el equilibrio.

R. Debemos actuar sin ser coercitivos. Y eso es algo del taoísmo que es importante para hoy en día. No obligar a que los ríos fluyan de una determinada manera. En el caso del volcán de La Palma, si le pusiésemos barreras, acabaríamos empeorándolo todo. La forma de actuar ante una irrupción es no coercitiva. Es así como deberíamos comportarnos.

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