“Quinta columna”: la expresión multiusos que sirvió para comunistas, conspiradores católicos o islamistas radicales

La Puerta del Sol de Madrid, en noviembre de 1936.
La Puerta del Sol de Madrid, en noviembre de 1936.JUAN GUZMAN (EFE)

“Cuatro columnas’, dijo el traidor Mola que lanzaría sobre Madrid, pero que la ‘quinta’ sería la que comenzaría la ofensiva”. Estas palabras de Pasionaria dieron carta de naturaleza a la expresión “quinta columna”, en alusión al enemigo oculto en la retaguardia, en un clima de tensión ante los éxitos de las tropas sublevadas —pocas jornadas antes había caído Toledo— y el inminente asedio a la capital. Un clima acompañado de rumores y “comadreo callejero”, de bravuconadas propagandísticas del enemigo y del alumbramiento de vibrantes consignas como “Madrid será la tumba del fascismo”. El discurso público enfatizó en las jornadas siguientes la urgencia del “aniquilamiento” de la también bautizada como “columna invisible”, considerándose que incluso subsumía en su seno una “sexta columna” más, integrada por la clase media “que no quiere líos” ni “le importa la política”, y por tanto estimada como “francamente hostil a la República”.

A finales de octubre la prensa ya hablaba de “la famosa quinta columna”, y a partir de enero fueron frecuentes las informaciones sobre su existencia en Barcelona, Madrid o Valencia y sobre las medidas adoptadas contra ella. De la celeridad con que se difundió la expresión fuera de España da cuenta su eco inmediato en el Daily Express, si bien en estos últimos casos se atribuyó no a Mola sino a los generales Franco y Varela. Una imprecisión que cabe relacionar con la también fantasmagórica naturaleza de los infiltrados en la quinta columna, esencialmente imaginarios, pues en ese momento no existirían más que pequeños núcleos descoordinados entre sí, sin que quepa hablar, en puridad, de trama clandestina conexa con los servicios de espionaje franquista hasta comienzos de 1937.

Iniciada la ofensiva contra la capital, las autoridades de la Junta de Defensa se vanagloriaron de haber desarticulado la quinta columna, con sus “restos reducidos a impotencia”. Pero tal impresión se vio pronto rectificada. A lo largo de 1937 no faltaron las llamadas de atención ante el ya percibido como pertinaz enemigo multiforme dedicado al “espionaje, la desmoralización y la provocación”. Eran “especuladores y acaparadores, desertores e individuos que se autolesionan”, según afirmó el “Comandante Carlos Contreras” (Vittorio Vidali) en un durísimo alegato en el que llamaba a su exterminio; “chulos, señoritos derrotistas, bulistas profesionales en sembrar el descontento, la confusión y la calumnia” (…)

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La incorporación del término al léxico soviético a finales de 1936 fue solo un paso en la vasta dinámica de internacionalización que culminó en la II Guerra Mundial. Churchill lo empleó en diversas ocasiones en el verano de 1940, ante la Cámara de los Comunes, y Orwell se refirió a la generalización de su uso en plena Batalla de Inglaterra (…) Lo mismo ocurrió en el lenguaje periodístico estadounidense tras el ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941. Su objetivo esencial era alertar en la retaguardia. De ahí la insistente presencia en la cultura popular, el espacio clave para su socialización a gran escala: en el cómic, en la serie Fifth Column Stories (1940-1941) o en G-Man vs. The Fifth Column (Johnson, 1941); en el teatro, gracias al drama ambientado en España The Fifth Column (Hemingway, 1939), adaptado para Broadway por Lee Strasberg; en el cine de animación, e, incluso, en la filatelia. En el folleto Judge Rutherford Uncovers Fifth Column, publicado en Nueva York en 1940, el concepto se desliga por completo de sus orígenes españoles y se asocia a una conspiración católica internacional. También en Francia, sobre todo a la hora de la Liberación, se habló con frecuencia de una “quinta columna” de enemigos emboscados, como ocurrió en el llamado “episodio de la quinta columna”, que tuvo lugar en la plaza de la Concordia de París el 26 de agosto de 1944, cuando francotiradores parapetados en el hotel Crillon dispararon contra la multitud que acompañaba a De Gaulle en su paseo triunfal por París. En España, la transferencia del concepto del campo republicano al franquista se produjo en 1938: “La célebre quinta columna”, escribe ABC de Sevilla en febrero de aquel año, “tiene su organización admirable, y llega al corazón del último negociado bolchevique”. Una vez concluida la guerra, la retórica franquista la glorificó como prueba del singular valor de sus integrantes tras las líneas enemigas (…) Pero el uso de la expresión en la España franquista no fue inmune a sus nuevos significados en el contexto de la posguerra mundial y de la Guerra Fría. Se utilizará tanto para referirse a una resistencia testimonial de grupos filonazis en Europa como a la inestabilidad en Argelia, donde una misteriosa “quinta columna” estaría sembrando el terror sin una finalidad clara (…) El libro del periodista Manuel Blanco Tobío El kominform, quinta columna del comunismo (1948) refleja ese giro radical en su significado, que en el caso español era más llamativo, pues en una década había pasado de designar la lucha de la España sublevada en la retaguardia republicana a denunciar las más refinadas prácticas subversivas comunistas. La metáfora se cargaba así, en el contexto de la Guerra Fría, de un sentido claramente negativo. La inversión experimentada por el término —”la quinta columna del comunismo mundial”, “los avatares del Kremlin”— afectó incluso a su origen. En un artículo dedicado a rememorar el final de la Guerra Civil, el periódico ABC destacó el gran papel desempeñado, en aquellos momentos decisivos, por “lo que los rojos llamaban ‘quinta columna”. De todas formas, su atribución a “los rojos” responde a una cierta realidad histórica si tenemos en cuenta que, cualesquiera que fueran las palabras utilizadas por Mola al ponerla en circulación, la propaganda comunista le dio a la metáfora su forma definitiva y una proyección internacional inmediata. En efecto, referida a la guerra civil española, la “quinta columna” acabó perteneciendo casi en exclusiva al imaginario comunista. Un cuarto de siglo después de su estallido, Enrique Líster recordará orgulloso que en Madrid “aniquilamos la quinta columna”. (…)

Tanto su sentido primigenio, ligado a la guerra civil española, como su asociación con el comunismo, típica de la Guerra Fría, se fueron diluyendo a finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín en 1989. Sus viejos usos dieron lugar a otros nuevos, esta vez relacionados con el temor al islamismo radical como un enemigo agazapado en las sociedades occidentales y presto a atacarlas desde dentro. A él aludía un periodista de ABC al referirse a “una nueva Guerra Mundial, librada contra la Quinta Columna que horada a Occidente” y antes un colaborador de Libertad Digital, que atribuía el atentado del 11-M a una “quinta columna” yihadista. “La quinta columna de 500 yihadistas que amenazan a Europa”, tituló una periodista de El Mundo un reportaje sobre los procesos de radicalización que experimenta un sector de la comunidad islámica en los países occidentales. En cualquiera de sus versiones —fascismo/comunismo/terrorismo islamista—, la quinta columna no es sino la vieja imagen del caballo de Troya, a la que el siglo XX remodeló como representación de un miedo atávico a un enemigo oculto que, con uno u otro nombre, siempre ha estado ahí.

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