China acusa a EE UU de sembrar el miedo mientras sus Bolsas se hunden



La epidemia de coronavirus de Wuhan amenaza, cada vez más, con convertirse en un nuevo elemento de fricción -uno más- en las complicadas relaciones entre Estados Unidos y China. Pekín ha dejado claro su malestar sobre el modo en que Washington ha reaccionado ante la mayor catástrofe que vive el país asiático en años. Medidas como la suspensión de vuelos o veto a los viajeros procedentes de China solo sirven, según el Gobierno del presidente Xi Jinping, para “crear y propagar el miedo”.
Es la segunda ocasión, en apenas tres días, en que Pekín ha dejado clara su irritación por lo que considera una reacción exagerada de la primera potencia. Este lunes, en una rueda de prensa ofrecida a través de internet -como parte de las medidas para evitar aglomeraciones y prevenir contagios-, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Hua Chunying, acusó a Washington de que, además de dar el pistoletazo de salida a una carrera mundial por cerrar fronteras y tráfico aéreo, “todavía no ha ofrecido ninguna ayuda sustancial a la parte china”.
La epidemia dista aún de estar bajo control en China. Los fallecidos ya suman 425, más que los 348 que dejó el SARS en este país en 2003. Los infectados son ya más de 19.000, de los que al menos 2.296 se encuentran en estado grave, según las cifras divulgadas este martes a primera hora.
Y va a tener consecuencias duraderas. Este lunes, la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo, el todopoderoso organismo encargado de la planificación económica en China, reconocía que dejará un grave efecto negativo en la economía del país, en especial en el sector del consumo. En su reapertura tras el Año Nuevo lunar, el batacazo de las Bolsas pese a la promesa del Banco Central de una inyección de liquidez por 154.000 millones de euros para paliar el efecto de la epidemia servía de anticipo: el principal indicador de la Bolsa de Shanghái, el SSE, caía más de un 7,7%, el mayor desplome desde 2015, mientras que el segundo parqué chino, el de Shenzhen, perdía un 8,41%.
Pero en los datos oficiales empiezan a aparecer señales de esperanza, a los que se aferran Pekín y los ciudadanos chinos y que los medios estatales difunden con entusiasmo. El número de recuperados, 477 según los números de la Comisión Nacional de Sanidad, supera desde este fin de semana al de fallecidos. Los casos de contagio fuera de Hubei, la provincia foco de la epidemia, también disminuyen desde hace dos días, un posible indicio de que las drásticas medidas que ha impuesto el Gobierno central contra la propagación del virus empiezan a surtir efecto.
Esos “brotes verdes” alimentan el enfado de Pekín hacia cómo ha respondido Estados Unidos, con demasiada precipitación desde su punto de vista. La guerra comercial y tecnológica, en pausa tras la firma de un acuerdo de primera fase en diciembre, convenció al Gobierno de Xi de que ha comenzado una nueva “guerra fría”, en la que el objetivo final de Washington es impedir el auge de China. Pekín interpreta ahora el comportamiento de EE. UU en esta epidemia como otro intento más de tratar de debilitarla. La Casa Blanca responde que su comportamiento se debe a razones de salud pública.
“En un mundo globalizado, los destinos de todos los países están estrechamente vinculados. Frente a una crisis de salud pública, los países deberían colaborar para superar las dificultades en vez de recurrir a empobrecer al vecino, y mucho menos aprovecharse de las dificultades de los demás”, ha arremetido Hua. El fin de semana, la portavoz ya había sostenido en un comunicado que los actos de Washington “no son un gesto de buena voluntad”.
EE. UU, que ha confirmado nueve contagios en su suelo, fue el primer país que anunció que repatriaría a sus nacionales atrapados en Wuhan, origen de la epidemia, después de que esa ciudad de once millones de habitantes impuso el día 23 una súbita cuarentena que bloqueó todos sus accesos. Hasta el momento ha evacuado a cerca de 200 ciudadanos, la mayor parte funcionarios consulares, y espera organizar una segunda operación de rescate.
Desde este domingo, y tras declarar una “emergencia de sanidad pública”, están cerradas sus fronteras a cualquier extranjero sin vínculos familiares con ciudadanos o residentes permanentes de EEUU y que haya estado en China en las dos semanas previas a su llegada (catorce días es el tiempo máximo de incubación). Además, las líneas aéreas de Estados Unidos también han suspendido temporalmente sus vuelos, al menos hasta finales de marzo.
El presidente estadounidense, Donald Trump, ha declarado en una entrevista a la cadena de televisión Fox News que “les hemos ofrecido una ayuda tremenda (a China), somos los mejores del mundo para eso. Pero no podemos tener a miles de personas entrando que pudieran tener este problema, el coronavirus”. “Básicamente, hemos echado el cierre para que no entre desde China”. La Casa Blanca también ha lamentado que Pekín no haya aceptado, hasta el momento, su oferta de enviar especialistas de salud pública de sus Centros de Control y Prevención de Enfermedades.
Más allá de los reproches, el coronavirus puede tener otros efectos en la relación entre China y Estados Unidos, advierten los expertos. El impacto económico de la crisis y la atención que exige a los líderes chinos puede complicar que Pekín cumpla los compromisos de fuertes aumentos en sus importaciones de productos agrícolas, energéticos y manufactureros procedentes de EE.UU. “Las restricciones de viaje y los cierres de fronteras como mínimo lastrarán la logística para cumplir esos objetivos”, apunta el analista Michael Hirson, de la consultora Eurasia Group, en una nota.
Si la epidemia motiva un descenso prolongado de la cotización del yuan frente al dólar —estos días ha cruzado la frontera clave de los siete yuanes por dólar—, “Trump puede retomar sus críticas contra China acerca de su política de tipo de cambio”, apunta Hirson.


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