Joe Biden tenía previsto, como es costumbre en estos casos, emplear su discurso del estado de la Unión de este martes para vender los logros de sus dos años en la Casa Blanca y marcar el ecuador de la legislatura. ¿Sus argumentos? Una economía resistente, después de todo, con una inflación en retirada y unos datos de empleo históricamente buenos conocidos el viernes, avances en infraestructuras, en el apoyo a la industria de los semiconductores o en la financiación de medicamentos, así como el éxito de un mensaje, que resultó efectivo durante la última campaña electoral, de que la democracia estadounidense está en peligro si se la deja a merced del trumpismo.
Los republicanos, por su parte, pensaban aprovechar la ocasión para todo lo contrario: alertar de que el país está acosado por una deuda, de nuevo, histórica y que las políticas demócratas del despilfarro son las culpables reales de la inflación. También, que ahora que por los pelos dominan la Cámara de Representantes piensan desvivirse por complicar a Biden la segunda mitad de la legislatura.
Hasta ahí, todo normal. Pero en estas llegó un globo espía chino, invadió el espacio aéreo estadounidense y terminó saltando por los aires, tras 48 horas de drama en directo, frente a las costas atlánticas de Carolina del Sur, en mitad de una escalada de tensión diplomática entre ambas potencias.
Un operario ultima la instalación de una valla de seguridad “inescalable” en torno al Capitolio, este lunes.Sarah Silbiger (Bloomberg)
Así que Biden y su equipo de escritores de discursos, un equipo que incluye a Jon Meacham, prestigioso historiador presidencial, se han pasado todo el fin de semana en la residencia de Camp David ampliando la parte que se refiere a China, mientras los republicanos afilaban los cuchillos al calor de lo que consideran una demostración de debilidad, otra, del inquilino de la Casa Blanca.
No es la primera vez que la política internacional se cuela en el acto televisivo estrella anual de Biden, un parlamento que se sigue en todo el mundo, sí, pero que está pensado sobre todo para cautivar a una audiencia doméstica. El año pasado, su primer discurso del estado de la Unión llegó apenas una semana después del inicio de la invasión rusa en Ucrania; aquello también le obligó a cambiar sus planes, y a reorientar el destinatario de su mensaje. De todo un país a una sola persona: el presidente ruso, Vladímir Putin. “No tiene ni idea de lo que viene”, le dijo entonces.
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No parece probable que Biden emplee este martes un tono tan duro con Xi Jinping, secretario general del Partido Comunista Chino, en una alocución prevista para las 21.00 de Washington (3.00, hora peninsular española). Le conviene, con todo, mostrar decisión y contundencia: su segundo discurso como presidente es el primero que pronuncia ante una audiencia con mayoría de representantes republicanos.
Estos ya han anunciado sus planes de investigar la respuesta a la gestión de la crisis del globo espía chino de Biden, que asegura que ordenó su derribo el miércoles pasado y que esperaron a que su abatimiento no representara un peligro para la población. Esa investigación se sumaría a las ya puestas en marcha por los conservadores para poner en duda la gestión del Gobierno, al que acusan, entre otras cosas, de “instrumentalizar” agencias federales como el FBI en su propio beneficio en casos como los papeles confidenciales que el expresidente Donald Trump tenía en su residencia de Mar-a-Lago.
Los medios estadounidenses han ido desvelando durante el fin de semana algunos detalles del tono del discurso del martes, un texto en el que, según hizo saber el propio Biden a sus más de 29 millones de seguidores en Twitter, aún trabajaba el lunes por la mañana. Se espera que el presidente haga una defensa del bipartidismo y la colaboración en asuntos puntuales como la lucha contra la epidemia de opiáceos o la erradicación del cáncer, en vista de que un compromiso en bloque parece altamente improbable. También está previsto que celebre las veces en las que en el pasado los republicanos votaron en favor de su agenda económica, como con ocasión de la ley de infraestructuras.
Para Biden, la ocasión también es una prueba a sus capacidades como candidato a la Casa Blanca. Está previsto que anuncie en marzo o en abril si se presenta o no, a sus 80 años, según sus colaboradores. Su fuerte nunca fue la oratoria, y un discurso tan largo ante millones de personas no es su idea de un trámite fácil de superar. Durante el del año pasado tuvo varios deslices, como cuando confundió en una ocasión Irán con Ucrania, así que el estilo del de este año abundará en las frases cortas y las palabras fáciles de transitar.
La tradición dicta que alguien escogido por el otro bando responda al discurso presidencial. En este caso, la elegida es la gobernadora de Arkansas, Sarah Huckabee Sanders, que se hizo un nombre como la segunda secretaria de prensa de la Casa Blanca de Donald Trump. El martes, piensa llamar la atención, según ha hecho saber en un comunicado, sobre “los fracasos del presidente Biden”. “Estamos listos para inaugurar un nuevo capítulo en la historia de Estados Unidos, escrito por una nueva generación de líderes listos para defender nuestra libertad contra la izquierda radical y para ampliar el acceso a educación de calidad, empleos y oportunidades para todos”, ha prometido.
Mientras los operarios ultimaban este lunes en Washington la instalación de una valla “imposible de escalar” para salvaguardar el perímetro del Capitolio, donde Biden se dirigirá a una audiencia conjunta de senadores y congresistas, una serie de encuestas le aguaron esas horas previas al gran momento.
Su índice de aprobación es solo un poco mejor que el del año pasado por estas fechas (un 42% frente a un 41% en 2022, según un cálculo agregado de FiveThirtyEight): es el dato más bajo de los últimos tres cuartos de siglo a estas alturas del mandato, sin contar los de Trump y Ronald Reagan. Según una prospección de The Washington Post y ABC News, el 62% de los estadounidenses considera que Biden “no ha logrado mucho” o “poco o nada” durante los dos años de su presidencia, mientras que el 36% dice que ha logrado “mucho”.
Un sondeo de Associated Press, por su parte, muestra además que solo el 37% de los demócratas aprueban que Biden busque la reelección (frente al 52% registrado en las semanas previas a las elecciones de noviembre pasado). En esos números influye la crisis provocada por el hallazgo en poder de Biden de documentos clasificados en una oficina particular y en su domicilio familiar de Wilmington, pertenecientes a sus años como vicepresidente de Barack Obama (2009-2017). Aquel descubrimiento empañó la mejor racha de imagen que se le recuerda, y que arrancó con la decepción histórica de los republicanos en las urnas en las pasadas elecciones legislativas.
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