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Roberto Leal, en un instante del primer 'Pasapalabra' de Antena 3
Roberto Leal, en un instante del primer ‘Pasapalabra’ de Antena 3

La primera emisión de Pasapalabra en su retorno a Antena 3 ha sido un poco como los eventos anuales de presentación de novedades de Apple tras la muerte de Steve Jobs. En apariencia, todo lo que sucedía era correcto y se ajustaba a los parámetros de la idiosincrasia de la marca: ahora un Ipad más pequeño (pues vale), ahora uno más grande (pues bien), ahora una cámara más en el iPhone (¿por que? ¿por qué no?)… Pero faltaba algo, ese punto genial y a veces descabellado que aportaba Steve Jobs. A pesar de ello, la marca de Cupertino mantuvo su estatus como firma más valiosa del planeta.

Con esta vuelta del concurso creado por la británica ITV a Antena 3, donde pasó sus primeros años en España (de 2000 a 2006), sucede un poco como con esas presentaciones y, sobre todo, con aquellas ocasiones en que actualizas el sistema operativo del ordenador o el móvil y lo único que notas es que los iconos verdes son más verdes y los azules un poco más azules. Acaso, los bordes más redondeados. Y ya. Te has actualizado y ni te has enterado. En una marca tecnológica eso puede resultar arriesgado. En un concurso familiar, es la única opción.

Este es el nuevo Pasapalabra, que es como debía ser el antiguo antes de que alguien decidiera que, con tantas actualizaciones del sistema operativo aquello ya no era Pasapalabra, era un Android, y los padres del formato decidieran pararlo. La mayor novedad es la presencia de Roberto Leal, que ha cruzado la pasarela desde OT y se ha puesto al frente de este concurso. Se ha celebrado esta emisión como un bálsamo en tiempos de zozobra y se ha traído a un padrino, Matías Prats. Incluso se ha acercado al hombre del tiempo estrella de la casa -lo de que cada cadena tenga meteorólogo mediático vamos a tener que contextualizarlo algún día-, Roberto Brasero, para que sostenga una analogía entre los fenómenos meteorológicos y las sopas de letras que ha parecido sacada de una reunión de contenidos de Monty Python. Ha sonado Resistiré. Las caras conocidas invitadas a participar también han sido rostros afines a la cadena. Mario Vaquerizo, Chenoa, Manel Fuentes y Alaska. Su cara nos suena. Los concursantes, dos anteriores ganadores, uno taciturno, otro rumboso, compitiendo por un primer bote de 500.000 euros.

Sin público y con los protagonistas manteniendo la distancia de seguridad, excepto por un momento en que Vaquerizo se ha acercado a decirle algo a Chenoa, pero se ha retirado inmediatamente, como si acabara de escuchar a alguien insultándolo desde un balcón, en términos de Fase 0 de desescalada, el programa ha sido modélico. Fernando Simón estará orgulloso.

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Las dudas que podía despertar Leal leyendo las preguntas del célebre rosco a toda pastilla se han disipado antes de llegar a la C de cuatrimestre. De hecho, todas las demás dudas que pudieron albergarse sobre el nuevo presentador se han evaporado. Y tiene mérito, porque en un programa familiar, cuando cambias de presentador, corres el peligro de sustituir al yerno perfecto por el cuñado insufrible. Los que creían que Cristian Gálvez era el Steve Jobs de los presentadores de concursos no van a pensar que Leal sea Tim Cook, el gris sucesor del genio del cuello cisne al frente de Apple.

Todos los problemas de este debut han sido provocados por las ambiciones de la cadena, tan preocupada en convertir esto en efeméride, que se le ha ido la mano con la autopromoción y con la duración. Pasapalabra, a pesar de haberse hecho muy grande, es un programa pequeño, no algo susceptible de mutar en gala de nochevieja, como en ocasiones durante la emisión parecía. No tiene sentido vestirlo y enjoyarlo para hacerlo más atractivo, porque no es un ligue, es tu madre, la vas a querer haga lo que haga. Y aunque la idea de evasión se repita hasta alcanzar niveles de autoayuda y Duo Dinámico, la verdad es que no hay programa en la parrilla actual que nos recuerde más a estar confinados que Pasapalabra, el concurso de chandal y sofá definitivo.


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