Cinco claves para la Bienal de Venecia: el arte vuelve a la ciudad ducal

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Las esperanzas están puestas en Il latte dei sogni (La leche de los sueños), comisariada por Cecilia Alemani, quien tituló la muestra como un libro de Leonora Carrington en el que no faltan sus criaturas híbridas. Metáfora que utiliza para mostrar un panorama mutante que refleja lo que está pasando en el mundo del arte. La Bienal funciona como un radar que demuestra que el canon ha saltado por los aires y lo que detecta es una metamorfosis en la definición del ser humano, en su representación, en las nuevas relaciones de este con los animales, las plantas, la Tierra y la tecnología. Sin embargo, no registra NFT, su representación parece mínima, lo que afianza la teoría de que este tipo de obras son una moda pasajera. Otra cosa son los cíborgs, que como seres híbridos tienen su presencia.

Il latte dei sogni está situada en el pabellón central de los Giardini, pero también en el Arsenal. Se necesita mucho espacio para situar las 1.433 piezas que la componen. 80 son producciones creadas ex profeso para esta muestra. Hay obra de 213 artistas que proceden de 58 países; 180 de ellos participan por primera vez en una exposición internacional. Las exposiciones nacionales rondan las 80 y este año por primera vez participan países como Camerún, Namibia, Nepal, Omán y Uganda

En el desajuste está el origen de todo. El desajuste de fechas ha hecho que la Bienal de Venecia coincida con el centenario del pabellón de España, obra del arquitecto Javier Luque. El desajuste con el pabellón vecino, el de Bélgica, es parte fundamental de Corrección, la propuesta de Ignasi Aballí, comisariada por Bea Espejo. Las paredes de ambos no son paralelas, no están alineadas, y el artista catalán ha desafiado la percepción creando nuevos muros como si hubiera girado el edificio 10 grados, un ligero movimiento que genera nuevos espacios, algunos incómodos y sin sentido. ¿Se atreve Aballí a corregir lo establecido en la Bienal? El error o la modificación de este forman parte del material con el que él crea.

Sirva este tándem de artista y comisaria para explicar que en los pabellones por países se trabaja de esta forma, con un creador y un experto que le guía. Por supuesto, el origen de las obras parte de los artistas, pero el papel de los comisarios es hacerlos brillar, sacar lo mejor de ellos. Son los pedestales para que luzca mejor su obra, una especie de buenos editores que hacen más entendible lo que se pretende ­expresar.

Paisaje (calles regadas de muertos)

La que se creía que sería la Bienal marcada por los coletazos de una pandemia que ha dejado millones de muertos suma además otro ingrediente negro: la guerra en Ucrania. Dos pabellones vacíos, el de este país y el de Rusia, serán protagonistas por su ausencia. La decisión rusa de retirar su participación fue personal, tanto por parte del comisario Raimundas Malasauskas como de los artistas Alexandra Sukhareva y Kirill Savchenkov. “No hay lugar para el arte cuando los civiles están muriendo bajo el fuego de los misiles, cuando ciudadanos de Ucrania se están escondiendo en refugios, cuando manifestantes rusos están siendo silenciados. Como ruso, no voy a presentar mi trabajo en el pabellón de Rusia”, escribió este último en su perfil de Instagram.

Los ucranios directamente tuvieron que suspender sus proyectos porque tenían una prioridad: salvar sus vidas. En los mensajes que han publicado en sus redes sociales recordaban que la construcción del pabellón ruso la financió Bohdan Khanenko, un coleccionista y filántropo… ucranio.

Casi (desequilibrar para equilibrar)

Ni sí ni no, casi. Dudas. La última clave es la que las desmonta todas. La que invita a no dar nada por hecho, a cuestionar una institución de 127 años. ¿Tiene sentido hoy esta estructura de Bienal con un sistema organizativo por países que bebe de las exposiciones universales del siglo XIX? ¿Perpetúa un superado sistema colonial, dejando en evidencia las diferencias entre los grandes pabellones nacionales de países como Estados Unidos, Holanda, Francia o Canadá y los países recién llegados y con presupuestos evidentemente menores? Las ideas no tienen precio, eso no se cuestiona, pero el llevarlas a cabo sí. ¿Para quién están pensadas las exposiciones? ¿Para ese ecosistema que despliega sus alas para ver y ser visto en Venecia, Basilea, Art Dubai o en alguna velada del MoMA? ¿Conviven con la ciudad o crean su reproducción del mundo a espaldas de ella? ¿Acaso necesita Venecia reclamos para atraer visitantes? ¿Una periodicidad bienal es suficiente para que surjan nuevos discursos o nuevos horizontes? Estas son, entre otras muchas, algunas de las interrogantes que se elevan al cielo de Venecia en vísperas de la cita artística más multitudinaria del mundo. Por otra parte, todos coinciden en señalar que la ventaja de esta edición ha sido el tiempo. Contar con un año más ha sido indudablemente beneficioso para que los proyectos presentados estén más maduros y sean más ambiciosos. Lo constatan las comisarias de la muestra principal y la del pabellón de España. Y una última pregunta demoledora: si desapareciera esta muestra internacional, ¿sería necesario reemplazarla?

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