La larga fascinación francesa por la Semana Santa de Sevilla: de los viajeros románticos al turismo actual



Portada del número del 28, de marzo de 1891, de la revista francesa ‘Le Petit Journal’, dedicada a la Semana Santa de Sevilla.

Cuentan las crónicas que en la Semana Santa de 1860 el Ayuntamiento de Sevilla gastó 10.000 reales en un fastuoso monumento eucarístico para el Jueves Santo que sirviera de reclamo para el foráneo que viniera verlo. El fenómeno no era nuevo: ya en 1604 se había producido la conversión del rito religioso en espectáculo al ser obligadas las cofradías incluir en su recorrido una parada en la catedral siguiendo un itinerario común, lo que dio lugar al nacimiento de la Carrera oficial (recorrido obligado de las cofradías). Se prendió así la primera chispa de una llama que culminó en el siglo XIX cuando, además de espectáculo, se quiso que las procesiones fueran también atracción turística. Un siglo y medio después, tras dos años de parón por la pandemia, la ciudad parece volver a poner en la Semana Santa todas sus esperanzas de recuperación turística y económica.

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Los poderes civil y religioso comenzaron a entender desde 1800 que la Semana Santa de la ciudad de Sevilla podía ser también un reclamo para los visitantes y, como consecuencia, una buena fuente de ingresos para la ciudad. Se empezó a cobrar por ver los pasos en sillas y palcos, tribunas entonces pensadas específicamente para que los extranjeros pudieran disfrutar de las procesiones en primera línea. Y entre los visitantes europeos, fue sin duda la intelectualidad francesa la que más rápido cayó fascinada por lo que el escritor Joseph Peyré bautizó como “los ocho días sagrados de Sevilla”. Habitantes de un país asentado ya sobre bases contemporáneas, franceses ilustrados llegaban hasta el sur de España atraídos por un mundo singular, “diferente y desusado, donde era posible hallar aún el pintoresquismo y el color local que ya se habían esfumado en tantos otros territorios europeos”, relata el filólogo e historiador Juan Villegas Martín en La pasión francesa. La Semana Santa de los viajeros francófonos, que acaba de publicar la editorial El Paseo.

Una de las primeras miradas francesas que se proyectan sobre la Semana Santa sevillana y que recoge Villegas Martín es la del joven farmacéutico Sébastien Blaze de Bury, que entraría en España con la Gran Armada de Napoleón en los años de la Guerra de la Independencia. Pasó parte de su estancia en Sevilla, donde conoció las celebraciones de la Pasión, “de las que nos ha dejado descripciones y comentarios inestimables”, comenta el autor. El farmacéutico asistió a la Semana Santa de 1810 y se sintió enseguida atraído por las procesiones de aquel año, en el que solo salieron tres cofradías, a las que definió como “un objeto de asombro para los extranjeros”. Relató Blaze de Bury incluso que el rey José Bonaparte se encontraba en la ciudad y que formó parte de una procesión. “Habiéndose difundido por Sevilla el rumor de que las guerrillas españolas podrían haber entrado en la ciudad, los franceses llegaron a temer que los presuntos ejércitos de nazarenos de las procesiones pudieran dar cobertura a algún complot, ya que les hubiera sido fácil llevar armas ocultas bajo sus ropones”, escribe Villegas Martín en su libro.

Grabado del Nazareno del Silencio realizado por Gustave Doré, erróneamente rotulado ‘Un paso à Séville: Jesús Nazareno del Gran Poder’, que ilustra el libro ‘Viaje por España’, de Jean Charles Davillier, publicado por entregas entre 1862 y 1873 en la revista de viajes ‘Le Tour du Monde’.

Fue igualmente clave la figura de Antoine de Latour, secretario del duque de Montpensier, Antoine de Orleans, que estaba casado con la infanta María Luisa de Borbón (hermana de Isabel II). Latour vivió en Sevilla en los años en los que la ciudad pasó a llamarse la Corte Chica, por la influencia que ejercía el duque y la competencia que estableció con la villa y corte madrileña, en la que no faltaron conspiraciones contra su cuñada la reina. Son curiosas algunas afirmaciones de Latour acerca de la fiesta sevillana, como cuando contrapone “el carácter marcadamente católico de la Semana Santa de Roma con el espíritu de exhibición popular que observa en Sevilla”, apunta Villegas Martín. Hablaba el francés de una “curiosidad frívola” que arrastraba al pueblo en masa hacia las iglesias, así como de un “vano entretenimiento de los sentidos”.

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Y es que, asegura Villegas Martín, “no debemos hablar solo de fascinación, pues hay miradas muy críticas contra la fiesta”. Están, en línea con Latour, los clérigos galos que se escandalizan por lo que consideran idolatría, un “carnaval religioso”, mientras que otros también sacerdotes están felices de hallar una ciudad donde la religión ocupa un lugar en la vida que ya en Francia hace décadas que se ha perdido. Entre los fascinados destaca el pintor Eugène Gallois, seducido por los valores plásticos de un espectáculo que se sale de lo ordinario. “La procesión en plena noche le parecía una serpiente de fuego que se deslizaba por las calles”, relata Villegas Martín. Y entre los que lanzan una mirada más intelectual, Émile Maruéjouls, que buscaba interpretaciones sociológicas a la fiesta y que se dedicó a transcribir las saetas que oía cantadas a pie de calle, desde el seno de la muchedumbre.

También la prensa francesa del XIX sintió fascinación por la Semana Santa de Sevilla, hasta el punto de que las crónicas de las procesiones se convirtieron casi en un género literario. “Al menos periodístico, pues sobre todo a finales del siglo XIX y en el siglo XX se hace común en la prensa la aparición de columnas o artículos sobre el tema, invariablemente denominados La Semaine Sainte à Séville”. Son también muy interesantes las series de relatos ―del tipo novelas por entregas― u otras creaciones literarias (novela policíaca, poesía…) que utilizan como escenario la Semana Santa sevillana. Citemos como botón de muestra L’Amour qui tue (1937), de Félix Léonnec, donde se relatan los trágicos amores de un aristócrata miembro de la hermandad de la Macarena con una cigarrera devota de la Virgen de la Victoria.

Dibujo de Gennaro D’Amatto que ilustra la representación del ajusticiamiento de Judas en un patio de vecinos de Sevilla a finales del siglo XIX, publicado en 1899 en la revista ‘L’Illustration, Journal Universel’.

En este contexto, el barón Jean-Charles Davillier, hispanista, coleccionista e historiador del arte y amigo de los pintores Fortuny y Federico de Madrazo, emprendió un largo viaje por España en 1862 junto al pintor Gustave Doré, que lo llevó a conocer, entre otras localidades, Sevilla y su Semana Santa. Sus andanzas se imprimían por entregas en la editorial Hachette, que por aquel entonces publicaba la famosa revista de viajes Le tour du Monde, convirtiéndose en 1875 en el célebre libro titulado Viaje por España.

En el siglo XIX la cofradía que más atraía a los viajeros franceses, apunta Villegas Martín, era la del Santo Entierro, “tal vez por su amplio y variado cortejo donde no solo había imágenes, sino también representaciones vivas”. En el último cuarto del XIX ya despuntaba la fascinación por la Macarena y su significación popular. Y hay también curiosas denominaciones: algunos llamaban al Cristo del Cachorro “Le Petit Chien”, en una extraña traducción.

La pasión francesa por la Pasión sevillana alcanzó, pues, a pintores, escritores y periodistas durante todo el siglo XIX y el XX, pero el cine no permaneció ajeno a este embrujo. Los hermanos Lumière, en sus años experimentales, traspasando lenguajes artísticos, dejaron también testimonios muy importantes, con la cinta que aún se conserva de la grabación de la salida del paso de Nuestro Padre Jesús de las Penas de la Hermandad de la Estrella en 1898. Estas imágenes fueron un paso más en la internacionalización de la fiesta, que ha seguido creciendo hasta hoy. “Su capacidad para conmover, su sentido de lo extraordinario, la familiaridad entre los hombres y los dioses, y tantos otros rasgos irrepetibles de la Semana Santa de Sevilla siguen siendo motivo de fascinación para las retinas llegadas desde fuera”, asegura Villegas Martín.

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