Cinco deportes para desconectar del ajetreo de la vida moderna

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La meta al final de la carrera ya no son unos glúteos bonitos ni unas venas bien marcadas en los antebrazos. Sí, hay incontables entrenamientos de fitness en YouTube que aúllan: “¡Quemar, definir, tonificar!”. Pero incluso los anuncios con mensajes como: “Si quieres unas piernas estilizadas… ¡[Nombre del centro] es para ti!”, parecen ahora obligados a incorporar matices. “Nuestro objetivo es un estado de ánimo positivo”, aclaran. La industria del fitness y del antiaging está lejos de desaparecer, pero cada vez más personas entrenan por salud: física y mental.

Xabi Sánchez, preparador especializado en el control del movimiento, asegura que en los últimos años el público busca “más salud que estética. Después de la pandemia, la gente se acerca al ejercicio de forma vital, para encontrarse bien”. La actividad física es una píldora contra la ansiedad y el sedentarismo del circuito coche, silla, móvil. Se receta en consultas médicas y gabinetes psicológicos. Uno enferma cuando no se mueve, y el movimiento da vida. Mientras la imagen exterior se acelera, en el interior, un batiburrillo de hormonas —serotonina, dopamina, endorfinas— se encarga de que el cuerpo quede pacificado, aliviado y feliz.

En este contexto, deportes como el pádel, la escalada, el pole dance, el animal flow o la calistenia han experimentado un bum en estos dos últimos años. Salir al parque o entablar conversación son un aliciente, pero, sobre todo, el imán de estos deportes es que requieren una gran concentración para su desempeño. La respuesta a la sencilla pregunta “¿qué es lo que más te gusta de este deporte?” de los protagonistas de esta historia es unánime; buscan desconectar durante hora y media. El objetivo de esculpir el cuerpo en nombre de la belleza parece desbancado por otro más útil: aliviar el alma.

Rosi Mendaña, de 64 años, escala una de las paredes del centro Sputnik ubicado en Las Rozas (Madrid).
Rosi Mendaña, de 64 años, escala una de las paredes del centro Sputnik ubicado en Las Rozas (Madrid).Ximena y Sergio

Escalada: la vida está en una roca.

Nunca es tarde para despertar una ilusión. Que se lo digan a Rosi Mendaña (64 años, limpiadora en el centro de escalada Sputnik), que descubrió este deporte a los 50 años. Toda su vida anterior había girado en torno al cuidado de su familia, hasta que un día su hijo le dijo: “Te vas a venir conmigo para que veas que hay más cosas además de la casa”. La llevó a la Pedriza, le preparó una vía (una cuerda para subir) y se hizo la magia: “No la terminé, pero aquello me gustó muchísimo”, explica Mendaña. Tanto, que le pidió a su hijo que le construyera un rocódromo en casa.

Su trabajo como limpiadora en Sputnik llegó después. Su jornada comienza a las ocho de la mañana, pero ella llega 40 minutos antes para entrenar. Prefiere la montaña, pero el rocódromo la ayuda a coger fuerza en los dedos. “Y a trabajar la mente: al resolver un paso tienes que pensar mucho para ver cómo colocas el cuerpo”.

Hace tres veranos, Mendaña alquiló una furgoneta con una amiga de su edad que había conocido en el rocódromo y se fueron a escalar a Asturias. “Desde que conocí este mundo, es como si se me hubiera abierto una puerta. Voy a los sitios y consigo escalarlos, y, aunque pase miedo, porque siempre da repelús, no lo cambio por nada”.

El cantante Gabi Montes (con camiseta blanca) juega un partido con amigos en una de las pistas de pádel de Indie Padel Club (Madrid).
El cantante Gabi Montes (con camiseta blanca) juega un partido con amigos en una de las pistas de pádel de Indie Padel Club (Madrid).Ximena y Sergio

Pádel: jugar a ganar.

Todas las pistas están ocupadas en esta mañana de martes en Indie Padel Club, ubicado en el extrarradio madrileño. El aspecto de Gaby Montes (35 años) no llama hoy la atención. Pero hace 10 años, cuando pisó su primera pista, hubiera impactado a cualquiera. Con tatuajes en piernas y brazos y bigote chillón, el cantante de Sexy Zebras no cumplía con el perfil de estilo de vida adinerado asociado antaño a este deporte.

En noviembre de 2021, las reservas de pistas en Playtonic —la aplicación a la que cualquier persona con pala hace hueco en su móvil— triplicaron las reservas registradas un año antes. La popularidad reciente se debe, según Montes, a que es un juego apto para todos los públicos: “Puedes pesar 150 kilos o 50. Y mientras es difícil juntarse 10 personas para jugar al baloncesto, en el pádel con cuatro ya estás”. Todos en su familia, que lo miraron como un bicho raro cuando pidió su primera pala, juegan ahora.

Pero el cantante, para quien un partido de pádel a la semana es sagrado, no juega ni por el ejercicio ni por el contacto social. “Lo que me gusta es ganarlos”, sentencia. “El pique es lo que me parece divertido, lo que me hace desconectar”.

Lucía Roa realiza una progresión de 'back lever' en un parque del barrio de Montecarmelo de Madrid.
Lucía Roa realiza una progresión de ‘back lever’ en un parque del barrio de Montecarmelo de Madrid. Ximena y Sergio

Calistenia. Saltar y superarse

Lucía Roa (33 años) se mueve por las estructuras de un parque del barrio de Montecarmelo (Madrid) como si llevara haciéndolo años: dominadas, muscle up, chest to bar. Solo lleva cuatro meses. Durante un tiempo fue Roa quien miraba a los grupos de chavales muscu­lados practicar ejercicios al aire libre. Pero la casualidad quiso que un día Ares Calistenia Madrid apareciera en su scroll de Instagram.

La calistenia es gimnasia acrobática de la calle: street workout. Pero ahora algunos centros lo enseñan de forma profesional para acercarlo a todos los públicos, y cada vez más ayuntamientos españoles apuestan por dotar espacios públicos de sus municipios con estas estructuras.

Roa ha sido siempre atlética y durante cuatro años fue adepta al crossfit. Lo dejó en parte por su escoliosis: al trabajar con el propio peso corporal, la calistenia es menos lesiva. “Tengo 33 años y mi objetivo es llegar mejor a los 40″, explica. Por encima de todo, Roa destaca que se trata de “un deporte de retos, mucho más motivador, y muy social”. Cuando empezó en enero, acudía a Ares una vez por semana. Ahora, son tres entrenamientos semanales más dos veces por su cuenta en el parque. “Parece una tontería, pero al final haces amistades”.

Lucía Cortés (derecha) baila en las barras del estudio Pole and More, en Fuenlabrada.
Lucía Cortés (derecha) baila en las barras del estudio Pole and More, en Fuenlabrada. Ximena y Sergio

Pole dance. El vigor de un baile.

Después de ocho años de sevillanas, Lucía Cortés (24 años, auxiliar de enfermería) se cansó y paró. Hace un año, tras un largo paréntesis sin moverse, volvió el baile. Esta vez, sin falda y en la barra. Le pudo la curiosidad de descubrir el estigma detrás del pole dance, un baile con siglos de antigüedad que resurgió a finales de los ochenta en los bares de striptease de Estados Unidos. “Yo lo veía en redes y tenía la intriga de ver cómo era este mundo por dentro”. Cortés agarra sus manos y pies en la barra y gira sobre sí misma. Acaba boca abajo. “La ropa es sexy. Tiene que ser corta para que puedas agarrarte con todo el cuerpo”.

En España, cada vez más centros deportivos ofrecen esta disciplina. Pole and More se encuentra en Fuenlabrada, donde hace un par de años no había ningún centro. Taconeando, Cortés hacía cardio, pero con el pole ha conseguido fuerza en los brazos y aliviar sus dolores de espalda al estirar. Se trabaja sobre todo el tren superior y mucho el abdomen. Más que fuerza, es técnica: saber de dónde debe venir el impulso del cuerpo para moverse en la barra. “Es un deporte en el que estás todo el tiempo pensando ¿qué tengo que hacer aquí?”, explica Cortés, quien nada más comenzar con las figuras deja atrás los nervios de la entrevista y se revela segura y relajada.

Miguel Campo se mueve en R10 Lab Entrenamiento Natural (Madrid).
Miguel Campo se mueve en R10 Lab Entrenamiento Natural (Madrid).Ximena y Sergio

Animal flow. El animal que llevas dentro.

Miguel Campo (39 años) es técnico dental. Pero, desde hace cuatro años, se convierte, dos veces a la semana, en un lagarto. Avanza, replicando el traqueteo de la espina dorsal, por el suelo de R10Lab Entrenamiento Natural, centro que da formación de animal flow a profesionales. Crab reach (alcance de cangrejo), loaded beast (bestia cargada), ape (mono). Rafa Díez, uno de los nueve maestros instructores de esta disciplina en el mundo, dicta animales y los alumnos sincronizan una coreografía. “La clave es el control corporal para saber hacia dónde, cómo y por qué me muevo”, resume.

Campo es inquieto. Hace seis años se aficionó al crossfit hasta que un día fue a levantar 60 kilos y crac: “Me casqué”. Varios profesionales le dijeron que lo mejor era limitarse a hacer ejercicios leves como pilates, no forzar. Pero una fisioterapeuta le recomendó esta disciplina que aúna movimientos tuneados del yoga, la capoeira, el breakdance, el handbalancing y la calistenia. Requiere sobre todo conciencia en el mínimo detalle de cada movimiento. Quizás por eso, lo frecuentan en especial tanto bailarines y actores como enfermeros y médicos. Muchos, como Campo o Díez, padecen lesiones. “Cuando se te pasa la fiebre de hacer ejercicio para la piscina, empiezas a buscar movilidad para ganar en calidad de vida”, determina Campo.


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