Colas en La Habana para emigrar, el negocio de la angustia cubana y un gurú llamado Leonardo Padura

”Compadre, ¿viste la que se formó en la Embajada de Panamá?”, me dice Lázaro cuando lo recojo en el parque Trillo, frente al antiguo cine Strand, donde antes ponían películas de Fellini y Wajda.

Después de la crisis del Periodo Especial, el lugar se convirtió en un antro llamado el Palacio de la Rumba y allí solíamos ir los martes a escuchar al Septeto Habanero, gloriosa agrupación cubana a la que siempre pedíamos que cantara Cómo está Miguel, ese antológico son que en su estribillo recomienda: “Si quieres alegrar tu corazón / y que en tu alma la tristeza disminuya / escucha al Habanero que no hace bulla / y luego, si quieres, te tomas un ron”.

La pasamos tan bien allí tantas veces con el Habanero, que se nos quedó la costumbre de quedar frente a este local del barrio de Cayo Hueso cuando salimos juntos a “cazar historias”. La de hoy es tremenda y desgarradora, o al menos así lo vemos nosotros, por eso, para amarrar la congoja, pedimos una línea de ron antes de arrancar hacia la Embajada panameña.

La misión queda en plena Quinta Avenida, a la altura de la calle 24, y cuando llegamos ya un cordón policial impide el paso, pero nos colamos. En el parque Zapata, frente al Consulado de Panamá, hay congregada una multitud de jóvenes con rostro preocupado. Son cientos de personas, muchas con documentos en la mano, y de pronto el grupo comienza a gritar a una:

“¡Queremos viajar!¡Queremos viajar!”

El mensaje es atronador, y va dirigido a los diplomáticos panameños para que salgan a dar explicaciones. El miércoles, la nación centroamericana anunció sorpresivamente que a partir de este domingo todos los cubanos que pasen por sus aeropuertos con destino a otro país deberán obtener un visado de tránsito ―un trámite que tarda al menos 15 días y cuesta 50 dólares―. El Consulado fue rodeado de inmediato por cientos de personas angustiadas, que el viernes allí seguían acampadas.

La cosa tiene su antecedente: en noviembre de 2021, el Gobierno nicaragüense eliminó el visado de entrada para los ciudadanos cubanos, y desde entonces miles de personas se han marchado de la isla rumbo a Managua con el propósito de seguir viaje a Estados Unidos.

Los datos del Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) de Estados Unidos hablan por sí solos. Desde el pasado mes de diciembre, más de 20.000 cubanos han entrado a territorio norteamericano de forma irregular por la frontera mexicana, casi 15 veces más que en el mismo periodo del año anterior.

”La gente no aguanta más, se va masivamente por cualquier lugar, aunque les cueste carísimo y arriesguen su vida. Es dramático”, comenta Lázaro.

Hablamos con unos jóvenes de Holguín que están en el tumulto. Dicen a la cara que “en Cuba no se puede vivir” y nos enseñan su reserva de avión. Como hay pocos vuelos directos entre Cuba y Nicaragua y tenían miedo de que la llamada “ruta centroamericana” se cerrara, compraron un boleto La Habana-Panamá-San Salvador-Managua. Les costó 3.400 dólares a cada uno (equivalentes a cuatro viajes de ida y vuelta a España), que pagó su familia en Miami.

Su pasaje era para el 13 de marzo, pero con la nueva regulación panameña ya no podrán volar y es un billete no reembolsable, dicen. Como ellos, la mayoría de la gente aquí reunida pide a Panamá que la medida no entre en vigor hasta abril, para dar tiempo a los que ya tenían el viaje en marzo.

“Es una estampida”, se duele Lázaro, a quien se le han ido amigos, vecinos, familiares y dos exesposas en los últimos años. Dice que al lado de su casa vive un amigo babalawo, sacerdote de la santería, que tiene la consulta llena. “Muchos de los que pretenden marcharse hacen brujería para que el viaje se les dé. Todos los días allí sacrifican gallos y palomas para que los orishas los protejan y no tener problemas en el trayecto”.

Lázaro se pone en plan paternalista con los holguineros, les explica que el riesgo de irse brincando fronteras es demasiado alto: “Todo está lleno de mafias y coyotes, y además existe la posibilidad de que os deporten de vuelta a Cuba”. Los chicos escuchan, pero le rebaten: “Lo importante es salir de aquí cuanto antes, luego ya veremos”.

Llegados a este punto, y como el mensaje no cala, Lázaro me lleva al cercano restaurante El Aljibe y pedimos otros dos rones. Quiere que llame al escritor Leonardo Padura, autor de Como polvo en el viento, la gran novela del exilio cubano posterior a la Revolución. Lázaro lo considera su “gurú”, más en este jodido tema.

El escritor cubano Leonardo Padura posa para una foto en su barrio luego de conversar con EL PAÍS durante una entrevista, el 18 de agosto del 2020, en La Habana.
El escritor cubano Leonardo Padura posa para una foto en su barrio luego de conversar con EL PAÍS durante una entrevista, el 18 de agosto del 2020, en La Habana.Yander Zamora

Dice Padura desde el barrio de Mantilla que ve cada vez que puede los noticieros de la televisión y que allí escucha hablar de un país. “Pero salgo a las calles de mi barrio, o de cualquier barrio de La Habana, y veo y me hablan de un país diferente, como paralelo. Ese país de la calle es un país agobiado, al borde de la desesperación por la falta de casi todo”, señala.

“La gente lleva dos años viviendo en función de las colas para comprar lo que aparezca, y oigo a casi todo el mundo quejarse de que el dinero no le alcanza ni para empezar. A nadie debería extrañarle entonces que haya tanta gente, de cualquier edad y condición, buscando la forma de irse de ese país real, de largarse hacia cualquier parte, por cualquier vía”, asegura.

Lázaro comparte al 100% el diagnóstico de Padura, y con la voz aguardentosa se pone a maldecir en voz alta al Gobierno por “la situación a la que hemos llegado”. También la coge con rabia contra quienes llama “los negociantes de la angustia cubana”: aquí incluye a las compañías aéreas que están haciendo el agosto con las necesidades de la gente y el ansia por marcharse ―hoy un viaje a Managua, por la ruta que sea, no baja de 3.000 dólares―; a los polleros que cobran por trayecto para pasar las fronteras; a los abogados que se especializan en sacar a los emigrantes cubanos de las dependencias de migración en México cuando estos son capturados; y también a embajadas como la de Panamá, “que le hacen la vida más difícil a los cubanos y quieren cobrarles 50 dólares por un visado de tránsito que no exigen a nadie más”.

Según datos que ha buscado en internet, salir de Cuba rumbo a Nicaragua, pagar transportes y a los coyotes para cruzar las diversas fronteras hasta México, más los correspondientes sobornos para llegar a Estados Unidos, cuesta entre 8.000 y 10.000 dólares por cabeza. “Por desgracia, el dolor cubano es un buen negocio para toda esta gente”.

El periódico oficial Granma admite que hay un “incremento sostenido de la emigración irregular” y también da la noticia de la repatriación de un centenar de personas. Pero responsabiliza a Washington de estimular este flujo al mantener vigentes leyes como la de Ajuste Cubano, que concede beneficios a los emigrantes de la isla que logran llegar (aunque con muchas más restricciones que antes), y de no cumplir con los acuerdos migratorios firmados entre ambos países, que establecen que Estados Unidos concederá un mínimo de 20.000 visados de emigrante al año.

Regresamos a Cayo Hueso y la cola frente a la Embajada de Panamá sigue en llamas. Igual de caliente está la cosa en la tienda que queda frente a la casa de Padura. Al bajarse del carro, frente al antiguo cine Strand, Lázaro recuerda un poco chispeado el son glorioso del Habanero: “Si quieres alegrar tu corazón/ y que en tu alma la tristeza disminuya…”. Y nos despedimos hasta mañana.

Por la noche me llama. La Embajada de Panamá anunció que pospone la entrada en vigor del visado de tránsito para los cubanos hasta el 16 de marzo. “Los holguineros se salvaron. Mañana hay que brindar”, exclama.

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