Coleccionar fotografía contemporánea también es una forma de solidaridad

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También en el arte contemporáneo, poco a poco, las cosas vuelven a su ser. O al menos vuelven. Varias galerías han abierto de nuevo sus puertas en los últimos días. En algunos casos para retomar el asunto en el mismo punto en que lo dejaron, como Elba Benítez con la muestra dedicada a Ignasi Aballí o la de Francesc Ruiz en García Galería. En otros, se ha optado por regresar con nuevas exposiciones, desde la colectiva que presenta The Goma hasta la individual de Juan Francisco Casas en Fernando Pradilla, aunque las lógicas restricciones de aforo hayan alterado por completo la vieja experiencia de la inauguración. En paralelo, muchas galerías mantienen las innovadoras iniciativas online que lanzaron al decretarse el confinamiento, lo que incluye exposiciones virtuales y encuentros digitales con los artistas.

“Hablan 14”, de Beatriz Dubois, collage sin pegamento.

Programa Taide, una plataforma de gestión cultural y producción artística fundada en 2018 por Zoraya Ghanem y José Luis Guijarro, ya desarrolló el pasado mes de mayo una campaña llamada #busyARThome, que comercializaba obra de artistas emergentes por un precio único de 200 euros. Ahora da un paso más con la iniciativa Reset: Tales from the Vanguard, por la que han invitado a una selección de artistas nacionales e internacionales a reflexionar sobre las consecuencias de la covid-19.
Cada uno de ellos aporta una pieza que se comercializa por un precio que oscila entre los 1.200 y los 5.000 euros, cantidades nada elevadas para el segmento. Sin embargo, los interesados deben solicitar los importes individuales a través de un formulario, ya que no se indican en la página web. Según los responsables, esto se ha hecho con un fin: “Queremos evitar que se desvíe la atención de la obra, el discurso conceptual de la misma y la reflexión de cada artista en relación con esta crisis”. Porque el punto diferencial frente a otras iniciativas de comercialización de arte en línea consiste en que se ha solicitado su opinión acerca de la crisis sanitaria, no solo a través del propio trabajo artístico, sino también con la aportación de un texto de su puño y letra.

“5º C (Lope de Rueda, 31)”, de Javier Rodríguez Lozano. Óleo sobre lienzo.

“La creación artística siempre ha reaccionado a los escenarios de crisis o guerras”, explica José Luis Guijarro. “Y han sido precisamente las nuevas generaciones de artistas quienes más han avanzado las características de los nuevos tiempos a través de sus obras y manifiestos. Además, dada la dimensión mundial de la pandemia, era oportuno otorgar un rango internacional y una mirada global al proyecto, por lo que decidimos incorporar artistas latinoamericanos”.
El resultado se presenta a través de la plataforma en dos fases diferenciadas: están disponibles desde ayer 3 de junio las obras y textos de 10 artistas seleccionados junto al joven coleccionista Victorino Rosón Díez-Feijóo (hijo del abogado y también coleccionista Victorino Rosón, fallecido en 2016), mientras que el día 15 se dará a conocer el conjunto de creadores latinoamericanos elegidos por la crítica colombiana Celia S de Birbragher, editora de la revista de arte ArtNexus.

“Toxic relationship”, de Josh Rowell. Azulejo portugués sin esmaltar, lechada y base de madera.

Todos los seleccionados en la primera fase que está en curso han nacido entre 1978 y 1990, y varios trabajan con galerías más o menos asentadas, con lo que han abandonado la vaga etiqueta de “emergentes” para aproximarse más bien a otra no menos difusa, la de “media carrera”.
Lo cierto es que –más allá de pequeñas creaciones digitales que se han recopilado en proyectos como Covid Art Museum en Instagram– la voz de los artistas no se ha escuchado demasiado estos días en los que, sin embargo, las opiniones sobre la actual situación y el futuro que nos espera han florecido en medios de comunicación y redes sociales. A veces en exceso. 

“Nō”, de Paul Anton. Escultura a base de poliespán, metacrilato, vinilos y acero lacado en blanco.

Iñaki Domingo (Madrid, 1978), uno de los autores seleccionados, no duda en criticar esta inflación de opiniones en su texto: “Hemos hablado y hemos escrito mucho en estos meses”, valora. Así que aboga por la templanza e incluso por el silencio: “Quizá sea el momento de detenerse de nuevo […], pero en esta ocasión para reconciliarnos por fin con nuestro silencio y así aprender a convivir definitivamente con él”. La fotógrafa Macarena Gross (Madrid, 1982) también se remite al valor de la prudencia al citar a San Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los jesuitas: “En momentos de crisis, quietud”.
Por su parte, el británico Josh Rowell, nacido en 1990, se aventura a realizar un pronóstico sobre cómo cambiará el sector artístico como consecuencia de la covid-19, anunciando que estos cambios pasan por una vuelta a la relación local entre las galerías y sus coleccionistas. Sus palabras revisten cierto optimismo: “Es probable que veamos un cambio de poder dentro del ecosistema artístico tradicional; algunas galerías (y sus artistas) dependían en gran medida de un programa anual de ferias internacionales de arte. Creo que las galerías y los artistas aprenderán a reintegrarse con sus comunidades locales más inmediatas”.

“Distancias relativas”, perteneciente a la serie “Límites”, de Macarena Gross. Tríptico de fotografías impresas con tintas pigmentadas en papel algodón.

Otros artistas, como Filippo Giusti (Livorno, 1990) o Keke Vilabelda (Valencia, 1986) confían en que, más allá del nuevo impulso de lo digital, se mantenga nuestra necesidad de seguir disfrutando de las experiencias sensoriales reales, entre las que el arte posee un especial potencial transformador. “Creo que la pintura y la escultura pueden tener un papel crucial, reafirmándose como objeto matérico y de pensamiento”, explica Vilabelda, que aporta una pintura al programa. “La experiencia artística no es meramente conceptual, sino que tiene que ver con lo corporal y lo háptico (la relación del sentido del tacto con la vista y el oído)”.
Después de todo, sabemos por experiencia que los grandes traumas colectivos, como las guerras o las pandemias que se han sucedido a lo largo de los tiempos, tienen consecuencias en todos los ámbitos. Y a veces esas consecuencias se presentan de un modo tan inesperado que solo los historiadores pueden desentrañarlas pasado un tiempo. Pero también es cierto que hay cosas que nunca cambian. Quizá esta idea la represente mejor que nadie la frase con la que abre su texto el pintor Hugo Alonso (Soria, 1981): “Son tiempos extraños, como siempre”.


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