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Como China busca cambiar el orden mundial poderío económico relativización de los derechos humanos y lazos con el sur global

Ceremonia de clausura del XIX congreso del PcCh, celebrado en Pekín en octubre de 2017, con Xi Jinping en el centro.Andy Wong (AP)

Tras décadas de crecimiento con un ritmo y características con escasos parangones en la historia, China es hoy, indiscutiblemente, una potencia global. Como afirma la estrategia nacional de seguridad de EE UU publicada esta semana por la Administración de Joe Biden, el gigante asiático “es el único país con, a la vez, la intención de reconfigurar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para impulsar ese objetivo”.

El congreso del Partido Comunista de China (PCCh) que se celebra a partir de este domingo perpetuará pues a Xi Jinping al frente de una superpotencia del siglo XXI y abre el paso a la profundización de la estrategia más asertiva en la arena internacional con respecto a etapas anteriores que este líder ha apadrinado en la última década.

El marco general resulta claro. La propia narrativa oficial, aunque por lo general prudente y elíptica, ofrece pistas reveladoras de las intenciones de fondo, como la idea del “rejuvenecimiento” colectivo que permita al país recuperar su lugar histórico, a veces asociado con el concepto de Reino del Medio, de potencia central. O como la declaración conjunta firmada con Rusia en febrero, en la que se expresa un explícito rechazo a la acción del bloque occidental y se promueve una relativización de los conceptos de democracia y derechos humanos.

¿Qué tipo de orden mundial desea China? ¿Cómo proyecta su influencia a escala global? ¿Hasta dónde ha llegado y cuáles son los límites de su acción internacional? Y, por último, la más importante, pero imposible de responder: ¿perseguirá sus objetivos con un reformismo internacional contenido, o en algún momento optará por la confrontación? Las respuestas a estas preguntas conciernen a los ciudadanos de todos los países del mundo, con una intensidad que será cada vez más tangible en las próximas décadas. A continuación, algunas claves para orientarse en un asunto de extraordinaria complejidad, que abarca prácticamente todos los aspectos de la vida moderna.

¿Qué orden mundial quiere Pekín?

“El PCCh tiene una visión muy arraigada, que no es específica de Xi, y que consiste en devolver a China la condición de superpoder, de poder global, que tuvo en el pasado”, dice Helena Legarda, analista principal del Instituto Mercator para Estudios sobre China y especialista en materia de política exterior y de defensa de Pekín. “En paralelo a ese reposicionamiento, Pekín quiere liderar una reforma del orden global, como ha dicho Xi en muchas ocasiones. Un orden que ahora percibe como basado en principios occidentales y dominado por Occidente”, prosigue la experta. Es en contraposición a ese percibido unilateralismo occidental que hay que leer la constante invocación de Pekín de un multilateralismo justo y sin interferencias en asuntos internos.

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Muchos expertos consideran que una clave central de interpretación del cambio que busca Pekín es cristalizar un orden político internacional en el que derechos humanos y libertades individuales sean marginalizados o relativizados, en favor de un sistema centrado en la relación entre Estados, basado en el derecho de las naciones. Legarda comparte esa lectura.

“El carácter universal de los derechos humanos debe contemplarse a través del prisma de la situación real de cada país en concreto, y los derechos humanos deben protegerse de acuerdo con la situación específica de cada país y las necesidades de su población”, afirma la mencionada declaración de Xi y Putin del pasado febrero. “No existe un modelo único para guiar a los países en el establecimiento de la democracia. Un país puede elegir las formas y los métodos de poner en práctica la democracia que mejor se adapten a su situación particular”, sostiene el texto en otro pasaje.

Otra cosa es el orden económico. En este apartado, Pekín es mucho más continuista. “China es un pilar del capitalismo global”, dice Nicholas Loubere, profesor de la Universidad de Lund especializado en la proyección global de China. “Ve su desarrollo a través de la lente de una mayor integración en ese sistema. Por tanto, en este apartado, no es de ninguna manera una fuerza revisionista, más bien al contrario, empuja para avanzar en esa senda. Dicho esto, naturalmente el hecho de que no busque subvertir el orden económico global no significa que no haya potencial para conflicto o incluso guerras en el futuro”, comenta Loubere, que es coautor del libro China global como método (Cambridge University Press).

¿Cómo proyecta su influencia a escala global?

Es este un emprendimiento tan gigantesco y multifacético como el país que lo lleva a cabo. En él, sin duda destaca la gran palanca de la forja de relaciones o proyección de influencia a través de la potencia económica pura.

Por un lado, se halla el muy comentado instrumento de los incentivos. Un esquema que tiene como emblema la Iniciativa de la Franja y la Ruta [o nueva Ruta de la Seda], que promueve un enorme abanico de inversiones y proyectos infraestructurales en otros países (puertos, ferrocarriles, autopistas, pero también fibra óptica, minas…), sobre todo en el sur global. En la estrategia china esto permite estrechar lazos con esos países, ofrece oportunidad de actividad económica a sus propias empresas, cimenta la proyección china en infraestructuras clave así como el acceso a materias primas estratégicas.

El reverso de esta palanca es la faceta coercitiva. El uso de la posición dominante en el sector manufacturero, el del procesamiento de muchas materias primas, o en ciertos sectores tecnológicos, para obtener que otros países hagan, o no hagan, cosas. Es el caso de la presión comercial aplicada contra Lituania después de la decisión del país báltico de ampliar relaciones diplomáticas con Taiwán. La creciente fuerza de China no ya en el sector manufacturero tradicional, sino en apartados tecnológicos punteros como la inteligencia artificial, el 5G, la computación cuántica o las tecnologías verdes pueden reforzar este vector.

Todo esto es cada vez más explícito. Legarda recuerda cómo un portavoz gubernamental citó una vieja canción china, que reza: “Para los amigos tenemos buen vino, y para los lobos tenemos escopetas”.

En el plano más estrictamente político, Pekín actúa en distintos niveles. En el seno de las instituciones internacionales, se mueve para adquirir en ellas mejor posicionamiento y “reformular la definición de conceptos clave en la gobernanza global”, según apunta Loubere. “Un ejemplo es el intento de redefinir los derechos humanos en el sentido de incluir el derecho al desarrollo, lo que puede permitir a China posicionarse como impulsora de derechos humanos pese a todo lo que hacen contraviniéndolos en su definición actual”.

También actúa para plasmar estándares y normas en los sectores en los cuales todavía no están bien definidos, por ejemplo, ciberespacio, espacio exterior, etc. Pero luego hay un plan externo a las instituciones internacionales, que aborda la conformación de nuevas redes de relación. Legarda esboza dos niveles en este sector.

“Por un lado, se sitúa el fomento de organizaciones alternativas que China ha impulsado o en todo caso domina, como los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái o la constitución del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras”, argumenta la experta. “Por el otro, se hallan iniciativas de corte global, de rasgos difusos, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la de Desarrollo Global, la de Seguridad Global”.

Esta estrategia se enmarca en la que Legarda define como aversión de China a las alianzas formales. “Salvo, en cierta medida, con Corea del Norte, no tienen alianzas estructuradas como las entiende Occidente, porque no las quieren, porque temen verse expuestos a compromisos complicados”, dice.

Toda esta proyección política tiene como eje de desarrollo destacado el Sur Global. “Esto entronca mucho con la ideología maoísta de China como líder del tercer mundo. Es una ambición de liderar y a la vez ser modelo”, dice Loubere. Ahí, pues, se libra una parte fundamental de ese pulso geopolítico con Occidente. ¿Qué propuesta de orden mundial preferirán los muchos países de esa parte del mundo? ¿La interpretación de relaciones, democracia y derechos humanos de Occidente o la que promueve China, con Rusia, y otros? Es este un campo de batalla política de gran relevancia.

Hay otros planos en los que China cultiva su proyección global, aunque probablemente menos significativos que los anteriores. En el militar, por ejemplo, ha aumentado mucho su contribución a misiones de mantenimiento de paz. En el del llamado poder blando, ha tratado, por ejemplo, de aprovechar la pandemia y ciertos malos reflejos de Occidente al principio para presentarse como potencia dispuesta a la ayuda sanitaria o humanitaria. En el plano diplomático, Pekín impulsa un giro de comportamiento con una actividad de sus enviados bastante más agresiva que en el pasado, manifestando de forma más explícita su disgusto por cuestiones que no se alinean con sus intereses.

¿Cuáles son los límites de esta proyección?

Los avances de China en la escena global durante las últimas décadas han sido enormes. Sin embargo, ello no significa que no siga afrontando claras dificultades para alcanzar completamente sus objetivos.

Por un lado, las circunstancias actuales evidencian la gran distancia que hay entre las redes gaseosas que cultiva China frente a las alianzas formales de Occidente, que han mostrado un elevado grado de unidad. La apuesta de Pekín por cerrar filas con Moscú, sellada en la mencionada declaración conjunta, que abogaba por una relación “sin límites”, se está demostrando posiblemente más un problema que un activo. Los demás círculos de acción no llegan en ningún caso al nivel de auténtica coordinación estratégica. Así, aunque China siga creciendo, el peso conjunto de ese Occidente cohesionado sigue siendo considerablemente mayor.

Por otra parte, también la estrategia de utilizar como palanca su fortaleza económica tiene límites. Precisamente lo ocurrido con Rusia ha abierto los ojos a decenas de países occidentales acerca de los riesgos de tener una excesiva dependencia de un país que es adversario estratégico.

Como señala Loubere, “China se halla demasiado en el corazón del sistema económico global como para plantear un desacople”. Pero sí es posible una reducción de la dependencia, una reorientación de las cadenas de suministro hacia “países amigos”, según la terminología de Janet Yellen. La Comisión Europea, por ejemplo, ha lanzado recientemente una iniciativa para reducir la dependencia en cuanto a materias primas estratégicas. Y Washington avanza decidida en una batalla para limitar el acceso de las empresas chinas a tecnologías clave, como demuestra la reciente nueva medida restrictiva en materia de chips.

También la faceta de inversiones, créditos, construcción de infraestructuras muestra algunos límites. “No siempre se generan los beneficios económicos prometidos, hay problemas de gobernanza, de estándares ―por ejemplo, medioambientales― de sostenibilidad de las deudas”, apunta Legarda. A veces brota rechazo hacia unas elites locales consideradas cautivas y/o expoliadoras de los beneficios vinculados a la relación con China.

En términos militares, China está a mucha distancia de tener una capacidad de proyección global como la que tiene EE UU. Ha abierto una base en Yibuti, pero al margen de eso prácticamente es una fuerza que solo cuenta con sus plataformas nacionales.

Además, en cuanto a la faceta de poder blando, el atractivo de un modelo que saca de la pobreza a cientos de millones de personas se ve sin duda empañado por distintos factores, desde las dificultades para controlar definitivamente la pandemia que obligan a brutales medidas de confinamiento, hasta una represión cada vez descarnada que dudosamente generará admiración. En ámbito cultural y de entretenimiento, la penetración global china es todavía limitada.

Conclusión

El ascenso chino ha tenido dos fases. La primera, marcada por la filosofía de Deng Xiaoping, del esconderse y ganar tiempo. La segunda, de la era Xi, con un papel más asertivo, pero aún así contenido, sobre todo en comparación con el asalto frontal al orden internacional perpetrado por el régimen de Vladímir Putin. Está por ver qué rumbo elegirá Xi en la nueva fase de su periodo de mando, entronizado más allá del periodo decenal que venía siendo habitual y situándose de alguna manera a la altura política de Mao.

Algunos analistas consideran posible que China se mantenga en una senda de reformismo del orden mundial sin extremos de confrontación. En un interesante artículo publicado a principios de año en Foreign Affairs, Elizabeth Economy sintetizó así los argumentos de quienes dudan de esa perspectiva moderada: “Esa mirada no capta el alcance de la visión de Xi. Su entendimiento de la centralidad de China significa algo más que asegurar que el peso relativo de la voz o la influencia de su país en el sistema internacional existente sea representado adecuadamente. Esa visión supone un orden internacional radicalmente transformado”.

Aunque afronte dificultades, como el actual frenazo económico, e incluso si optara por evitar una confrontación descarnada, poca duda cabe de que China ejercerá un empuje gigantesco para alterar los equilibrios mundiales, en un sentido que no será favorable ni a la democracia ni a los derechos humanos tal y como se entienden en Occidente.

Cómo responder a ese desafío, si con un frente de democracias en una lógica bipolar, o con una dinámica de relaciones entre democracias cercana, pero no monolítica, y que establezca aproximaciones propias al reto chino ―de EE UU, de la UE, de los vecinos asiáticos― es uno de lo mayores dilemas políticos de nuestro tiempo. De su resolución depende una parte considerable del futuro de los ciudadanos de todo el planeta.

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