No son tontos

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La democracia, que, pese a sus fallos evidentes, sigue siendo para mí no solo el mejor sistema político, sino el único posible, tiende a mitificar la opinión de la mayoría. Y sí, es verdad que tomar una decisión de forma mayoritaria tiene una legitimidad indudable. Pero esto no impide que los colectivos puedan equivocarse, que los pueblos la pifien al unísono, que las sociedades se suiciden de la mano, plenamente seducidas por el error. Aparte de ese viejo chiste de los dípteros (mil millones de moscas no pueden equivocarse: coma mierda), la historia ha demostrado repetidas veces la existencia de los disparates multitudinarios. El más citado siempre es el de Hitler, que triunfó después de que su partido, el NSDAP, fuera el más votado, aunque no llegó al poder por los votos, sino tras varias carambolas políticas. Hay otros ejemplos más cercanos y por fortuna no tan trágicos (¿por ahora?) del posible desparrame mental de las mayorías, como es el caso Trump, a ratos hilarante, pero en realidad espeluznante.

Ahora bien, que en ocasiones las mayorías se equivoquen clamorosamente no indica que esos votantes sean unos necios. Estoy harta de escuchar ese viejo dicho de la izquierda: “Hace falta ser imbécil para ser obrero y votar a un partido de derechas”. Vale, estupendo, muy bien, izquierda autocomplaciente y egocéntrica, izquierda cimentada en ideologías fosilizadas y no en las ideas, izquierda atomizada en la que cada grupúsculo se siente el no va más de la pureza progresista, sigamos pensando que quienes no nos votan son simplemente estúpidos, ¿para qué molestarse en escuchar a un tonto? Sigamos regocijándonos en lo estupendos que somos, que así nos va.

Ya escribí un artículo diciendo esto mismo cuando Trump ganó las elecciones, para pasmo y desaliento general. “Estados Unidos es un país de descerebrados”, oí comentar a mansalva por entonces. Y dale con lo de desautorizar de un plumazo al oponente convirtiéndolo en un necio sin remisión. ¿Es también la Italia que ha votado a Meloni otro país de mostrencos? En la subida de estos populismos extremistas y neofascistas que se basan en el odio hay una demanda social, un grito que deberíamos pararnos a escuchar.

Sucedió lo mismo en la República de Weimar. Cuando el NSDAP, el partido de Hitler, se presentó a las elecciones en 1928, sólo sacó un 2,6% de los votos, un resultado lastimoso, porque además en anteriores votaciones había llegado a obtener hasta un 6%. Así que era un partido muy pequeño y cayendo. Sin embargo, en 1929, tan solo un año más tarde, hubo nuevas elecciones, y ahí lograron un 18% y se convirtieron en el segundo partido más votado. En 1932 serían el primero, con un 37% de papeletas que abrieron la puerta del infierno, pero lo crucial fue ese cambio de tendencia: ¿qué había pasado en esos pocos meses para saltar hasta el 18%? Pues el crash del 29, que empobreció de manera atroz a la sociedad, como cuenta muy bien Arthur R. G. Solmssen en su novela Una princesa en Berlín: la inflación en Alemania llegó a ser tan brutal que los salarios se pagaban todos los días para que la gente pudiera comprar la comida, y los bancos te comunicaban que los ahorros de toda tu vida se habían volatilizado con cartas cuyos sellos valían más que el dinero de tu cuenta. La clase media empobreció y los obreros se hicieron paupérrimos, y mientras tanto los ricos que habían causado la crisis seguían más ricos que nunca.

¿Les suena? También esta ola actual neopopulista y neofascista se origina en la crisis de 2008 y en su falso cierre, que ha empobrecido a un 25% de la población mundial, mientras que los ricos se han enriquecido más que antes. No, no eran tontos los que votaban a Hitler, ni los que votan a Trump o a Meloni. Eran y son gente que no se siente defendida por el sistema democrático, que se considera maltratada y ninguneada, y que está asustada y furiosa. Y son gente que, por desgracia (y eso forma parte de su legítima demanda y de su furia), suele tener menos información y menos formación, por eso es más fácil confundirlos, por eso se dejan embelesar por la falsa pureza de los manipuladores neopopulistas. Por eso y porque la izquierda tampoco los escucha de verdad, tampoco les habla. Hay que refundar la democracia o acabaremos muy mal.


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