¡Mamaáá! ¡Papááá! Temblamos todos. Estas palabras que habitualmente son tan bonitas para nuestros oídos, nos suenan a truenos cuando vienen marcadas con exclamaciones, arrastrando las últimas vocales. No auguran nada bueno, ya que se acerca una bomba que a los padres nos suele preocupar y desesperar a partes iguales: los hermanos están peleando. No sabemos por qué, qué ha pasado previamente, quién ha empezado la discusión… Lo que sí sabemos es que la mayoría de las veces no tenemos claro cómo reaccionar y qué conviene hacer. ¿Intervenir, dejar que se arreglen ellos, desaparecer del mapa? Los psicólogos nos aclaran que las peleas entre hermanos son normales e incluso pueden traer consigo algunos aprendizajes. Sin embargo, hasta que interiorizamos esto, no podemos negar que nos superan y estresan. “Efectivamente, es un problema que aparece con frecuencia en la consulta. Conflictos siempre van a existir, lo importante es saber cómo gestionarlos”, señala Catalina Muñoz Camós, psicóloga experta en coaching de adolescentes y familia.
Los niños todavía no saben resolver sus conflictos de otra manera. Dependerá de la edad, pero los motivos que originan estos enfrentamientos pueden ser variopintos, desde la posesión de un simple peluche hasta un de territorialidad (habitaciones, lado del salón, etc.). “Discuten mucho, sobre todo, cuando tienen que compartir: los juguetes, la Play, la comida, el ordenador, la ropa, el ruido, el lugar de estudio, el orden… Es fácil encontrar razones, incluso aquellas que permanecen invisibles”, señala la experta. No obstante, otra de las causas más frecuentes que generan peleas son los celos. La psicóloga se detiene aquí para explicarnos que “cada hijo tiene una personalidad, unas capacidades, unos sentimientos y unas necesidades distintas a las de sus hermanos, quienes, por otro lado comparten el amor de sus padres. Esto hace que, a veces, surja otra razón de conflicto: compiten por la atención de los progenitores. Los sentimientos de los niños son naturales y no se les puede negar sentirlos, pero sí limitar algunas respuestas frente a ellos”. Como padres podemos contribuir a que todos esos sentimientos se alivien o se agraven, vayan desapareciendo o se intensifiquen. “Por ejemplo, comparar a los hermanos dispara la competencia y los celos y, por tanto, promueve el conflicto”, acota la coach. Y, además, tras cada episodio, puede quedar en el aire sed de venganza, que mantiene guardado un comodín para una próxima vez.
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Otro detonante es que quizá pasan mucho tiempo juntos. Vale, el roce hace el cariño, pero también puede causar el efecto contrario. De hecho, esto explicaría por qué los pequeños pelean más y peor con su hermano. Un buen reflejo de aquello de donde hay confianza da asco, que luego acaba en un ni contigo, ni sin ti. “Es evidente que a mayor convivencia, mayor la probabilidad de conflicto, al que se añaden las experiencias del pasado, celos y rivalidad que arrastran”. Y, como todos sabemos, este año vamos sobrados de horas de convivencia: los niños han pasado más tiempo en casa y las recomendaciones sanitarias siguen tendiendo a que salgamos menos, lo que sumado a que aún hay parques que siguen precintados y llega el mal tiempo. Vamos, la tormenta perfecta.
Intervenir o no
Llegados a este punto, iniciada la batalla campal, deberíamos pensar en qué solemos hacer los adultos. Lo normal es estresarnos tanto que llegamos a enfadarnos, perder la paciencia, mandarlos a su habitación y aumentar aún más la tensión. Al mismo tiempo, muchas veces los niños nos ven como jueces, y la pregunta del millón es: ¿debemos intervenir? Afortunadamente, la psicóloga tiene una respuesta: “en principio, la regla que prevalece es que, en la medida de lo posible, conviene dejar que resuelvan el problema entre ellos”. Está claro que a los niños les resulta más cómodo que el adulto entre en acción y decida, pero aquí nos exponemos a un conflicto mayor porque entonces uno de los ‘contrincantes’ se quedará con la idea de que es el ganador y el otro, el perdedor. A la vez, el padre en cuestión será el ‘poli bueno y justo’ a los ojos solo de uno de los niños, pero del otro no . Si intervenimos en una pelea de hermanos, el resultado será que “dependerán de los padres para solucionar sus problemas, les estaremos negando su capacidad de ver que hay distintos puntos de vista y para resolver los conflictos, y no estaremos favoreciendo su autonomía. Por el contrario, si fomentamos que lleguen a acuerdos, les servirá durante toda su vida, ya que siempre se van a encontrar en posiciones confrontadas”, indica la experta. Pero hay una excepción a la regla: “los niños deben sentirse seguros al lado de sus padres. Si un hermano sufre el abuso del otro hermano, ya sea físico o verbal, tenemos que intervenir. No los podemos dejar desatendidos, necesitan nuestra seguridad. Pero no estaremos interviniendo para evaluar ni juzgar ni para dar soluciones, sino para proteger y facilitar el acuerdo en otro momento”. Si hay agresión física o verbal, la psicóloga nos recomienda establecer límites. Algunas estrategias podrían ser decirles que esto es peligroso, id a vuestro cuarto y lo resolvéis, luego, con más calma. O en esta casa no se resuelven los conflictos insultando.
Una vez iniciada la pelea, si a los pequeños les cuesta empezar su diálogo de reconciliación, la experta en coaching nos invita a darles un primer empujoncito. “Podemos facilitar el camino de negociación, pero recordando que han de ser ellos quienes deben resolver el problema”, sostiene y evoca cinco pasos que proponen las autoras y educadoras de padres Adele Faber y Elaine Mazlish.
- Empezar reconociendo el enfado entre los hermanos: Esta actitud les ayuda a calmarse. Os veo muy enfadados, por ejemplo.
- Escuchar la opinión de cada niño y sintetizarla: Entonces a ti te molesta que…, y tú prefieres que….
- Dar tiempo para que las dos partes refuten: Cada uno tiene que poder expresar su punto de vista.
- Resumir y reconocer la dificultad de resolver el problema: Así que a ti te pasa que… y a ti que…. Sí, es difícil de resolver…
- Expresar confianza en su habilidad para solucionarlo: Confío que entre los dos podáis encontrar una solución y, a continuación, podemos esperar a que lo hagan o incluso nos podemos ir.
Claves para ayudar
Pero para que puedan resolver los conflictos, lo primero que tenemos que hacer los padres, según la experta, es haber hecho los deberes. Esto es enseñarles buenos modales, evitando el insulto o el ataque personal. También a ser persuasivos, ya que la propuesta de uno, tiene que ser apetecible para el otro. Pero lo más importante es que aprendan desde pequeños a “verbalizar cómo se sienten, describirlo, basándose en hechos, en lugar de focalizarse en lo que el otro hace mal. No es lo mismo decir eres una egoísta, pones la música a tope y te da igual que yo tenga que estudiar que con la música no me puedo concentrar, ¿puedes bajar el volumen, por favor?”. Esto último, es un buen inicio para que la otra parte empatice, decida bajar la música o le pregunte cuánto tiempo necesita. “La empatía se aprende y se desarrolla. El niño todavía tiene partes del cerebro sin madurar”.
… Y las cosas que no ayudan
También puede pasar que en la desesperada solución del problema, los padres nos inventemos innumerables recursos y artimañas para detener la pelea. Pero, la psicóloga nos advierte que no es útil:
- Interrogar. ¿Quién ha sido? “Los padres no hacemos de fiscales acusadores. Esta es la típica pregunta que acaba en pío, pío que yo no he sido”, indica la psicóloga.
- Buscar culpables. Buscamos soluciones, no culpables.
- Tampoco hacerlos sentir culpables. ¡Me va a salir una úlcera; ¡que pena me da; Ya eres mayorcito para… La culpa es alimento para el resentimiento hacia quien te la hace sentir.
- Comparar a los hermanos. Podría generar más rivalidad, ira, revancha y lastimar durante mucho tiempo la autoestima.
- Darles la solución. Dejemos que lo hagan ellos.
El lado positivo de las peleas
Esto ocurre solo si los niños, poco a poco, van acumulando una artillería de recursos emocionales y comunicacionales para resolver conflictos, mediante el respeto y la empatía, reduciendo la frustración. La familia es una microsociedad y sirve para el ensayo y error en un escenario similar al del mundo de los adultos, en el que tendrán que desenvolverse. “Me preocupa tanto o más una familia en la que no se discute porque nadie se atreve a plantear un conflicto, quedan indefensos y no tienen capacidad para decir no”, destaca Muñoz, quien también nos dice que hay que vivir el presente y no ayuda preocuparse por si los niños que pelean, se llevarán bien o mal de mayores. “Podría producirse lo que llamamos ‘una profecía autocumplida’. Lo que sí ayuda es pensar que nuestro hijo está aprendiendo a resolver conflictos y en el futuro, será capaz de hacerlo bien”.
Por último, la psicóloga nos recuerda que, cuando analicemos por qué pelean los niños y cómo gestionarlo, no olvidemos que “los padres, somos el modelo de nuestros hijos y debemos fijarnos en la forma en la que nosotros mismos resolvemos los conflictos con los demás, porque ellos nos estarán observando siempre”.
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