Contra el mal


¿Es soportable vivir casi dos años en campaña electoral? Si nada se tuerce, las próximas elecciones generales deberían ser en noviembre de 2023. Hay sin embargo por el camino una cadena de citas electorales autonómicas y municipales que han puesto ya a los partidos en modo campaña electoral permanente. La oposición lo vive con un objetivo: que cada episodio introduzca alguna cuña en la coalición de Gobierno y en la abigarrada mayoría parlamentaria que le sostiene. ¿El Ejecutivo está en condiciones de soportar la presión?

Ciertamente, el primer ensayo de coalición del régimen actual ha estado por encima de las expectativas. El Gobierno ha mostrado una cohesión muy aceptable, ha habido —el caso de Pablo Iglesias, por ejemplo— quien ha sabido apartarse a tiempo, y contra los augurios de los obsesos del bipartidismo, Unidas Podemos se ha integrado con total normalidad al ejercicio constitucional del poder para sonrojo de aquellos inquisidores que ven demonios comunistas por todas partes. Sin embargo, los dos socios del Gobierno ocupan territorios electorales fronterizos, sensibles al trasvase de votos, lo cual les convierte en rivales cuando se oyen tambores de urnas. Y, de momento, el año empieza con una primera prueba que puede marcar la resistencia de la coalición: el alboroto provocado por las declaraciones del ministro Garzón sobre las industrias cárnicas, en vigilias electorales en Castilla y León. Pedro Sánchez ha hecho explícito su enfado. ¿Hasta dónde llegará el pulso?

A André Glucksmann le gustaba decir que el mal es el que funda y que es más fácil ponerse de acuerdo contra un mal que a favor de un bien. Esta es quizás la principal garantía de continuidad de la coalición y de la mayoría que le sostiene. Con el PP sin fuerza para ser alternativa por sí solo, atado a Vox, no hay alternancia, hay dos bloques, que no es lo mismo. Hay voces que insisten en la necesidad de buscar alianzas transversales, de construir a partir de los espacios intermedios. Pero en este momento no existen. Y los que quisieran jugar en este terreno mientras el PP no renuncie a Vox lo tienen imposible.

Angela Merkel lo tuvo muy claro siempre: ninguna concesión a la extrema derecha. Y gobernó en coalición con los socialdemócratas abriendo un camino natural de opciones transversales. Aquí, ¿quién estaría dispuesto ahora a dar al PP (rehén de Vox) los votos que le faltaran para la mayoría como hacían PNV y Convergència en los tiempos de la alternancia bipartidista? Contra el mal. Ahí está la fuerza de la coalición, que sólo el PSOE y Unidas Podemos —por la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias y por el te quito aquí un par de votos— pueden echar a perder. Y no es un buen síntoma que Sánchez se ponga a rebajar la agenda que hubiese completado la singularidad de la coalición. A veces el sueño de la centralidad genera monstruos.

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