Cuando la pandemia enferma a los que curan: “Pensar que la última persona a la que vio esa paciente fui yo era un misil en mi cerebro”

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Marc Tarín, médico de familia.
Marc Tarín, médico de familia.MASSIMILIANO MINOCRI

Un domingo del verano de 2020, el doctor Marc Tarín tocó fondo. Claudicó, dice él. Justo cuando la primera ola menguaba y el coronavirus daba un respiro al mundo, una “bronca doméstica sin importancia” colmó el vaso de su salud mental, recuerda. Y brotaron de repente los problemas de verdad, los demonios y las rumiaciones que había ido acumulando en esos meses aciagos de pandemia: “Mi cerebro estaba bloqueado. No era capaz de pensar nítidamente. Tenía rumiaciones intensas, pensamientos que no son capaces de salir de la cabeza”, relata este médico de familia de 35 años. Rumiaciones como la imagen de aquella mujer con covid a la que, enfundado en un equipo de protección individual, fue a atender a su casa y se la encontró “azul”, sin apenas respiración y con pocos visos de salir adelante: “Eso era un misil en mi cerebro. Pensar que fui la última persona a la que vio: a mí, vestido como un astronauta”.

Tres meses de baja laboral con medicación ansiolítica por ansiedad fueron el resultado de aquella primera ola de la crisis sanitaria para este médico barcelonés con consulta en Martorell. A toro pasado, Tarín asume que se le juntaron varias cosas. Nunca hay un solo motivo. El descontrol generalizado en la atención sanitaria, los pacientes del cupo que se le morían, “el móvil con cientos de mensajes” de familiares y conocidos cada día preguntándole qué estaba pasando, la mudanza temporal de su mujer y su hijo a otra casa para minimizar el riesgo de contagiarlos, la covid que pasó su padre al borde del ingreso hospitalario. Todo suma. “Yo era consciente de que, con la inercia que llevaba, tarde o temprano, claudicaría. Y lo hice en verano, cuando estábamos muy tranquilos”, relata. Nadie los había entrenado para todo lo que vivieron, explica Tarín. Estaban “en guerra”, las emociones se relativizaban y cada uno hacía lo que podía. Hasta que no podían más.

Y como Tarín, tantos otros. La pandemia también enfermó —y no solo de covid— a los que curan y cuidan. La crisis sanitaria ha puesto en jaque la salud mental de los profesionales sanitarios y las consecuencias de dos años en las trincheras pesan en el sector. Un estudio coordinado por el investigador Jordi Alonso y su equipo del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas reveló, tras encuestar a más de 9.000 sanitarios españoles, que uno de cada siete profesionales del sector presentaron un probable trastorno mental discapacitante durante la primera ola de la pandemia. Víctor Pérez, jefe de Psiquiatría de Hospital de Mar y coautor del estudio, explica que la depresión, el trastorno de ansiedad, el estrés postraumático y el abuso de sustancias son los problemas de salud mental más comunes y la sintomatología persiste ola tras ola: “Hay factores que elevan el riesgo. Por ejemplo, los profesionales que tuvieron trastornos mentales previos tienen el doble de posibilidades de desarrollar otro. También ser mujer, joven, enfermera, estar en formación, personas con pérdidas familiares por covid o aquellos que están en primera línea, como en urgencias o cuidados intensivos, tienen más riesgo”.

En el caso de Salvador Espinosa, de 60 años, a la carga de trabajo como médico de emergencias en las ambulancias de Madrid se le sumó la propia enfermedad. Cayó en los primeros días de la pandemia y salió del hospital mes y medio después —tras 15 días en UCI— con daño neurológico y alteraciones respiratorias, enganchado a una máquina de oxígeno y lejos de volver a ejercer de médico en una ambulancia: “Si a ti te dicen que tu profesión, la que amas, no la puedes volver a hacer, ¿qué harías? Lo que te pide el cuerpo es buscar un culpable y yo me pasé un año odiando a todo el mundo. Y no sabes lo que duele odiar”, explica ahora.

Cayó en “un pozo”, apunta. Sin salida. Solo “un odio irracional” a todos. “He gastado miles de pañuelos en soledad. Solo lloraba y lloraba”, recuerda. Hasta que un día pidió ayuda, comenzó con una psicóloga y le diagnosticaron estrés postraumático. “Me ayudó verme a mí mismo, mirarme al espejo. Y volver a esa calle donde atendí a la paciente que yo creo que fue con la que me contagié. Me costó mucho, pero me dijo la psicóloga que volviese a ese portal, me hiciese un selfi y dijese ‘estoy aquí, estoy vivo y ahora, a tirar para adelante”, explica esta facultativo que, aunque no ha vuelto a atender pacientes a pie de calle, ha retomado su trabajo en el área de formación continuada, preparando cursos para los profesionales de emergencias.

El Colegio de Médicos de Madrid ha advertido de que su Programa de Atención Integral al Médico Enfermo ha atendido en 2021 a un 75% más de médicos por patología psiquiátrica que el año anterior: el impacto de la pandemia ha sido mayor, según el órgano colegial, entre neumólogos, geriatras, médicos de urgencias del SUMMA 112 y facultativos de atención primaria.

Salvador Espinosa, era médico de emergencias en Madrid al principio de la pandemia y ahora está en el área de formación permanente.
Salvador Espinosa, era médico de emergencias en Madrid al principio de la pandemia y ahora está en el área de formación permanente.Olmo Calvo

Las experiencias vividas en los últimos dos años son un lastre para los profesionales. Paqui Gutiérrez, técnica en emergencias sanitarias en las ambulancias de Tarragona, todavía se emociona recordando aquellos primeros días de pandemia. Las caras — “por suerte”, dice— son difusas, pero vuelve a verse agarrando una mano de un paciente moribundo o subiendo a una ambulancia a una persona que no volverá a casa. “Era una locura. La mayoría era gente mayor y veías en sus ojos el miedo y que su familia no podía venir y tú sabías que eso iba a acabar mal y que ese paciente no se iba a poder despedir de ellos. No les pongo cara, pero tengo muchas imágenes así”, admite la sanitaria, que a finales de abril de 2020 cogió una baja por ansiedad y la tuvo alejada de las ambulancias hasta febrero del año siguiente.

No podía parar de llorar. “Yo exploté, pero no por la carga de trabajo, sino por el miedo. Fue un cúmulo de cosas: me cambiaban cada día de conductor y eso afectaba a mi trabajado porque un 90% es la convivencia y conocer a tu compañero y yo me sentía insegura. Otro día, un encargado me gritó porque había gastado una mascarilla FFP2 para entrar a casa de una paciente sospechosa de covid, pero como no era un caso confirmado no podía usar la FFP2″, explica esta sanitaria de 44 años. No era tanto el temor a infectarse ella como contagiar a los demás: “Me sentía un virus andante. Mi miedo era llevar la mierda esa a casa”.

Cuando cogió la baja, Gutiérrez se encerró en su casa: dejó de salir, de relacionarse y el remordimiento “de no haber sido capaz de aguantar el trabajo” se la comía por dentro. Tenía pánico a la calle.

Factores de buen pronóstico

Según el psiquiatra Víctor Pérez, la mayoría de los profesionales salen adelante y se recuperan de la enfermedad con abordaje psicoterapéutico y medicación, si es necesario. “Suelen volver a trabajar sin problema, aunque en el estrés postraumático, el acontecimiento vital estresante tiene mucho peso y lo que se aconseja es que vuelvan a otra línea de trabajo, no a primera fila”, apunta. Hay, además, factores de buen pronóstico, como evitar que se cronifique la situación, tener una familia de apoyo, no tener problemas económicos y que las cosas alrededor mejoren.

A Gutiérrez la ayudaron su hermana, su cuñada y otra amiga con un grupo en que hacían vídeos tutoriales y juegos en la red social TikTok. “La consigna era que, estuviésemos como estuviésemos, todos los días teníamos que hacer un vídeo. Yo un día estaba muy mal y lloraba porque pensaba que, con lo que me gustan a mí los conciertos, nunca podría volver a ver una actuación en directo y mis amigos se vistieron de Freddy Mercury y Montserrat Caballé y me enviaron un vídeo cantando la canción de Barcelona. Esas cosas me salvaron la vida”, explica riendo. Esos vídeos y la inmunización: “A raíz de que me pusieron la primera vacuna, empecé a sentirme más segura, con menos miedo. Mi cabeza dio un giro: ya estaba protegida”.

Tras su paso por la Fundación Galatea, que atiende en Barcelona a profesionales sanitarios con problemas de salud mental, también Marc Tarín volvió pronto a su puesto de trabajo, recuperado y “muy bien”, más fuerte. Pero ahora ve el reflejo del Marc del verano de 2020 en las caras de sus compañeros: “Los veo que están en la fase en la que yo estaba. Yo no creo que vuelva a claudicar porque he aprendido a relativizar mucho y mi salud está por encima de mi vocación”. Según un informe de la Organización Médica Colegial, seis de cada 10 médicos sufre burnout —una forma de estrés que se cronifica y genera hartazgo y agotamiento personal, profesional o en la relación con los pacientes— y también un tercio de los facultativos se ha planteado dejar la profesión tras la pandemia.

Las secuelas de la pandemia persisten en el tiempo. Máxime, si la crisis sanitaria no da tregua, apunta Víctor Pérez. “En la primera ola estábamos en un modelo de crisis aguda, como el de las grandes catástrofes, donde primero hay una fase de pánico, como el momento de compra masiva del papel higiénico; luego, la fase del altruismo, la entrega y, por último, una etapa de tristeza y desesperanza que se pasa a los meses y puede volver a empeorar al año. Pero el problema es que con las olas este modelo de curvas no está siendo útil y estamos en un modelo de indefensión aprendida, donde hagamos lo que hagamos, sentimos que irá mal y se parece a una sintomatología depresiva”, reflexiona.

Y estas cicatrices que marcaron especialmente a algunos sanitarios amenazan con aflorar cada tanto. Espinosa, por ejemplo, ha vuelto a contactar con su psicóloga después de varios meses: “No me encuentro bien, estoy un poquito desbordado otra vez y noto que me cuesta dormir y me falta concentración. Hace un rato le he mandado un mensaje a mi psicóloga y le he dicho: ‘Te necesito”.

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