Cuando no queda nada

La Real se dejó la vida a su manera. A este enternecedor grupo de jóvenes le gusta ir hasta el final obedeciendo los ideales que le distinguen aunque se rompan los mandamientos más incunables de una remontada heroica. De colgar balones a diestro y siniestro, nada. Otro estilo. Con todo perdido, Zubimendi para Zubeldia; Zubeldia para Sagnan. Merino a ras de césped buscando a Januzaj. Y así hasta el área del Nápoles, el terreno más ocupado de la historia por centímetro cuadrado. En realidad, escaseaban los motivos para la deslealtad. La Real había conseguido sobreponerse a la estricta vigilancia napolitana, clásica italiana donde las hubiera.

Imanol es de Orio y prefiere una exquisita ración de besugo. Una afición que no está reñida con ganarse el bocado: meter el anzuelo en el cardumen para llevarse el preciado ejemplar. Los arrantzales de la Real salen a faenar donde haga falta. Si tiene que ser en el Golfo de Nápoles, no hay ningún problema.

La Real dio vida al Nápoles fallando en la suerte suprema. El remate. La frontera entre la gloria y la condena. Los italianos son catedráticos en saber definir. A muchos representantes de su prosaica escuela poco les ha importado fusilar el balón aunque haya que dejarse la seda en el vestuario. Así han conquistado las cumbres del fútbol: los Mundiales.

Otro método

En el primer minuto, Merino se quedó en posición envidiable para marcar y tiró con el interior, a las manos de Ospina. Quiso dirigir el balón al ángulo. La Real había salido con el pecho descubierto al diluvio napolitano y para el minuto 12, pudo adelantarse otra vez. Willian
José tenía en bandeja servir el gol a Merino, pero decidió lanzar a puerta con la zurda. Su objetivo fue la escuadra y falló. Demasiad bonito para ser verdad.

Recién sobrepasado el cuarto de hora, Portu se presentó en las puertas del cielo a pase de Willian. Y cuando el único asunto pendiente era depositar en la red el cuero, un gesto equivocado con el interior impidió el cero a uno. Ya en la segunda mitad, con el Nápoles por delante, Merino fue el reflejo de toda una tarde de compasión. Se apoderó del balón, abrió a la banda y llegó al balcón del área. Un recorte de categoría fue el preludio de otro chut con ínfulas de obra artística. Se fue rozando el palo. A falta de media hora, Willian metió el pie con un suspiro de retraso tras el centro de Monreal y la tremenda internada de Barrenetxea.

El Nápoles ya había conseguido descifrar el enigma del gol, eligiendo otro método. ¿Mejor? ¿Peor? Simplemente, otro. A Zielinski le cayó el balón, a la altura del borde del área, y decidió reventarlo para que fuera imparable. En el minuto 91, Aihen conectó con un Barrenetxea que centró a la primera. A Willian
José le salió del alma resolver con un bofetón. ¿Habría ganado la Real con una definición así en el minuto 15? Quizá sí, quizá no. A veces los aciertos, las alegrías, llegan cuando ya no queda nada.


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