Las elecciones de medio mandato en Estados Unidos cierran un primer ciclo de la presidencia de Joe Biden y los resultados son mejores de lo esperado. Siempre son un referendo sobre la acción presidencial y, en la actual coyuntura económica, se esperaba una hecatombe electoral. Sin embargo, desde el discurso de Filadelfia el pasado 1 de septiembre, el presidente Biden ha procurado plantear la jornada como una elección entre el trumpismo —con las escenas del 6 de enero de 2021 aún en la memoria— y los valores fundamentales de la democracia estadounidense. Así lo remarcó el expresidente Barack Obama en el mitin de cierre de campaña el pasado sábado. La decisión del Tribunal Supremo de revisar los supuestos del aborto (Roe contra Wade) ha contribuido a dotar de sentido trascendente a estas elecciones. Los demócratas han conseguido romper el marco económico e inflacionario para incorporar esta cuestión a la noche electoral. Ha sido un éxito, sobre todo, en las elecciones a gobernador. Está por ver su impacto en Congreso y Senado. El conflicto de Rusia y la competencia con China han tenido escasa relevancia en la decisión, si bien algunos candidatos republicanos promovieron una postura aislacionista en el último tramo de campaña. El ambiente internacional no se valora, una vez olvidada la desastrosa salida de Afganistán. En suma, aún pendientes de votos decisivos, podemos encontrar cuatro claves postelectorales.
La decepción del Partido Republicano. No se ha producido el esperado tsunami rojo, el color del partido, ni se ha concretado la vuelta completa al Congreso, Senado y Ejecutivos de los principales Estados. Los republicanos han ganado, sí, pero no con la fuerza esperada. La situación debilita la estrategia trumpista, ya que algunos de sus representantes más relevantes no han ganado o sus victorias son pírricas. Las encuestas de otoño no contaban con el deseo de protagonismo de Donald Trump en los últimos días. Sus bravuconadas pueden haber movilizado a indecisos e independientes, dos colectivos amplios a lo largo del país. El Partido Demócrata puede controlar los daños y prepararse para dos años intensos de polarización. No será el peor resultado de la historia para un presidente.
La estrella de Ron DeSantis. Reelecto gobernador de Florida, el republicano ha ganado por más de 20 puntos, una diferencia enorme respecto a la victoria de Trump en 2020, cuando ganó en el Estado por solo tres puntos de margen. De cara a las presidenciales de 2024, los 29 electores que aporta se antojan imprescindibles para la victoria. Por eso, se agiganta su figura y su proyección nacional. Algunos republicanos influyentes ven en él un buen candidato para la vicepresidencia, ya que aplacaría el ala radical de negacionistas y conspiracionistas. Sin embargo, por su propio carácter, DeSantis no jugará un papel secundario. Se plantea un duelo interesante en el caso de que los más de 345 candidatos apoyados por Trump no obtengan buenos resultados. De momento, Massachusetts y Maryland han pasado a manos demócratas, dos sonadas derrotas.
El trumpismo sin Trump. Más de 150 candidatos que niegan la legitimidad de los resultados de 2020 han ganado su elección. Con toda seguridad, ocuparán puestos de relevancia y relegarán a la resistencia interna, empezando por Mitch McConnell en el Senado. Habrá que seguir el ascenso de JD Vance, que ha ganado un escaño clave por Ohio para el control del Senado, y se ha desmarcado de Trump en un discurso que aboga por la “unidad del equipo republicano”. El trumpismo ha ocupado el espacio republicano y ha normalizado la conspiración y el odio. La argumentación tóxica amenaza las elecciones de 2024 con campañas electorales basadas en “elecciones robadas”, “la gran mentira” y “el Estado profundo”. El daño en las instituciones y la calidad democrática es un hecho: solo el 40% de los votantes republicanos confía en el conteo electoral, trasunto de la confianza en el sistema político.
La carrera presidencial. No hay dudas. El expresidente Trump se postulará en los próximos días con un mensaje claro. Hay mayoría social republicana, aunque no se manifiesta en las urnas y hay una oportunidad para volver a la Casa Blanca. Los resultados no acompañan, pero su omnipresencia en los mítines, sus apoyos a candidatos ganadores y su deseo de huir de la justicia no dejan lugar a dudas. Muchos de sus candidatos no han ganado, pero esto no afecta a su estrategia electoral. En 2024, su eje discursivo es plebiscitario: o yo, o el caos económico (es decir, inflación, inmigración, fraude electoral). Sin embargo, hay debate en el lado demócrata. Y esa es la noticia. Esta jornada representa un aviso sobre el escaso tirón del ticket Joe Biden y Kamala Harris y de lo complicada que será la reelección, si la economía no despega. Las primeras encuestas a pie de urna revelan que la cuestión del aborto ha movilizado el voto propio, pero no ha atraído nuevos electores. En esas condiciones, plantearse un escenario sin Biden es posible, sobre todo, si el Partido Republicano no nomina a Trump.
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