Cuéntame a Maradona: una serie argentina nada amable con la estrella

En Argentina y en Nápoles, y entre aficionados al fútbol de cualquier parte, Diego Armando Maradona es un dios. Pero un dios como los paganos, muy humano, capaz de alcanzar la gloria y de morder el polvo. Por eso mismo, un mito que ejemplifica el bien y el mal. No encontró rival en el césped, pero sí a su peor enemigo en sí mismo. Abundan los documentales sobre El Pelusa, algunos de nivel como los que firmaron Asif Kapadia y Emir Kusturica. Claro que el dramatismo de la carrera del genio es también material muy apropiado para un biopic. O para un culebrón.

A punto de cumplirse un año de la muerte del genio, Amazon Prime Video acaba de estrenar los cinco primeros capítulos de Maradona: sueño bendito. Es una ambiciosa serie argentina en la que cuatro actores encarnan al 10 en distintas edades (y además salen imágenes del auténtico, porque con el balón es imposible de interpretar). De entrada, nos sacude el último Maradona, el autodestructivo, que entra en coma por sobredosis en su mansión de Punta del Este, y su séquito no queda nada bien en la narración. En paralelo, se nos va contando su vida desde la infancia entre el barro de la humilde Villa Fiorito hasta su consagración en Argentinos y Boca y su paso por el Barça. No hay tapujos al mostrar sus miserias ni su debilidad ante las tentaciones que llegaron con el éxito planetario. Nadie dirá que buscaron un relato amable, que les deslumbró la estrella.

La serie está trabajada y pone bien el foco en papeles secundarios —desde su amigo y primer representante Jorge Cyterszpiler hasta el penúltimo, el siniestro Guillermo Coppola, pasando por sus padres, su esposa Claudia Villafañe, sus amantes Mónica Bang y Lorena Gaumont (estas con nombres ficticios), Núñez o Menotti, y hasta su presunto camello Carlos Fierro—, roles que han enfurecido a muchos de los protagonistas reales de la historia. Otro acierto es la cuidada ambientación, con todo el contexto político y social de la convulsa Argentina: la muerte de Perón, el golpe militar, las torturas, los desaparecidos o la guerra de las Malvinas (Diego salió muy patriota en televisión en apoyo a los milicos, faltaba mucho para que se tatuara el rostro del Che). Ese hilo, prometedor, se pierde a partir del cuarto capítulo con su mudanza a Barcelona (y las escenas de estadio están menos logradas). Su etapa azulgrana resulta efímera y accidentada: dos bajas de larga duración, aquella batalla campal en la final de Copa, demasiadas fiestas y su supuesta primera raya dejan mal sabor de boca. Queda para las siguientes entregas su brillante etapa en el Nápoles, la cumbre del Mundial de México, su decadencia deportiva y su prolongado descenso a los infiernos.

Lo visto arranca como un Cuéntame cómo pasó a la argentina. Pero de la ternura y la nostalgia se pasa rápido al exceso, el esperpento y el dolor para el protagonista, para los suyos y para su país. Había muchos demonios en torno a este dios. Y dentro de él.

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