Dante

El busto de Dante Alighieri en el parque Villa Borghese, en Roma.
El busto de Dante Alighieri en el parque Villa Borghese, en Roma.YARA NARDI / Reuters

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Fue un hombre de aspecto hosco y altivo según los retratos que han llegado hasta nosotros. Un buen ciudadano extraviado por la política de una sociedad en guerra civil, escindida entre el Papa y el Emperador. Eligió el bando perdedor, fue condenado a muerte, se exilió, y ya no volvió a ver Florencia, su patria. A cambio, hizo del florentino la lengua de todos los italianos. Tan dramáticos elementos han hecho de él un poeta próximo al alma de los españoles. Hay una docena de excelentes traducciones, pero entre ellas sobresalen dos, la de José María Micó (Acantilado) y la que origina este comentario, la monumental de Juan Barja y Patxi Lanceros (Abada). Por fortuna, son tan distintas que no nos obligan a sancionar cuál sea la mejor. Las dos son mejores y el verdadero aficionado querrá tenerlas ambas.

La de Micó es práctica para viajes a Italia (935 páginas). La de Barja es colosal (1600 páginas en gran formato). Son ambas eruditas, algo imprescindible en un texto del que no queda un solo autógrafo. La obra fue un éxito inmediato y dio lugar al más extenso samizdat del siglo XV: se conservan 750 manuscritos. Ello da idea de los problemas del traductor para elegir los términos justos en una obra grandiosa y obsesionada con el lenguaje. Las diferencias, por tanto, son frecuentes y fascinantes. Ambos usan el endecasílabo de un modo propio e igualmente virtuoso. Hay que leerlas a la vez para buscar la mejor interpretación.

En este ascenso hacia la luz, ha quedado fijo como “dantesco” lo infernal. No es así. También son dantescos Purgatorio y Paraíso, no sobra un verso. De modo que son necesarias ambas ediciones, una para leer en un sillón (Micó) y otra para trabajar sobre la mesa: la de Barja incluye los bellos dibujos de Botticelli y casi 300 páginas de notas. Lujo.


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