De la censura a la celebración: la larga travesía de los personajes LGTBI hasta los dibujos animados

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Netflix estrenó en septiembre Q-Force, una serie animada sobre las aventuras de un escuadrón de espías LGTBI que, entre otras cosas, caza a un traficante de armas a través de Grindr o revela el secreto oscuro detrás de Eurovisión. Hace cinco o diez años hubiera sido alabada por su diversidad e inclusión, pero en 2021 ha recibido críticas tibias a pesar de tener el respaldo del productor Michael Shur ‒creador de Parks & Recreation y The Good Place‒ y un elenco de actores de doblaje y de guionistas tan diverso como sus agentes.

La reacción principal ante la serie parece ir desde la indiferencia ante chistes facilones y un tanto caducos sobre Ally McBeal y Sexo en Nueva York a quejas sobre ser un intento muy obvio de un conglomerado mediático de ganarse unos puntos con un colectivo con el que no vive su mejor momento tras el controvertido especial del cómico Dave Chappelle subido a la plataforma. Distando de la opinión que se tenga sobre Q-Force, la evolución de las series animadas en el último cuarto de siglo demuestra tanto la lucha de las grupos minoritarios de verse representados en los medios de comunicación como de las series animadas de quitarse la etiqueta de ser un mero entretenimiento infantil.

“Aunque había series animadas para adultos en los años noventa, todavía existía el tabú de hablar sobre temas LGTBI”, explica Matt Baume a ICON. Baume es escritor y creador de un popular canal de YouTube sobre la historia del contenido queer en la televisión estadounidense. Ya existía series con actores de carne y hueso que habían tocado de manera revolucionaria estos temas, pero se necesitó a cierta familia amarilla de Springfield para marcar un antes y un después en el mundo de la animación.

Flamencos rosas para una familia amarilla

Bill Oakley trabajó en Los Simpson entre 1992 y 1998. Junto a Josh Weinstein (nada que ver con ese Weinstein), es responsable de escribir algunos momentos memorables de la serie como la lucha de Lisa contra su muñeca favorita, la ludopatía de Marge y el conflicto diplomático de Bart con Australia. El dúo de guionistas ejercía de productores ejecutivos y llevaban las riendas de la serie cuando la familia se hizo amiga del dueño gay de una tienda de curiosidades interpretado por John Waters en el capítulo de la octava temporada, Homer-fobia, estrenado el 19 de febrero de 1997.

El antiguo showrunner de la serie recuerda para Icon en una videoconferencia que el capítulo nació de dos ideas: Una trama en la que Lisa se obsesiona con las películas cutres y conoce al director de Pink Flamingos y otra en la que Homer teme que Bart sea homosexual. Una vez que el equipo de escritores decidió mezclar ambas historias, el guion se le fue asignado a Ron Hague. Nunca antes una serie animada en Estados Unidos había tocado la homosexualidad más allá del chascarrillo ocasional. Ahora, en vez de un mero gag, un capítulo completo de la familia más reconocida de la televisión se centraba en la paranoia absurda de un padre ante la posibilidad de que su hijo quizá no fuese heterosexual. No obstante, los gerifaltes del canal Fox (de corte conservador) no estaban contentos.

“En aquel entonces era muy distinto a como es ahora”, comenta Oakley. “En los noventa eran muy estrictos sobre lo que se podía emitir. Fox tenía un censor encargado de leer los guiones y hacer anotaciones. Generalmente recibíamos notas de dos líneas con comentarios como ‘Cuando se le vea el culo desnudo a Homer, que no se le muestre la raja’. Con este capítulo no recibimos dos líneas, sino tres páginas enteras de notas criticando cada referencia a la homosexualidad y al final una observación: ‘El tema y el mensaje de este capítulo no es apto para su emisión”.

Oakley, Weinstein y el resto del equipo de Los Simpson decidieron hacer lo que siempre hacían: ignorar a la censura y seguir adelante. Un cambio en la junta directiva de Fox trajo un nuevo censor que lo aprobó sin mucho reparo y la visita de John Waters a Springfield dejó un momento clásico de la serie. El realizador señala, entre risas, que “no recibimos ninguna carta por este capítulo, pero sí una tonelada por el de Australia. Mandaban a los niños en las escuelas a escribirnos cartas para preguntarnos porqué nos burlábamos de su país”.

Aquellos (no tan) maravillosos noventa

Homer-fobia se emitió dos meses antes de que Ellen DeGeneres se convirtiera en la primera estrella de la televisión estadounidense en salir del armario y un año antes del estreno de la emblemática Will & Grace. Matt Baume explica que el gran debate televisivo para el colectivo en ese momento era si “cualquier representación era mejor que no tener representación”. South Park, estrenada en 1997, y Padre de familia, en 1999, también anunciaban una nueva era de series animadas con chistes que la familia de Springfield no se atrevía a hacer. El cuarto capítulo de South Park comenzaba con un perro gay (interpretado por George Clooney) y terminaba con una lección sobre tolerar la homosexualidad por parte de un personaje llamado Big Gay Al.

Gus y Wally, la pareja gay que aparecía en 'Mission Hill'.
Gus y Wally, la pareja gay que aparecía en ‘Mission Hill’.

No obstante, los brindis al sol por la bandera arcoiris solían convivir con la homofobia y transfobia ocasional que transpiraba en el humor de algunas de estas producciones que, para bien o para mal, defendían el credo de “burlarse de todos y todo por igual”. Los miembros del colectivo LGTB+ no pasaban de ser el remate de un chiste o la moralina de la semana. El capítulo Quagmire’s Dad (’El padre de Quagmire’), de la octava temporada de Padre de familia, pretende ser una defensa de las personas trans, pero incluye una escena con fines cómicos en la que un personaje vomita durante medio minuto al descubrir que tuvo relaciones sexuales con una mujer trans sin saberlo.

Una excepción memorable fue la serie de 1999 Mission Hill, creada por Bill Oakley y Josh Weinstein después de dejar Los Simpson. Oakley comenta que ambos se sentían limitados por las posibilidades narrativas de una familia de clase media en una población donde todos los personajes eran o niños o adultos. “No hay adolescentes o adultos jóvenes en Springfield”, indica el realizador. Mission Hill, en cambio, se centra en un adolescente empollón que se muda al piso del golfo de su hermano en un barrio de una gran urbe que está entre lo bohemio, lo turbio y lo miserable. Una buena analogía, aprobada por Oakley, sería decir que Mission Hill era a Friends lo que Los Simpson era a La hora de Bill Cosby: una versión animada y pasada por el filtro de lo absurdo.

Aunque solo duró 13 capítulos, la serie es un producto de culto que tocaba en 1999 temas que ni Friends ni Los Simpson trataban, como la gentrificación o la precariedad laboral juvenil. También tenía entre sus personajes secundarios a Gus y Wally, los vecinos de los protagonistas y la primera pareja homosexual en una serie animada estadounidense, en cuya primera aparición se daban un beso apasionado.

“Cuando nos dieron el premio GLAAD [siglas en inglés de Alianza de Gais y Lesbianas contra la Difamación, que premia a los productos inclusivos para la comunidad LGTBQ] la serie ya había sido retirada del canal”, comenta Oakley con ironía. El guionista, quien ha trabajado recientemente en producciones como Portlandia e Historias corrientes, ha adelantado que él y Weinstein están en conversaciones con varias plataformas de streaming para intentar hacer una serie centrada en la vida de Gus y Wally.

Steven Universe, protagonista de una serie del mismo nombre donde orientación y género se diluyen.
Steven Universe, protagonista de una serie del mismo nombre donde orientación y género se diluyen.

Hubo algunos intentos a lo largo del 2000 de crear dibujos animados para un público LGTBI, como Queer Duck de Mike Reiss (otro veterano de Los Simpson) o Rick & Steve: The Happiest Gay Couple in All the World de Q. Allan Brocka. Ninguna se quedó en la memoria de los espectadores. Serían necesarios unos años más para que los paradigmas cambiaran en el mundo de la animación.

Extraterrestres, vampiras y princesas de chicle

El gran cambio en la series animadas surgió, como señala Matt Baume, a partir de un relevo generacional visto a finales de la década del 2000. Hora de aventuras, una producción de Cartoon Network creada por Pendleton Ward y estrenada en 2010, es considerada como la pionera en esta nueva camada de creaciones para el público juvenil pero que también gozaba de enorme popularidad entre el público adolescente y adulto joven. Las aventuras surrealistas de un niño y su perro en una tierra post apocalíptica incluía entre sus personajes a la Princesa Chicle y la vampira Marceline, entre las que acaba surgiendo una relación romántica.

“Creo que lo que se ve hoy es resultado de quienes trabajan detrás de estos programas. Un ejemplo claro es Steven Universe. Cada vez hay más creadores que pueden vivir abiertamente su identidad y más aliados del colectivo que reivindican la importancia de la representación”, opina el escritor. Rebecca Sugar era parte del equipo de Hora de aventuras hasta que dio el salto para crear Steven Universe (2013-2019, en España se puede ver en HBO Max). Se convirtió así en la primera realizadora LGTBI (Sugar es bisexual) del canal Cartoon Network.

Steven Universe es un niño criado en la Tierra por tres gemas, una raza extraterrestre de apariencia femenina pero que se reproducen de forma asexual. Tanto las gemas como los humanos a lo largo de la serie dan muestra de distintas maneras de entender el amor y la identidad: desde la historia de dos gemas cuyo amor es visto como abominable por su sociedad y deciden huir a la Tierra a un personaje secundario humano que, como la creadora de la serie, es un persona no-binaria.

“Tampoco es que un programa cambiara toda la industria, pero se trató de un gesto osado y la tenacidad de Rebecca Sugar fue un motor para el cambio”, puntualiza Baume. Otras series animadas orientadas al público juvenil con representación LGTBI de esta época incluyen La leyenda de Korra (2012-2014), con una protagonista abiertamente bisexual que termina con otra mujer, y Gravity Falls (2012-2016) de Alex Hirsch. Baume hace hincapié que este avance no fue algo que contase, exactamente, con el visto bueno de los canales. Sugar, por ejemplo, ha declarado que Cartoon Network ha censurado escenas que sugirieran romances homosexuales debido a la presión de los mercados conservadores al mismo tiempo que no tiene problema en vender merchandising LGTBI en lugares como Estados Unidos o Europa.

El escritor, no obstante, da el ejemplo de Gravity Falls como una muestra de tendencia irreversible: un capítulo de 2014 de la serie animada cambió una escena en que una mujer se enamoraba de otra por intervención de Disney pero dos años después, a tiempo para el final de la serie en 2016, la multinacional no tuvo problema en que dos personajes masculinos acabasen juntos como pareja.

Actualmente es posible encontrar una variedad inédite de personajes LGBTI en series animadas. Un repaso rápido a los premios GLAAD más recientes arroja ejemplos que van desde comedias para adultos como Harley Quinn o Big Mouth a tres producciones animadas juveniles de Disney, dos de Cartoon Network y una de Nickelodeon. Con tantas opciones, ya queda obsoleta la idea de que cualquier representación es una buena representación.

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