De viaje con el embajador Riccardo Muti

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Ricardo Mutti y Tigrán Mansurián, tras el estreno de la cantata 'Purgatorio'.
Ricardo Mutti y Tigrán Mansurián, tras el estreno de la cantata ‘Purgatorio’.Marco Borrelli

Armenia y Dante Alighieri se dieron la mano, en los años treinta del siglo pasado, a través del poeta ruso Ósip Mandelstam. Ahora se han reencontrado en los pentagramas de Tigrán Mansurián (Beirut, 82 años). El gran compositor armenio estrenó, el pasado domingo, 4 de julio, su última composición al final del concierto que dirigió Riccardo Muti (Nápoles, 79 años) en la Ópera de Ereván. Una cantata titulada Purgatorio que termina con un barítono rezando sotto voce y a capela la paráfrasis dantesca del padrenuestro, como anhelo de una paz “que no nos bastamos a alcanzarla, si no acude, con todo nuestro ingenio”. Toda una declaración de intenciones en un país donde hasta las piedras gritan su nombre y las montañas llaman roncas a las armas, según evocan los versos de Mandelstam.

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Armenia sigue esperando un reconocimiento internacional generalizado (también de España) del terrible genocidio perpetrado por el Imperio Otomano en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Más de dos millones de asesinados y más de 50 millones de desplazados (la familia del propio Mansurián tuvo que refugiarse en Líbano). Una tragedia que no solo ayudó a acuñar el término “genocidio”, en 1944, sino que incluso sirvió de macabro modelo para los planes de Hitler en Polonia. Pero Armenia se recupera, además, de las dolorosas heridas de una reciente guerra contra Azerbaiyán por el control de Nagorno Karabaj. Una contienda que perdió, en noviembre pasado, y que ha dejado más víctimas en este pequeño país, en menos de dos meses, que durante lo que llevamos de la pandemia de coronavirus.

Por esa razón, fue emotivo escuchar al nuevo ministro de Educación, Ciencia, Cultura y Deporte de la República de Armenia, Vahram Dumanyan, hablar de la necesidad espiritual de la música, “para ser mejores, más fuertes y sentirnos orgullosos”. Y comparar la nueva composición de Mansurián con “una victoria que todos necesitamos escuchar, ya que nos conducirá a una victoria todavía mayor”. A continuación, leyó la concesión por parte del presidente del país, tanto a Riccardo Muti como a su esposa, Cristina Mazzavillani Muti, en calidad de presidenta honorífica del Festival de Rávena, de la Orden de la Amistad por su contribución a la cooperación cultural entre Armenia e Italia.

Riccardo Muti al frente de la Orquesta Juvenil 'Luigi Cherubini' durante el concierto, el pasado domingo en Ereván.
Riccardo Muti al frente de la Orquesta Juvenil ‘Luigi Cherubini’ durante el concierto, el pasado domingo en Ereván.©MarcoBorrelli

El concierto formó parte del programa Caminos de la Amistad, del Festival de Rávena. Peregrinaciones veraniegas que Muti realiza anualmente, desde 1997, a ciudades heridas por la guerra, el terrorismo, los problemas humanitarios o las catástrofes naturales, para tender una hermandad a través de la música, que inició, en Sarajevo, tras la Guerra de Bosnia. EL PAÍS acompañó a Muti, en la edición de 2018, que se celebró en Ucrania, y donde John Malkovich actuó como narrador, junto al director italiano, en un multitudinario concierto en la plaza de Santa Sofía de Kiev. Las dos últimas ediciones se han celebrado en Atenas y en el Parque Arqueológico de Paestum, ante la imposibilidad de viajar a Damasco. Y este año el destino ha sido Ereván.

Muti ya dirigió, en 2001, este concierto anual en la capital armenia. Entonces se conmemoraron los 1700 años del cristianismo en un país donde los exégetas bíblicos ubican el jardín del Edén y donde se localiza el monte Ararat, el lugar donde reposó el arca de Noé tras el diluvio universal. “Todavía recuerdo el silencio y la intensa emoción que experimentamos en el Palacio de Arte y Deporte de Ereván con Verdi”, rememora Muti en el programa de mano. En aquella ocasión se puso al frente de la Filarmónica de La Scala, y regresa ahora, 20 años después, con la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que ha unido sus fuerzas a varios músicos de cuerda de la Filarmónica Nacional y el Coro de Cámara Estatal de Armenia. En esta ocasión, a la capacidad universal de la música para facilitar el entendimiento entre países, se ha sumado la poesía de Dante. De hecho, la celebración del séptimo centenario de su muerte es el foco central en la programación de la presente edición del Festival de Rávena.

Musicalizar a Dante

Entre los muchos eventos relacionados con este aniversario dantesco, destacan tres nuevas obras, encargadas a compositores actuales, relacionadas con las tres partes de la Divina comedia. El pasado 10 de junio, Kristjan Järvi dirigió el estreno de Seis estudios sobre el Infierno de Dante para contratenor, coro y orquesta, del italiano Giovanni Sollima, en la Rocca Brancaleone. Y el próximo 9 de julio se escuchará, en la Basílica de San Apolinar en Classe, la obra dedicada al Paraíso, titulada ¡Oh luz eterna!, del compositor ucraniano Valentin Silvéstrov. La cantata Purgatorio, de Tigrán Mansurián, se podrá volver a escuchar en Rávena, el 12 de septiembre, dentro del concierto de clausura de las celebraciones de Dante. Pero su estreno absoluto se reservó para el concierto de anteayer en la Ópera de Ereván.

Muti, que está próximo a celebrar su 80 cumpleaños, ha reconocido su interés personal hacia Mansurián: “Está claro que poner música a los versos de Dante es todo un desafío (lo fue para Verdi en Laudi alla Vergine Maria, de sus Cuatro piezas sacras), pero esta nueva composición demuestra que todavía puede escribirse una música que exprima la riqueza de un texto tan inasible”. El propio compositor armenio ha declarado estos días que sintió una gran responsabilidad por este encargo, cuya composición inició tres veces y solo consiguió completar tras un cuarto borrador. Pero también reconoció la sensación de tratar con una figura gigantesca, como Dante, de la que todos somos hijos de alguna forma. “Fue necesario reducir la plantilla ante las complicaciones vinculadas a la pandemia y aproveché para reescribir la obra con un barítono solista, coro mixto, orquesta de cuerda y percusión. Considero que esta versión es la que mejor refleja mi mundo sonoro”, ha añadido el compositor.

La música de Mansurián tiene un aroma inconfundible, a medio camino entre el neoclasicismo, el minimalismo y la atonalidad. Está llena de matices tímbricos, contrastes líricos y gran precisión rítmica, aunque es su conexión con la música sacra armenia y las tradiciones vocales de Komitas Vardapet (el patriarca de la música nacional) lo que le confieren una expresividad y concentración inconfundibles. El compositor se centra en dos fragmentos del Purgatorio: la invocación a las musas, del primer canto, y la referida paráfrasis del Padrenuestro, del undécimo. Ambas se conectan con una breve acotación del barítono solista: “Dice Dante Alighieri”. Pero la composición, que dura casi media hora, destaca por su unidad, a pesar de espaciar a sus componentes. Queda claro, al inicio, con un rapsódico y misterioso solo de violonchelo que se impone a la espesura de la cuerda, o con el barítono solista frente a la meditativa textura polifónica a capela del coro. De hecho, es la percusión (tam-tam, platillos , campanas, vibráfono y timbal) el elemento de cohesión en el paso de una textura a la siguiente.

Colorismo impresionista

En el estreno, Muti echó mano de su habilidad para dirigir la música de Shostakóvich, un compositor que también se escucha a lo lejos en estos pentagramas de Mansurián. El barítono armenio Gurgen Baveyan brilló en sus solos junto a los 30 integrantes del Coro de Cámara Estatal. Y el primer violonchelo de la orquesta italiana, Ilario Fantone, fue el encargado de realizar las partes solistas, aunque Mansurián pensó esa parte para su amigo y colega Giovanni Sollima. La interpretación ahondó en la desnudez sonora y el colorismo impresionista, lo que elevó espiritualmente esta transformación en música de los versos de Dante. Precisamente, en Coloquio sobre Dante, de Ósip Mandelstam, leemos esa misma consideración de los cantos de Dante como una partitura musical para orquesta. Incluso el poeta ruso propone instrumentaciones concretas para algunos pasajes, como un solo de violonchelo “denso y pesado, como miel rancia y envenenada” para la narración del conde Ugolino, del canto trigésimo tercero del Infierno.

Vista general del concierto.
Vista general del concierto.©MarcoBorrelli

Para completar esta edición de Caminos de la Amistad, Muti diseñó un programa que encajó perfectamente con la espiritualidad de Mansurián, aunque desde el clasicismo vienés. Tres obras religiosas poco frecuentes de Haydn, Mozart y Schubert que precedieron el referido estreno, tras los himnos oficiales de Armenia e Italia. Se inició con el Te Deum para la Emperatriz María Teresa, Hob. XXIIIc:2, que Haydn compuso, entre 1798 y 1800. La versión de Muti ganó mucho en el desarrollo, con ese operístico paso del luminoso do mayor al tenebroso do menor, que alude a la pasión de Cristo con los sones del oratorio La creación. A pesar del distanciamiento impuesto por la pandemia, la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini destacó más en el Kyrie en re menor, de Mozart, con el decisivo liderazgo de Valentina Benfenati como concertino. Una composición asombrosa del año 1781, en que estrenó Idomeneo, aunque la tonalidad y el ambiente dramático la acerquen más a Don Giovanni y al Réquiem.

No obstante, fue la tercera obra, la Misa núm. 2 en sol mayor, D. 167, de Schubert, lo más destacado de la noche. Muti supo resaltar la admirable unidad de la obra, a medio camino entre la tradición sacra vienesa y el lied. De hecho, se decantó por la versión tradicional con solistas, coro, cuerda, trompeta y timbal. Una composición, de 1815, donde un Schubert de 18 años homenajea a Beethoven, con una alusión al coro de los prisioneros de Fidelio en el Credo. En esta obra pudimos escuchar, además, a los tres solistas vocales del concierto, tanto a los armenios Nina Minasyan y el referido Gurgen Baveyan, como al tenor italiano Giovanni Sala. Pero lo mejor de la misa fue el melancólico Agnus Dei final, donde el joven compositor muestra su maestría expresiva con dramáticas introducciones de la cuerda, que la soprano armenia elevó hasta en dos ocasiones. Una lírico-ligera de poderoso agudo que debutó en España, en 2017, dentro del segundo reparto de El gallo de oro, de Rimski-Kórsakov, en el Teatro Real.

Remate mozartiano

Han sido dos intensos días de música en Ereván, una moderna capital donde la baja incidencia del coronavirus hace que las mascarillas sean algo exclusivo de los turistas. Y, en especial, con temperaturas superiores a 40º en la parte central del día. De hecho, la vida musical armenia se desarrolla al margen de las restricciones habituales en la mayor parte de los países del mundo. Se pudo comprobar, en parte, en el concierto de Muti, pero todavía más en la velada organizada en su honor, dentro del festival Yerevan Perspectives, por la Filarmónica Nacional de Armenia y su titular Eduard Topchjan, el sábado 3 de julio. Un programa con obras de Beethoven y Berlioz, en el salón de conciertos Aram Jachaturián, donde la orquesta y el público mantuvieron distancias y comportamientos previos a la pandemia.

No obstante, lo más interesante de esa velada fue la actuación de la pianista rusa formada en Italia, Maya Oganyan, de 15 años, que ofreció una versión llena de personalidad musical y exquisitez sonora del Tercer concierto para piano, de Beethoven. Una distinción que mantuvo incluso en la selección de la propina. Lejos de rematar su actuación con cualquier pieza virtuosa para hacer las delicias del público, la joven se decantó por el homenaje mozartiano titulado El mensajero, de Valentin Silvéstrov. Un eco del pasado, visto desde el presente y tocado por una pianista con un interesante futuro.


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