Dejar atrás la vergüenza, la ira y la pena para reforzar la negritud

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Minna Salami paseaba un día por Hong Kong –adonde había llegado becada como escritora, en 2016– cuando pasó por la puerta del instituto de medicina china de la universidad y un cartel llamó su atención, porque parecía que le hablaba a ella. “Aprende del pasado, pero no te encierres en él; aprende de Occidente, pero no abandones lo nuestro”, decían las palabras del sabio Zhang Xichun. Esta anécdota la cuenta Salami en su libro El otro lado de la montaña. Así verías el mundo si no te lo contara siempre un hombre blanco europeo (Temas de Hoy, 2020), cuyo contenido desgrana cada vez que se le presenta la oportunidad, como fue el caso de la conferencia en el festival de literatura Capítulo uno, en el Matadero de Madrid, unos días atrás.

Minna Salami es Ms. Afropolitan, o la autora del popular blog creado en 2010 en el que una mujer nigeriana, nacida en Finlandia en 1978, y criada entre Lagos (Nigeria) y Malmö (Suecia), habla de casi todo, desde la importancia de la sensualidad en la esfera del conocimiento hasta los desafíos de la nueva negritud. He aquí su declaración de principios, la que puede leerse en uno de los primeros capítulos de su ensayo: “En el euro-patriarcado, todo es binario: o una cosa o la otra. O mente o cuerpo; o razón o emoción; o local o global; o heredado o adquirido; o femenino o masculino”.

Mejor que nadie, ella sabe que el mundo real no es binario, y lo sabe desde la infancia, cuando tuvo que dejar su hogar en Lagos, donde creció con su madre finlandesa y su padre nigeriano

Mejor que nadie, ella sabe que el mundo real no es binario, y lo sabe desde la infancia, cuando tuvo que dejar su hogar en Lagos, donde creció con su madre finlandesa y su padre nigeriano (ambos se habían conocido estudiando en Alemania), para irse a vivir a un tercer país de lengua y colores desconocidos: Suecia. “En 1991, cuando tenía 13 años, por la dictadura nigeriana, mi madre y yo salimos de allí, dejando atrás a mi padre, lo que fue muy duro. Ese cambio en la adolescencia significó una gran ruptura. Yo no quería ir a vivir a Europa, aunque, cuando vienes de un país colonizado, todo en Occidente pareciera refulgir… Pero mis amigos también se estaban mudando. Había que aprender una nueva lengua, en algún momento estuve entusiasmada, pero luego fue todo muy triste. Mi infancia en Nigeria había sido muy feliz, llena de amigos, y luego, en Suecia, justo cuando empezaba a hacerme mujer, se vivía una época de agresiones raciales, por lo que sufrí acoso escolar, sufrí incluso violencia física por parte de los skinheads. No hablaba sueco y no tenía amigos. En un par de años, la cosa cambió, porque aprendí la lengua y me hice amigos. Viví en Suecia hasta los 22″.

Salami luego marchó a Nueva York, donde residió tres años antes de mudarse a Londres, donde lleva 17 años y la que siente que es su ciudad en el mundo, aunque pase un tercio del año en Lagos.

Su idioma siempre fue el inglés, y justamente el hecho de no hablar yoruba –la lengua de sus parientes paternos– es uno de los “pesares” de su vida. En su libro, escribe: “Hay callejones sin salida cuando pensamos en la descolonización de la mente si lo hacemos solo en inglés, francés, árabe, español o portugués (…) No hablar yoruba limita mi capacidad para extraer la información que necesito a la hora de elaborar las teorías que ansío elaborar”. Cuando se le pregunta por qué no aprendió yoruba, explica que su padre nunca le habló en su lengua y que todo lo que sabe es gracias a su abuela, que solo le hablaba en su lengua nativa: “Estoy tan moldeada por el idioma, en mi psique, en la manera en que miro al mundo, en la filosofía, en la metafísica. Sé que hay caminos para llegar a un lugar al que no puedo llegar, eso es lo que siento. Cuando mi padre cuenta cosas, a veces, me doy cuenta de que le faltan maneras de explicarlo”.

Todo esto lo compensa, con creces, desde su afropolitismo (una construcción que alude al cosmopolitismo pero con el continente africano como punto de partida), interesándose por movimientos emancipadores de pueblos originarios de América o Asia. “Creo que la actitud que mejor me refleja es aquello que decía Virginia Woolf: como mujer no tengo país, mi patria es el mundo. África es el centro de mi vida y lo que ha definido mi psique, pero desde allí puedo interesarme por Bolivia o la India”, sostiene.

Portada de 'El otro lado de la montaña' de Minna Salami.
Portada de ‘El otro lado de la montaña’ de Minna Salami.

Desde esa otra perspectiva, hay cuestiones del feminismo europeo que no tienen correlación en algunos pueblos nativos. Por ejemplo, el asunto de la lucha contra los estereotipos en la asignación de colores, ya que rosa o el azul, según se trate de niñas o niños, no funciona igual en todas las sociedades planetarias, lo que demuestra la relatividad de los símbolos de Occidente.

Nos lo aclara Minna: “En el ámbito de la cultura yoruba, que está distribuida en toda África Occidental (y abarca regiones de Nigeria, Togo y Benín, entre otras), el azul es un color históricamente ligado a lo femenino. Ahora, por la influencia occidental, el rosa ha entrado con fuerza, y convive con la otra tradición”. Y cuenta que, por ejemplo, en las bodas yoruba, los familiares de la novia visten todos del mismo color y los familiares del novio, de otro, y no importa que sea el rosa. “Y no solo hemos importado esas asociaciones de colores sino también la excesiva generización de las personas… Incluso el tema de la homosexualidad está atravesado por la colonización inglesa, porque fueron ellos quienes impusieron los castigos homófobos. Las creencias históricas de nuestro pueblo muestran mentes más abiertas. En algunas familias, uno ve a mujeres que asumen el rol del hermano varón y pueden unirse a otra mujer, no exactamente en el sentido de lo que pasa en las sociedades contemporáneas. Pero, en sociedades agrícolas, si no hay hermano mayor, si ha muerto, por ejemplo, la hermana hereda los deberes y los derechos del que no está”.

No tiene sentido seguir solo protestando y culpabilizando al hombre blanco. Claro que es importante como reivindicación, pero hay que cambiar las políticas en cuanto a la creación de nuestra cultura

La base de la creación de este saber tan particular de Minna Salami está, justamente, su capacidad para poner en cuestión términos y conceptos que parecen inamovibles en la cultura occidental. Por caso, la identidad: “Mis exploraciones están atravesadas por estas cuestiones, pero en lo profundo de mí, no siento que tenga una identidad, sino una personalidad. No me gustan los packs del tipo ‘escandinava, nigeriana, mujer negra, etcétera’. Quizá lo que sí nos otorga la identidad es la posibilidad de la curiosidad entre unos y otros”. Del mismo modo, aborda asuntos menos abstractos, como el blanqueamiento de la piel, que ella se niega a condenar como reflejo de la mente colonizada de quien quiere parecerse al blanco y, en cambio, opina que los hombres y las mujeres que encaran ese tratamiento quieren más bien parecer exóticos y destacar en sus propias sociedades.

Acerca de la manera despectiva de mencionar los asuntos identitarios, raciales o de orientación sexual, imponiéndoles el apelativo inglés woke, como sinónimo de algo superficial (o de moda), Salami se expresa: “La palabra woke la usa negativamente gente de la vieja derecha y el conservadurismo. Nunca describiría lo que hacemos como woke. Creo que, aunque puedas estar en desacuerdo con algunas causas o algunas formas de rebeldía, es tan desagradable para la gente que está intentando llevar adelante su causa ser menospreciada con ese tipo de expresiones… Diría que lo único que se podría cuestionar a las preocupaciones aludidas con ese término (que se usa como ataque) sería una falta de algo más de profundidad. Porque, hoy, los discursos toman la forma de las performances de los social media”.

En efecto, las redes sociales y la cultura norteamericana, según Minna Salami, “han influido para que todo se homogeneice, y eso también es peligroso, porque cada sociedad tiene problemas particulares que tratar”. Esta es su constatación al terminar la conferencia en España, en la que le sorprendió “lo increíblemente similares que son nuestras conversaciones en cualquier lugar del mundo”. Lo que sí advirtió en el coloquio de Madrid fue que el debate y “la lucha de la comunidad africana en España está muy lejos, muy por detrás”, de los lugares a los que se ha llegado en otros países del mundo.

Por último, ¿cuáles son los temas por los que tiene que necesariamente pasar la reflexión sobre la descolonización a partir de ahora? “Creo que hay que descentrar la blanquitud de la conversación sobre la descolonización y el #BlackLivesMatter. No tiene sentido seguir solo protestando y culpabilizando al hombre blanco. Claro que es importante como reivindicación, pero hay que cambiar las políticas en cuanto a la creación de nuestra cultura. La tarea es reforzar la negritud, en términos de dejar atrás la vergüenza, la bronca y la pena. Descolonización debería significar más lo que de verdad queremos los africanos y los descendientes, o qué idea tenemos nosotras del progreso, del desarrollo, o sobre cuestiones filosóficas como el amor o la amistad, sin tanta referencia a lo que los blancos han hecho”, concluye Salami.

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