Dejen en paz a Rosa Parks



El sociólogo Mike Godwin determinó que a medida que una conversación se prolonga, las probabilidades de que alguien establezca una comparación con Hitler o con el nazismo se acercan a 1. Llega un momento de la discusión en el que alguien saca a la Alemania nazi y aquello descarrila. Es la llamada ley de Godwin, y ahora está empezando a hacer falta que también se reconozcan las probabilidades de que alguien se compare con Rosa Parks. Esta mujer marcó el 1 de diciembre de 1955 en Montgomery, capital del Estado sureño de Alabama, lo que se considera el inicio más o menos oficial del movimiento por los derechos civiles de los negros, al negarse a ceder su asiento a un pasajero blanco en un autobús urbano, desobedeciendo así las normas. Ahora, a la histórica activista no dejan de salirle sucesores, que se ven perfectamente reflejados en ella, desde las causas más insospechadas.
La historia de Parks es bien conocida: los autocares reservaban las primeras filas para los blancos y las últimas para los negros. En las del centro se podía sentar cualquiera, pero si un blanco quedaba de pie, tenía preferencia. En uno de esos asientos se encontraba Parks, y cuando en la parada cercana a un teatro se subió un buen número de blancos, el chófer le pidió que se levantara. Ella respondió: “No”. “Bueno, pues voy a hacer que la arresten”, dijo el conductor, James Blake. “Puede hacerlo”, añadió ella, y acabó en el calabozo. Ahí comenzó el famoso boicoteo de los negros a los autobuses de la ciudad, todo un problema económico porque eran los principales usuarios.
En realidad, unos meses antes, a otra afroamericana, una adolescente llamada Claudette Colvin, le había ocurrido lo mismo que a Parks, pero Rosa era una conocida activista y fue capaz de movilizar a la comunidad, con Martin Luther King a la cabeza. La polémica llegó hasta el Tribunal Supremo, que anuló las ordenanzas de segregación en el transporte público. En aquellos años todavía se producían linchamientos a negros, a veces por algo como una acusación de flirteo con una mujer blanca, como le ocurrió Em­mett Till, de 14 años, asesinado aquel 1955 en Misisipi. Y la segregación se prolongaría durante más años en otros ámbitos, públicos y privados, como la educación, o como aquellos letreros que indicaban los baños que la gente “de color” podía usar.
Cuesta imaginar un contexto en el que el senador republicano Ted Cruz, de Texas, pudiera sentirse identificado con la lucha de Rosa Parks, pero lo ha habido y muy recientemente. Cruz se halla inmerso en un pleito por la financiación de su campaña de noviembre, en la que salió reelegido: prestó 260.000 dólares de su bolsillo a la campaña y ha recuperado 250.000, que es el límite que un donante puede recibir después de los comicios según la Comisión Electoral Federal, así que está litigando por los 10.000 restantes. La Comisión alega que podría haber recuperado el dinero con fondos pre­electorales. El abogado del senador replicó en un escrito ante el tribunal: “Sí, y Rosa Parks podría haberse sentado en la parte trasera del autobús”. Le llovieron las críticas.

Un senador de Ciudadanos, Carlos Pérez, halló paralelismos entre los incidentes del Orgullo Gay y la lucha de los negros de Alabama

España también tiene sus casos. El político nacionalista Artur Mas, delfín del pujolismo y quintaesencia del establishment catalán, advertía en febrero de 2017 en una entrevista en la cadena de televisión TV3, recogida por Europa Press, que el movimiento independentista podía acabar en momentos de “desobediencia” y lo comparó con Rosa Parks. Aquel gesto, dijo, cambió las cosas, pese a la que la mujer era “delgada y poca cosa desde el punto de vista físico”.
Hace unas semanas, un senador del partido Ciudadanos, Carlos Pérez, también halló paralelismos entre los incidentes de la manifestación del Orgullo Gay en Madrid y la lucha de los negros de Alabama. “En 1955, Rosa Parks se negó a cederle su asiento a un blanco. En 2019, Ciudadanos nos negamos a cederle el Orgullo a los totalitarios. La lucha por los derechos civiles va en nuestro ADN”, escribió el representante de Cádiz en su cuenta de Twitter. Luego lo borró y pidió disculpas. Los organizadores de la manifestación habían prohibido a la formación participar con carroza propia por sus contactos políticos con el grupo ultraconservador Vox. La comitiva de Cs acudió para participar a pie y parte de los manifestantes los abucheó, insultó y lanzó agua. Los políticos sostienen que también sufrieron agresiones físicas. La policía lo niega.
Aunque una de las reivindicaciones de la figura de Parks más desconcertantes de los últimos tiempos tal vez sea el de un grupo de mujeres musulmanas de Grenoble, en Francia, que han llevado a cabo varios actos de “desobediencia civil” y saltado al agua de piscinas públicas en burkini. Se trata del traje de baño que cubre todo el cuerpo y toma el nombre del burka, el velo islámico integral que tapa también la cara y permite a la mujer ver a través de una rendija en la tela. Las activistas de este grupo en defensa del derecho al burkini se hacen llamar las “Rosa Parks musulmanas”.
Pocos meses antes de que su movimiento se popularizase en la prensa, la primera boxeadora de Irán en ganar un combate profesional, Sadef Khadem, cancelaba su vuelo de regreso a Teherán por temor a ser detenida al llegar por haber luchado a cabeza descubierta y en pantalón corto, algo contrario a la ley de la República Islámica. El combate donde compitió destapada tuvo lugar, curiosamente, en Francia. Pero Khadem no se comparó con Rosa ­Parks. Casi nadie puede y, en realidad, no hace falta. Normalmente, los colectivos oprimidos no necesitan echar mano de los capítulos siniestros del sur de EE UU para mostrar su tragedia, ellos son su propia metáfora.
Pasear por Montgomery ayuda a entender lo profundo del horror. Fue en su día uno de los principales mercados de esclavos con 164 brokers registrados y una cifra estimada de 35.000 seres humanos comprados y vendidos. A cada paso hay una placa que recuerda ese pasado y también, cómo no, el inicio del boicoteo a los autobuses. En abril de 2018 se sumó a la reivindicación de la historia el Memorial por la Paz y la Justicia, el primero de Estados Unidos dedicado a los linchamientos. La Equal Justice Initiative, entidad detrás del proyecto, ha documentado más de 4.000 linchamientos entre 1877 y 1950, 800 más de los calculados hasta ahora. Encadenadas y suplicantes, las esculturas de hombres y mujeres que sufrieron el terror racista se erigen sobre una explanada de seis acres. En el centro, una estructura cubierta alberga 800 columnas de acero colgadas desde el techo, una por cada condado del país donde se produjeron los linchamientos, con los nombres y las fechas.
Uno puede tomar fotos de lo que ve, pero no se permite posar o grabarse en vídeo entre las esculturas. En otras palabras: está prohibido hacer el memo entre las figuras de los negros linchados. Pero con Rosa Parks hay quien no deja de sacarse selfis.


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