Delacroix regresa a Marruecos casi dos siglos después

Cuando Delacroix apenas llevaba tres semanas en Tánger, adonde llegó en barco desde Algeciras, escribió en uno de sus cuadernos: “Pensé que estaba soñando. Había deseado tantas veces ver Oriente que miraba con toda la fuerza de mis ojos y apenas podía creer lo que veía”. Delacroix tenía 34 años cuando emprendió su periplo desde enero a junio de 1832 por Marruecos y Argelia, pasando por Andalucía. El artista estaba enamorado de Oriente y Marruecos supuso para él la encarnación de un sueño, aunque se tratara del país árabe más occidental. El museo Mohamed VI de Arte Moderno y Contemporáneo, en Rabat, inaugura este miércoles una exposición sobre aquellos días, Eugène Delacroix, recuerdos de un viaje a Marruecos, que permanecerá abierta hasta el 9 de octubre.

Más información

Delacroix solo había abandonado Francia hasta entonces para pasar unos meses en Inglaterra en 1825. “Como muchos artistas de su generación”, señala un texto de la muestra, “soñaba desde hacía tiempo con un Oriente que tenía los límites geográficos mal definidos”.

La exposición, que contiene una treintena de sus obras, entre dibujos, lienzos y litografías, trata de reflejar la influencia que tuvieron aquellos seis meses de viaje sobre el resto de sus 30 años de vida. Y también cómo condicionó su mirada a la de otros pintores. “Pinta un país de guerreros a caballo y de animales salvajes, de escenas de la calle casi fuera de tiempo”, se lee en otra cartela.

Delacroix ya había pintado a sus 34 años buena parte de sus obras más célebres, como La libertad guiando al pueblo (1830), que simboliza el triunfo de la revolución frente al Antiguo Régimen; La barca de Dante (1820), o La matanza de Quíos (1824). Era la estrella del panorama artístico francés en el momento de su viaje. “Fue el primer pintor de su categoría en viajar a Oriente”, explica Claire Bessede, directora en París del museo Eugène Delacroix y comisaria de la exposición. “Y su mirada orientó el interés de otros pintores europeos. No era una mirada despectiva ni precolonial”.

“A Delacroix le gustaba la violencia, el movimiento, aunque su vida fue bastante tranquila y se limitaba a trabajar en sus cuadros”, explica Claire Bessede, comisaria de la muestra

El color que lo marcó durante su viaje, según la comisaría de la exposición, fue el blanco. Y esa misma luz tan clara parece extenderse sobre una docenas de cuadros, presentes en la última parte de la exposición, que salieron de la mano de artistas como Matisse, Constant o Camoin, también subyugados por el orientalismo.

Delacroix había sido invitado a acompañar al conde de Mornay durante una misión diplomática del rey Luis Felipe I dirigida al sultán Moulay Abderrahman. No tenía el encargo de pintar nada, pero fue llenando sus cuadernos de viajes de apuntes, a medida que compraba los objetos mas diversos. La muestra recoge también varias de esas adquisiciones que le servirían el resto de su vida para inspirarse: instrumentos de música, espadas, chilabas, botas, bolsos de cuero, vasijas, jarrones… Lo primero que aparece al entrar en la exposición es un cofre que le fue acompañando por los distintos pisos en que vivió en París. De ese baúl sacaba los objetos que, una vez macerados con la memoria y la imaginación, impregnarían la atmósfera de sus obras.

Sus cuadros no son una mera reproducción de lo que vio. Para él, copiar la realidad no tenía sentido. En su diario, que se encuentra en el museo del Louvre, pero se puede apreciar en la exposición a través de grandes pantallas de televisión, escribió: “Todo el mundo visible es solo un almacén de imágenes y signos a los que la imaginación concede un lugar y un valor relativos. Es una especie de alimento que uno debe digerir y luego transformar”.

Cinco años antes de morir, en 1858, pintó Pasaje de un vado en Marruecos, cedido por el museo Louvre para la exposición, donde se ve a varios hombres armados a caballo. “A Delacroix le gustaba la violencia, el movimiento”, explica la comisaria de la muestra, “aunque su vida fue bastante tranquila y se limitaba a trabajar en sus cuadros”. Y pocos meses antes de morir pintó Escaramuza árabe en la montaña.

La comisaria de la exposición y directora del Museo Delacroix, Claire Bessède, atiende a los medios con un cuadro de la exposición detrás.
La comisaria de la exposición y directora del Museo Delacroix, Claire Bessède, atiende a los medios con un cuadro de la exposición detrás. Javier Otazu / EFE

¿Qué correspondencia habría entre ese Marruecos de “Oriente” que pintó Delacroix y el Marruecos real de hace dos siglos? “Es muy difícil restituir la mirada de un artista”, asume el director del Museo Mohamed VI, Abdelaziz el Idrissi. “Él no era un documentalista. Pero está claro que tuvo la oportunidad de entrar en las casas de Marruecos. Se impregnó de la cultura local. Estuvo más próximo de la realidad que otros. Pero ¿reflejó la realidad o más bien lo que él amaba?”

El presidente de la Fundación Nacional de Museos de Marruecos, Mehdi Qotbi, recalcó este martes, en la presentación ante la prensa, que es un honor acoger a Delacroix en Rabat casi 190 años después de su viaje por Marruecos. Aclaró que la muestra llega con un retraso de dos años, a causa de la pandemia, y con algunas obras menos de las inicialmente previstas, ya que la agenda de varias instituciones que iban a prestar varios cuadros también se vieron alteradas por la crisis sanitaria. “Pero finalmente, hemos podido abrir después de la pandemia. Y ofrecer esta exposición a todos los que visiten nuestro país este verano”. Qotbi ensalzó “la democratización del arte”, en su país.


Source link