Denunciado por eludir el peligro en el Everest


El destino de los miembros de éxito de la etnia sherpa pasa por la capital de Nepal, Katmandú. Allí fijan su residencia fuera de la temporada de ascensiones y su retiro definitivo, dejando atrás su valle de residencia, el Solokhumbu, buscando el atractivo de las grandes urbes, sus médicos y hospitales, la idea final de progreso con la que apenas se atrevían a soñar a finales del pasado siglo. Allí murió el pasado lunes a los 72 años Ang Rita, junto a Tenzing Norgay (el acompañante de Edmund Hillary en la primera ascensión al Everest, en 1953) el sherpa más ilustre que recuerdan expertos y despistados. Sus restos ardieron dos días después en una ceremonia budista celebrada en la confluencia de los ríos Bagmati y Bishnumati y decorada con honores nacionales… un gesto del mismo Gobierno que no supo asistirle cuando sufrió un derrame en 2017 que segó su calidad de vida.

El imaginario colectivo sigue confundiendo el término sherpa con el de porteador de cargas. La etnia sherpa se estableció hace siglos en el Solokhumbu, procedente del Tíbet, poblando tierras elevadas en las faldas del techo del planeta, Sagarmatha (en nepalés), Chomolungma (en tibetano) o Everest para los occidentales. Ang Rita fue capaz de alterar el papel de los de su especie en las montañas más elevadas, transformándose en guía cuando solo se esperaba de él que fuese una comparsa debajo de una mochila voluminosa.

Gracias a su ejemplo, hoy en día los trabajadores sherpas del Everest son considerados guías de alta montaña (algunos poseen la misma credencial internacional que distingue a los europeos) y ganan en mes y medio de la primavera casi 10 veces más que el sueldo medio anual del país. Un buen trabajador cobra cerca de 5.000 euros en el Everest, un tercio de lo que puede embolsarse un guía occidental. Asimismo, las compañías que organizan las expediciones y los trekkings, disponen los campos base, equipan las rutas y coordinan las ascensiones de los clientes, son locales: ya no son solo empleados sino empleadores. Ang Rita, por supuesto, tuvo su propia compañía.

El empoderamiento sherpa creció de la mano de Ang Rita entre 1983 y 1996, a fuerza de récords, sustantivo que los alpinistas evitan alegando que su actividad es menos un deporte que una forma de relacionarse con el medio natural. Pero el caso es que Ang Rita completó un registro impensable de 10 ascensiones al Everest sin emplear oxígeno artificial, trabajando, algo casi inaudito para cualquiera que carezca de una genética acomodada a la hipoxia. Nadie ha podido imitarle, por mucho que otro sherpa, Kami Rita, se haya colado en la cima 24 veces, siempre tirando de oxígeno artificial. También ofició de guía en el Cho Oyu, Lhotse, Manaslu, Annapurna, Dhaulagiri e incluso en el temible K2.

Huérfano y pobre, la necesidad acercó a Ang Rita al trabajo en edad infantil, cuidando rebaños de yaks, llevando cargas de un pueblo a otro o comerciando con el Tíbet hasta que al cumplir los 15 años encontró hueco como porteador para una expedición al Dhaulagiri. Su tarea debía haberse terminado en el campo base, pero supo ingeniárselas para trabajar por encima de los 7.000 metros… sin equipamiento de montaña. “Después, me dieron botas que me venían grandes y más material, y supe que haría de la montaña mi profesión”, recordaría años más tarde. No fue sencillo.

Las oportunidades de colarse en las expediciones a cualquiera de los 14 ochomiles llegaban con cuentagotas y a menudo sufría la humillación de no poder pasar del campo 2. De nuevo el Dhaulagiri alteró su vida, acompañando hasta la cima a un equipo suizo… dos veces en apenas unos días. Esto le abrió las puertas del Everest, del dinero y del prestigio.

Ang Rita entrenó personalmente a sus dos hijos varones, que acabaron siguiendo sus pasos en la montaña. En 2012, su hijo Karsang contaba nueve cimas en el Everest cuando falleció camino de la décima. Ang Rita había visto morir a muchos montañeros: se sacudía la tristeza diciéndose que la fatalidad formaba parte de la vida de un montañero. Su mujer no supo resignarse y murió un año después. Ang Rita pasó sus últimos años al cuidado de su hija.


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