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Fabio Quartararo celebra la victoria en el gran premio de Cataluña.
Fabio Quartararo celebra la victoria en el gran premio de Cataluña.ALBERT GEA / Reuters

El verano se marchó puntual, pero sin avisar. Y el húmedo calor que acompañaba al mes de septiembre en el Vallés catalán dejó paso, de forma repentina, a las lluvias y el viento. Las temperaturas cayeron en picado. Los catalanes cambiaron la manga corta por el jersey. Y los pilotos recién llegados a Montmeló no tuvieron cómo abrigar sus motos. En el armario no había gomas adecuadas para un asfalto tan frío (21º, por los 50 que se registraron en 2019). Se imponía aparcar la agresividad y cuidar tan bien como fuera posible los neumáticos. Sobrevivir sería ya un éxito.

Ganar, como lo hizo, otra vez, Fabio Quartararo, el hombre que voló en el horno de Jerez a mediados de julio y que se escapó en la nevera en que se convirtió Montmeló ayer, tan fría la pista como vacías estaban las gradas, fue casi una proeza. No tanto por imponerse a dos Yamaha como la suya, las de Rossi y Morbidelli, con sendos adelantamientos a final de recta, sino sobre todo por lograr abrir un hueco que construyó décima a décima hasta que llegaron esas últimas cinco vueltas en que mantenerse encima de la moto empezaba a ser lo más complicado.

Las Yamaha, que habían dominado todo el fin de semana y se exhibieron como las más veloces a una vuelta, tuvieron en Quartararo a su hombre de referencia. Sumó su tercer triunfo –es el único con más de una victoria– y logró gracias también al cero de Dovizioso (fue arrastrado por Zarco en la salida) asaltar el liderato del Mundial. En cambio, no resistió Morbidelli (cuarto) el acecho final de las Suzuki; cometió un error Rossi cuando rodaba segundo, a poca distancia de Fabio todavía, y se fue al suelo a nueve vueltas del final; y se desinfló en los primeros giros, como tantas veces antes, Viñales, lastrado por una mala salida, finalmente noveno tras caer hasta la 16ª posición.

Ninguno había acertado a asegurar cuándo empezaría a caer el rendimiento de las gomas, pero todos advertían que en cuanto eso ocurriera habría que correr a la desesperada. Sálvese quien pueda.

Y se salvó antes que nadie el francés, que completó el último giro con la goma trasera destruida, tres segundos más lento que al inicio, y con la congoja de saberse perseguido por dos pilotos, Mir y Rins, que llegaban lanzados gracias al delicado empuje de su Suzuki, especialmente constante en carrera, tan respetuosa con los neumáticos que apenas acusaron sus tiempos el desgaste. Miraba atrás, de reojo, el francés, al tiempo que los dos españoles se conformaban con el podio. No les quedaron vueltas para aspirar a más. Se contentó especialmente con la tercera plaza Rins, que se había clasificado 13º el sábado y supo combinar a la perfección las ansias de remontada con su habitual pilotaje elegante.

En el podio, otro domingo más (y van cuatro), Joan Mir, que aunque sigue lamentándose por no haber ganado ni una carrera con tanto vaivén de pilotos como se ha visto este curso, es, sin duda, uno de los más regulares en este tramo del campeonato. Lo suyo no es la vuelta rápida, ni la pelea por la pole, pero en carrera es todo un espectáculo. Como la Suzuki, probablemente la máquina más equilibrada de la parrilla. Solo ocho puntos separan al mallorquín de Quartararo en la general.


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