Don’t be like Mike: una reflexión sobre el liderazgo tóxico y el bullying de Jordan


En los noventa, la cantinela de Be like Mike se hizo famosa por todo Estados Unidos gracias a un anuncio de bebida energética. El emporio comercial de Michael Jordan apenas empezaba a despuntar, y s
us proezas sobre la pista, como acostumbra a pasar con los ídolos deportivos, escondieron sus defectos fuera de la misma.

La filosofía de ser como Jordan es peligrosa, incluso cuando ahora todos repasamos su vida y obra desde el sofá gracias a la sobresaliente serie documental The Last Dance, que en España puede disfrutarse a través de Netflix. La serie, a pesar de estar producida por una de las compañías del mismo protagonista, no rehúye de algunas de las sombras del personaje, como su pasión por el juego desmesurada o su magro compromiso político como figura pública.

Estas aristas del mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, como nos presenta el documental y como opina la inmensa mayoría de aficionados a la NBA, son bastante evidentes y no forman parte del perfil glorificado del Jordan sobrehumano, esa figura que se transformaba en deidad con el 23 a la espalda. El documental, en cambio, sí que habla de la importancia de la dureza con la que Mike trató a la mayoría de sus compañeros, una exigencia que se transformó en actitudes reprobables en forma de liderazgo tóxico y un bullying injustificado.

Un líder a la vieja usanza

“Su estilo de liderazgo, tal y como era, parece anticuado”, escribe Noam Scheiber, periodista especializado en asuntos laborales en The New York Times. Según la mayoría de estudios sobre la materia, la norma general es que tener un líder tóxico no es beneficioso para ninguna organización. Sin embargo, como demuestran los hechos y el relato de The Last Dance, siempre hay excepciones. Más allá del baloncesto, un ejemplo de este tipo de liderazgo podría ser el de Steve Jobs, que dejó perlas de este tipo a sus enemigos corporativos: “Dile que el Macintosh es tan bueno que probablemente acabará comprando unos cuantos para sus hijos a pesar de que habrá puesto a su compañía en bancarrota”.

Aunque los resultados positivos son evidentes, tanto para Apple como para los Bulls, la excepción confirma en este caso la norma. Además, el éxito no debería hacer tolerables ciertos comportamientos. “Estuve allí en 1998, le vi en acción. No era bonito, podía ser cruel, grosero, despiadado. Podía ser todo aquello que, sumado, te convierte en un abusón”, opina Skip Bayless, que fue columnista del Chicago Tribune durante esa temporada. Sus compañeros, en el mismo documental, constatan lo difícil que era tratar con Jordan.

No nos equivoquemos. Era un grosero, era un imbécil, se pasó de la raya varias veces”, explica Will Perdue, uno de los recipientes de uno de sus famosos puñetazos. “¿Era un buen tipo?”, se pregunta BJ Armstrong. “No podría haberlo sido”, se responde a sí mismo. El documental presenta los choques de Jordan y su constante dureza con varios de ellos como un paso necesario para la cosecha de los seis anillos de campeones. “Cuando la gente vea esto dirán, ‘pues no era un buen tipo. Quizás era un tirano’. Pero ese eres tú, porque nunca has ganado nada”, se defiende Jordan, convencido de que sus actos respondieron a su propia autoexigencia y que a quiénes no le entiendan hay que verles como lo que son, unos perdedores.

De hecho, hay un punto interesante al final del séptimo episodio en el que Jordan no puede contener las lágrimas y pide cortar la grabación. Así termina el capítulo, dejando entrever que él mismo comprende la dimensión de alguno de sus excesos. También lo constata momentos antes de romperse: “Ganar tiene un precio. El liderazgo tiene un precio. Apreté a gente que no quería ser apretada”.

Un abusón de primera

Otra faceta inaceptable, y esta vez no es tan solo Jordan quien la lleva a límites insostenible, es la faceta del Jordan abusón. En los primeros compases del capítulo inicial de la serie vemos al astro y a su escudero Scottie Pippen metiéndose con Jerry Krause, diciendo cosas difíciles de aceptar para cualquier persona con dos dedos de frente: le llaman gordo, enano y asqueroso, y todo sabiendo que allí detrás estaban las cámaras.

Jordan se refería a su General Manager como Crumbs, que en inglés significa ser despreciable. Además, acostumbraba a mugir cuando el ejecutivo aparecía en escena. Lo más peligroso del documental es la falta de visión crítica sobre las escenas que muestran, claramente, ese maltrato fuera de tono a Krause, fallecido en 2017 y criticado con aspereza en más de una ocasión por varios de los protagonistas durante la serie.

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Para confirmar la sombra del abuso de Jordan, es mejor avanzar a su tercera etapa profesional con los Washington Wizards. Allí se topó con una de las mayores promesas rotas de la NBA, Kwame Brown, número uno del Draft de 2001, que el propio Jordan eligió como ejecutivo del equipo. Según varias informaciones, Jordan fue tan duro con el joven jugador que rompió su confianza sobre la cancha. Incluso le hizo llorar según varios testigos, aunque el propio Brown salió al paso de esas especulaciones a posteriori.

“Fue bastante duro”, cuenta el jugador en el libro de Michel Leahy Cuando nada más importa, que narra la tercera aventura de MJ en la NBA. “A veces me sentí muy solo allí fuera, como si estuviera rodeado de tiburones”. Las anécdotas sobre Jordan son numerosas.

A otro de sus compañeros que le ayudó a ganar anillos, Bill Cartwright, le llamaba Medical Bill (factura médica) por sus constantes problemas con las lesiones. Además, le lanzaba pases imposibles para demostrar que era malo en el manejo de balón. Más tarde, MJ reconoció que se equivocó al juzgar uno de los tipos que más le ayudó a ganar anillos, pero el exjugador tampoco ha pedido nunca perdón por sus actos.

Un documental sin autocrítica

“Los líderes de la NBA, y yo conozco a algunos, están un paso por encima de lo normal a nivel de exigencia”, opina el jugador del Barça Álex Abrines, excompañero de Russell Westbrook, Paul George y Carmelo Anthony con los Oklahoma City Thunder, en palabras recogidas por El País. “Pero lo que eran Kobe o Michael, o esa gente, ya no existe o es otro rollo. Se ha evolucionado hacia un baloncesto en el que no es necesario que alguno exija de esa manera. Cada uno ha llegado donde ha llegado por su talento y su trabajo, y al final todo el mundo entiende que quiere lo mejor para el equipo”.

Lo cierto es que es difícil imaginar a un líder tiránico como Michael Jordan a día de hoy, tampoco deberían estar justificados sus actos en la NBA de los noventa, no hasta los extremos que él llegó, al menos. Por ejemplo, el jugador con más anillos de la liga, Bill Russell, fue “el compañero más divino que jamás haya existido”, según recuerdan varios de sus excompañeros. Con once anillos, está claro que demuestra que hay otras opciones para liderar, y que definir como necesario el estilo de Jordan es buscar una justificación a lo injustificable. ¿Se comporta así Stephen Curry? No. ¿LeBron James? Tampoco. Y ambos han liderado también a dinastías exitosas en la NBA.

“Las superestrellas abusonas proyectan una larga sombra”, explica Chai R. Feldbum, autora de un estudio sobre el impacto de los grandes referentes en el comportamiento y actitud de las organizaciones.

“Si alguien puede permitirse salir indemne de un mal comportamiento, eso manda un mensaje al resto de compañeros”.
El mensaje, en el caso del documental de Jordan, se proyecta no solamente a sus compañeros, sino a todos nosotros, los espectadores. ¿Qué ejemplo es ese para los jóvenes jugadores?

La crudeza que muestra de The Last Dance necesita una visión crítica, y es que algunos de los hechos que se muestran deberían ser motivo de vergüenza y arrepentimiento, algo de lo que parece incapaz Michael Jordan. No ser como Mike, según en qué cosas te fijes, no tiene nada de malo.


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