De Draymond Green se pueden decir muchas cosas. Es un pedazo de jugador, el elemento aglutinador del juego que ha dado tres campeonatos a los Golden State Warriors y promete dar nuevas alegrías a sus aficionados. Sobre la pista es un competidor nato, y su perfil cumple con dos de los tres elementos que guían a la NBA hoy en día: “Competir con intensidad, liderar con integridad e inspirar a jugar a baloncesto”.
Siempre polémico, el tema de liderar con el ejemplo y de forma íntegra se le ha ido de las manos en las últimas jornadas a un jugador con una merecida reputación de follonero, por mucho que él se queje luego de la misma en la palestra.
Green no ha dejado de copar titulares en este arranque de semifinales de conferencia entre su equipo y los Memphis Grizzlies, siendo claro protagonista en los dos encuentros disputados en Tennessee. En el primer partido terminó expulsado por una acción “excesiva e innecesaria”, según la valoración de los colegiados, y en el segundo recibió un codazo involuntario en la cara que le mandó al túnel de vestuarios entre gritos e insultos de la afición local. Conocido por su carácter bullicioso, el jugador se dejó llevar por el calentón del golpe y las pullas para soltar una doble peineta al graderío del FedEx Forum.
Son cosas que pasan, pero Green está en pie de guerra contra los medios –en los cuales participa– e incluso contra la liga. Antes de conocer su sanción de 25.000 dólares por el gesto obsceno a las gradas, el ala-pívot justificó su acción en un para nada constructivo toma y daca: “Si vas a pitar a alguien a quien le han golpeado con el codo en el ojo y que tiene sangre, pues puedes recibir la peineta. Voy a pagar la multa, haré el paripé y pagaré el dinero. Me he sentido bien al hacerlo. Si van a ser sucios, yo también. Supongo que aplaudieron porque sabían lo de la multa. Genial, gano 25 millones al año, así que estaré bien”.
El mensaje de Green manda un mensaje equivocado sobre la violencia y la respuesta a la misma, especialmente tras una temporada en que la NBA ha tomado cartas en el asunto expulsando a varios aficionados que se han pasado de la raya. En primer lugar, asegura que si tienes dinero todo vale, pagas la multa y pasas página; y además justifica el ojo por ojo, diente por diente cuando el mensaje que debería transmitir el deporte, y especialmente los deportistas de primer nivel, es distinto. La violencia no debe responderse con más violencia, y la venganza extradeportiva no debe justificarse en estos entornos.
Hay otro problema que acusa Green, incapaz de reconocer sus propios errores, los que le han llevado a tener una reputación dudosa y con razón. Ahí está la hemeroteca para recordarle.
No hay peor ciego que el que no quiere ver
En sus quejas por el tema de la reputación, Green repitió por activa y por pasiva que no tiró de la camiseta de Brandon Clarke cuando estaba el aire. Previamente, por si fuera poco, le había dado un buen mandoble en la cara. Entrando en directo en el programa de máxima audiencia de la TNT, quedó retratado por las imágenes y su verborrea.
“¿¡No tiraste de su camiseta!?”, le recriminan al unísono Charles Barkley y Kenny Smith. El jugador habla primero de la ley de gravedad y luego de mala decisión arbitral. Su principal queja fue la expulsión por flagrante de tipo 2, que más allá de su intencionalidad o no, queda de sobra justificada por el carácter innecesario y excesivo de su agarrón y previo golpe en la cara con el rival en el aire.
Barkley puso la comparación definitiva: “Si Clarke golpea a Curry así, todo el mundo pensaría que es flagrante 2”. Empeñado en su postura, Green dijo que así sería, pero añadió una nueva justificación a lo que las imágenes ilustran con todo tipo de detalle: “¿Le di un golpe o le toqué?” Todo para no reconocer que quizás sí, se equivocó y los árbitros sancionaron lo que debían sancionar.