El activismo altruista como carne de ‘reality’

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Según el filósofo alemán Anselm Jappe, uno de los puntos fuertes del capitalismo es su capacidad para absorber las protestas. Pero esto no siempre se cumple. O quizás sí. Hace un mes fueron precisamente las protestas (digitales) las que tumbaron el estreno de The Activist, un reality estadounidense al que se acusó de querer mercantilizar el altruismo, promover la rivalidad entre causas sociales y reducir su éxito al alcance en redes de quienes defienden los derechos humanos. El culmen, leyeron algunos, de lo que los ingleses han bautizado como “activismo performativo”: aquel que no está interesado en transformar el sistema, sino en conseguir un rédito social o económico. El programa ha sido cancelado y será ahora reconvertido en un documental.

Coproducida por la cadena estadounidense CBS y la ONG Global Citizen, la serie pretendía mostrar la lucha entre seis participantes por lograr un cambio en una de las “causas mundiales urgentes” que el programa limitó a “salud, educación o medio ambiente”. A lo largo de cinco capítulos, el éxito de los concursantes equivaldría a su éxito en las redes sociales y la valoración de un jurado poco vinculado a la acción colectiva: el cantante Usher y las actrices Priyanka Chopra y Julianne Hough. El último reto consistiría en tratar de conseguir financiación de los líderes mundiales en la cumbre del G-20 y quien lograra más fondos se erigiría como ganador.

Enrique Guerrero, experto en medios, explica que el programa reunía la fórmula que triunfa desde hace años en el panorama audiovisual internacional: un reality basado en la competición, presentado por famosos y protagonizado por talentos. “Dado que hay una creciente sensibilidad en torno al activismo, los productores posiblemente pensaron que trasladar esa combinación de elementos a ese ámbito temático tendría éxito”, explica. No lo tuvo. Conscientes o no, los productores llevaron la máxima de Jappe demasiado lejos.

Abundaron los memes y las alusiones a ficciones distópicas como Black Mirror o Los juegos del hambre. Personalidades como la actriz Jamela Jail y la escritora Naomi Klein, exigieron la inmediata suspensión del programa. “¿Es esta una crítica marxista avanzada para exponer cómo la competencia por el dinero y la atención enfrenta a los activistas entre sí y socavar el cambio profundo?”, denunció esta última. La periodista Lexi McMenamin ironizó en Teen Vogue: “La burla inmediata del anuncio en las redes lo dice todo: llegas tarde, no lo entiendes, y ni siquiera mereces un hate-watch [mirar para criticar]”.

Zellie Imani, miembro del movimiento Black Lives Matter, argumenta que la CBS trató de beneficiarse del creciente tirón de las protestas sociales en los últimos años: “Problemas como la brutalidad policial han estado presentes en nuestras comunidades durante décadas. Pero solo cuando se hacen virales, los medios deciden cubrirlo”. Los críticos arremetieron sobre todo contra el hecho de presentar un acto de colaboración, comunidad y solidaridad en una descarnada competición para conseguir audiencia. Para Hanna Phizier, crítica cultural estadounidense: “El programa trivializa el trabajo de los activistas al convertir su medio de vida en competición y entretenimiento”. Imani insiste: “No competimos entre nosotros, sino contra el sistema”.

Ante las críticas, Global Citizen se defendió aludiendo a un interés por amplificar el mensaje de los movimientos sociales al gran público. Pero el creciente aluvión de reproches y la inminente disculpa por parte de las presentadoras, que decidieron retirarse del programa, empujaron a la CBS a echar marcha atrás. O al menos en parte. Se ha eliminado el elemento competitivo del reality, que será finalmente un documental sobre la labor de los activistas. Pero no todos terminan de comprar esta idea. “Nuestros problemas no son para generar audiencia, son algo real. Nos persiguen día a día”, sentencia Imani.


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