EL PAÍS

El ala dura republicana provoca un fracaso histórico en la elección del líder de la Cámara de Representantes de EE UU

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Este martes debía ser un día de celebración para el Partido Republicano en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Han recuperado la mayoría tras cuatro años de dominio demócrata. Sin embargo, los que parecían de fiesta eran los demócratas, mientras los republicanos se cocían en su propia salsa. La nueva legislatura ha arrancado con la falta de acuerdo de los republicanos para nombrar un nuevo presidente de la Cámara baja. Kevin McCarthy, el candidato conservador, ha perdido la primera votación por el voto de castigo del ala dura de su formación, que ha optado por nombres alternativos. Es la primera vez en un siglo que ocurre.

Un total de 19 representantes republicanos han dado la espalda a McCarthy. Pese a la humillación desde sus propias filas, el candidato se resiste a tirar la toalla y muchos de sus partidarios se niegan a buscar un sustituto. La falta de elección del nuevo speaker impide que la Cámara pueda empezar a funcionar. La votación debe repetirse, este mismo martes o en días sucesivos, tantas veces como sea necesario para alcanzar una mayoría. El récord es de 133 rondas en 1855, lo que supuso un bloqueo de dos meses en la actividad parlamentaria.

Los republicanos lograron en las elecciones del 8 de noviembre una mayoría estrecha, muy lejos de sus expectativas de una marea roja (el color de los republicanos) que había pronosticado el expresidente Donald Trump. Cuentan con 222 escaños, frente a los 212 demócratas (pues un representante del partido falleció tras ser elegido). Para ser elegido presidente de la Cámara de Representantes se necesita una mayoría absoluta y desde muy pronto en la votación se ha visto que McCarthy no contaba con el apoyo de todos los suyos para convertirse en el sucesor de Nancy Pelosi, la anterior presidenta de la Cámara.

McCarthy, congresista por California de 57 años, ha intentado hacer concesiones al ala dura de la formación, pero eso no ha bastado para asegurarse su elección. Aceptó incluso una regla procedimental que amenazaba con convertirle en rehén de los congresistas díscolos de su partido durante los dos años de su hipotético mandato: la que permite instar un voto de censura para destituirlo solo con que cinco representantes lo pidan. También hizo otras concesiones, pero no han sido suficientes para el ala derechista del partido (el Freedom Caucus, o Grupo de la Libertad).

La representante republicana por Nueva York Elise Stefanik, un perfil en alza en su grupo, ha presentado la candidatura de McCarthy asegurando que nadie como él ha trabajado tan duro para lograr la nueva mayoría republicana. Ha sido el líder de la minoría durante los últimos cuatro años y cuenta con el apoyo de los moderados de su partido.

McCarthy, sin embargo, se ha ganado enemigos internos. Hay quienes le acusan de haber hecho demasiadas concesiones a los demócratas y también quienes le responsabilizan parcialmente de la decepción electoral del 8 de noviembre. Otros han aprovechado la posición de fuerza que les da la estrecha mayoría republicana para tratar de imponer sus condiciones en el funcionamiento de la Cámara.

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Aunque McCarthy ha tenido algunos rifirrafes con Trump, el expresidente ha tratado de convencer a sus partidarios de que le apoyasen, pero sin éxito.

Los demócratas han aprovechado la nominación de su propio candidato, Hakeem Jeffries, para subrayar la unidad de su partido en contraste con la bancada contraria. Pete Aguilar ha presentado a Jeffries en una intervención mucho más aplaudida y celebrada por los demócratas que la de Stefanik por los republicanos. “Los demócratas están unidos”, ha proclamado.

De hecho, la división republicana y el cierre de filas demócrata ha provocado que Jeffries haya sido el más respaldado en la primera votación, con 212 votos. Por detrás ha quedado McCarthy, con 203, y en tercer lugar, Andy Biggs, un candidato alternativo propuesto por parte de los díscolos, con 10. El cuarto ha sido otro republicano, Jim Jordan, que ni siquiera había presentado su candidatura. Y aún hubo otros 9 votos dispersos en el partido, que dio un espectáculo de división que llevó a que entre los republicanos se extendieran las caras de funeral en un día que debía ser festivo.

[Noticia de última hora. Habrá ampliación en breve]

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