El asesino de Erika: un hombre esquivo, callado y sin casi amigos

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El martes 5 de abril, un hombre de 32 años asesinó a cuchilladas a una adolescente en el rellano de la escalera del edifico de Oviedo donde vivían, él en el primer piso, ella en el cuarto. La chica se llamaba Erika Yunga, tenía 14 años y volvía del instituto a comer a casa. Llamó al telefonillo y su hermano le abrió. No se la vio viva jamás. El asesino tiene 32 años, se llama Igor Postolache y se había mudado a Oviedo hacía solo 20 días. Nadie lo conocía en ese barrio. El dueño del bar de enfrente del portal de Erika asegura no haberlo visto nunca, no haberse fijado en todo caso. Postolache, de origen moldavo, pasó los últimos 15 años de su vida en la localidad de Trubia, situada a 12 kilómetros de Oviedo, a orillas del Nalón. Allí estudió bachillerato. Pero allí, a pesar de todo, tampoco lo conocían mucho.

Postolache, de estatura media-alta, ojos azules, poco pelo o rapado, vestía, según los que le conocieron en Trubia, de forma poco llamativa, con chándal muchas veces, paseaba con frecuencia un perro negro pequeño por el pueblo y solía coger el autobús a Oviedo todos los días por la mañana. A veces saludaba, a veces no. Era esquivo, poco hablador, iba siempre o casi siempre solo y no se le conocían muchos amigos.

Alba, de 27 años, que prefiere no dar su apellido, sale a tender a la parte posterior del bloque de pisos de tres alturas donde vive en Trubia. Al fondo, corre el Nalón a la luz del atardecer. Se sienta en un poyete y explica que Ígor vivió en los últimos tres años en la calle de al lado de su casa. Lo conocía y no lo conocía. Como tantos otros en el pueblo. En su tiempo, Alba fue amiga de su hermana, Anna. Pero dejó de verla hace mucho. Cuando supo la identidad del asesino de la adolescente Erika Yunga se quedó helada del susto y la sorpresa. El vecino del perro. ¿Cómo reconocer un asesino? “Decía hola y adiós, o no, hacía gestos con los ojos en vez de saludar muchas veces. Tenía cara como de tener un problema, eso lo pensaba yo antes de enterarme de lo que hizo. Pero no podía imaginarme lo que iba a pasar. Eso nunca. Un día hace tres o cuatro años, en la pasarela que cruza el río, me siguió y empezó a hablarme, en voz baja, pero no entendí lo que decía”.

Postolache acostumbraba en 2019 a merodear y a importunar a chicas en Oviedo. Siempre alrededor de la céntrica y populosa calle de Uría, muchas veces en la parada de autobús que hay al lado de la estatua de Woody Allen. Algunas lo denunciaron en su tiempo. Otras se han limitado a hacerlo público ahora en las redes sociales. En 2020 fue condenado a un delito leve de coacciones y tuvo que pagar 240 euros de multa. El método era siempre igual: se acercaba a una chica, la importunaba, le preguntaba cosas, se insinuaba babosamente (“qué guapa eres”, “eres fantástica”), a veces las amenazaba (“me estoy poniendo nervioso”, “me están dando ganas de ponerte una bolsa en la cabeza”), insistía, trataba de agarrarles el brazo, pero luego se iba a la primera muestra de resistencia o en cuanto alguien acudía a ayudar a la chica.

Lucía, de 21 años, que tampoco quiere dar su apellido, tenía 18 cuando, en junio de 2019, en la calle de Uría, fue abordada por este hombre: “Eran las 12 y media de la mañana, había mucha gente, yo volvía de la facultad, caminando por la calle, mirando el móvil. Entonces vi que alguien se ponía a mi lado y me decía, una y otra vez ‘no tengas miedo’, ‘no tengas miedo’, ‘tranquila’, ‘tranquila’. Muchas veces. Yo le pregunté que qué quería. Y él me respondió que fuéramos a una zona más apartada. Yo me deshice de él, le aparté y se fue. Pero luego, cuando yo había llamado a mis amigos y me encontraba en la estación del tren, con un ataque de ansiedad, le volvía a ver. Me miraba fijamente y luego se fue. Tenía los ojos muy azules”.

En Trubia los vecinos no sabían —o la mayoría de los vecinos no sabía— de estas conductas de Ígor. Aunque a veces comentaron que se comportaba de una forma rara. Una señora mayor contaba el sábado que ella y sus amigas, todas de más de 60 años, se lo habían encontrado a veces cuando paseaban por los alrededores del pueblo. “Y nos tiraba piedras. Piedrinas pequeñas, no para darnos o para hacernos daño. Las tiraba. No sé por qué. No nos decía nada y solo nos tiraba las piedrinas”.

La juez que instruye el caso visitó el viernes el hospital de Oviedo donde Postolache está ingresado, ya que tras apuñalar hasta la muerte a Erika se autolesionó con el mismo cuchillo después de encerrarse en el cuarto de baño. Se atacó con furia, quedando inconsciente, pero su vida no corre peligro. En cuanto le den el alta, irá a la cárcel, acusado de asesinato y de tentativa de agresión sexual. Los especialistas dictaminarán si padece algún tipo de trastorno, si este se agravó en los años que van desde los hostigamientos molestos a las chicas en la calle Uría al asesinato a puñaladas a una adolescente de 14 años.

En Trubia siguen las noticias con pasmo e incredulidad, a veces como si se tratara de otra persona. “Era solitario”, dice un vecino, como toda característica. “Pero qué con eso. Yo le veía subir todas las mañanas para coger el autobús a Oviedo”, añade. Otro, sentado a la puerta de su casa, a la entrada del pueblo, comenta: “Salía a correr por aquí. Corría un poco encogido, de forma rara. Aunque claro: ahora todo nos parece raro en él. Ahora”.

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