El 5 y 6 de septiembre de 1996, bajo la inspiración de Julio María Sanguinetti, quien en ese entonces ejercía por segunda vez la Presidencia de Uruguay, se creó el Círculo de Montevideo. La semana pasada esa institución celebró en Santiago de Compostela su XXVI Reunión Plenaria. Pasaron 25 años, durante los cuales los integrantes del Círculo debatieron y se pronunciaron sobre las grandes encrucijadas y problemas de Iberoamérica en el contexto internacional.
En el encuentro de Santiago estuvieron cinco de los que participaron en aquella asamblea fundadora de 1996: Sanguinetti; el expresidente de España, Felipe González; el expresidente de Chile, Ricardo Lagos; el cientista político argentino Natalio Botana y el expresidente del BID, Enrique Iglesias. También intervinieron el exministro de Justicia español, Alberto Ruíz Gallardón; el empresario mexicano Carlos Slim; el diplomático Martín Santiago Herrero, y el ex director general de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) Carlos Magariños.
El seminario se extendió tres días, bajo el título El mundo en pandemia. Pero la agenda fue mucho más amplia y estuvo organizada alrededor de dos problemas recurrentes en todas las presentaciones: el cambio civilizatorio que experimenta hoy la sociedad global, y las amenazas y desafíos que esa alteración plantea a la democracia. Sobre ese telón de fondo se recortaron cuestiones particulares: las dificultades para coordinar políticas internacionales en cuestiones delicadas, como la gestión de la pandemia; la importancia creciente e inquietante de las redes sociales en el debate político; y los cambios en las dinámicas del trabajo y el comercio global.
Las exposiciones académicas se enriquecieron por la convivencia, en especial por las exquisitas comidas de la cocina gallega, matizadas con anécdotas e historias de personalidades con una larga y exitosa trayectoria en la política y el Estado. Al estar Sanguinetti, era imposible que faltara el arte: hubo dos interesantísimas visitas, guiadas por expertos, a la Catedral de Santiago y a los magníficos tesoros del monasterio de San Martín Piranio. Toda la espiritualidad de la ciudad se condensa en esa arquitectura.
El primero en tomar la palabra durante el seminario fue el anfitrión, Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia, que inauguró las sesiones y permaneció en ellas hasta su clausura. Núñez Feijoo exaltó el papel que desempeñan las personas concretas en el cuidado de la democracia. Se refería a los líderes que estaban delante de él, en particular a Felipe González, a quien rindió un homenaje por lo que ha significado para la modernización de España. Tributo de uno de los más destacados dirigentes del PP al máximo líder contemporáneo del PSOE. Feijoo elogió una cultura que parece eclipsarse: “Antes gobernaba la responsabilidad, que se fija en el largo plazo. Hoy nos gobierna la frivolidad, que se preocupa por el interés personal y el rédito inmediato”.
Sanguinetti, con una elocuencia que siempre sorprende, pintó el paisaje general de la vida pública que se iría analizando y comentando durante las reuniones. Hizo notar que la pandemia aceleró muchas de las inercias que le preexistían. Salió a la luz que el sistema internacional carece de un ámbito en el cual coordinar el manejo de una crisis. Todos los expositores pusieron el acento en este problema. Lagos, con gran encanto pedagógico, ofreció un ejemplo muy concreto: el suministro de vacunas que, a falta de una instancia global de decisiones, presenta el riesgo de regirse por la ley del más fuerte. O por los reflejos de lo que Sanguinetti llamó el “nacionalismo vacunatorio”.
El líder uruguayo apuntó otras novedades de esta etapa de la historia. La reaparición de la centralidad del Estado para comunidades alarmadas por la emergencia sanitaria. También el poder de las redes sociales, que se despliegan más y más. El papel de esas redes fue un leit motiv de todas las sesiones. Sanguinetti observó que carecen de neutralidad. Es decir, que otra vez “el medio es el mensaje”. González insistió en el mismo problema, desde otro ángulo: la intervención en las distintas plataformas digitales habilita la intromisión en la intimidad de las personas. La sociedad se segmenta según gustos y preferencias. Las personas quedan tipificadas. Son operaciones que sirven a un negocio muy extraño de esta nueva era: las actividades más lucrativas están basadas en el manejo de datos privados del público, que son una “mercadería” gratuita. Lagos observó el mismo fenómeno desde un costado político. Las redes permiten que la vida en común se vuelva horizontal. Pero facilitan, a través del big data y la inteligencia artificial, que se manipule a quienes acceden a ellas. Tienen, al mismo tiempo, un potencial democratizador. Y un potencial autoritario. Veinticuatro horas después Ruíz Gallardón volvió sobre el tema para imaginar los rasgos de un régimen jurídico para el uso de esas plataformas.
Slim observó a la tecnología digital con los criterios del mercado. Propuso que, a semejanza de lo que sucede en los Estados Unidos, los gobiernos subsidien el acceso a las telecomunicaciones de las franjas más vulnerables de la población. Analizó las novedades que trajo el teletrabajo, impulsado por la crisis de la covid. Terminó recomendando una reforma laboral de largo alcance, que permita a la gente trabajar tres días por semana, en jornadas de 11 o 12 horas, y jubilarse a los 75 años, lo que aliviaría muchísimo el insoportable peso de los sistemas jubilatorios sobre las cuentas públicas.
Botana se refirió también al orden laboral, a partir de dos experiencias. Una conversación con un alumno de la Universidad, que le confesó tener un proyecto de vida híper individualista: “Mi mundo es mi laptop. Todo lo que necesito está allí”. La otra conversación fue con un desocupado que se gana la vida como pintor de paredes en Buenos Aires. Amenazado por la inseguridad cotidiana, producida en especial por la expansión del narcotráfico, ese trabajador tiene una sola queja: “Ya no hay derechos”.
De algún modo Enrique Iglesias y Carlos Magariños convergieron en el mismo temario. El ex presidente del BID reconstruyó la historia de la institucionalización de organismos para coordinar el comercio. Concluyó, con pesadumbre, en que casi todos están desactivados. Iglesias pidió una reanimación de los esfuerzos para integrar economías. Sobre todo, a escala regional. América Latina debería mirarse en el espejo de la feliz experiencia que protagonizan Estados Unidos, Canadá y México. Debería, además, romper el silencio.
Magariños retomó una idea de Martín Santiago: la del veloz ascenso de los sectores medios, que desde 2018 se convirtieron en la mitad de la población mundial. Relacionó ese despliegue con dos fenómenos: el mayor peso de los países emergentes en el PIB mundial y el acelerado deterioro del medio ambiente. Sobre ese horizonte ubicó las terribles cifras de la pandemia: 400 millones de nuevos pobres a escala mundial, de los cuales el 10% son latinoamericanos.
Estas novedades, que impulsan una gigantesca transformación de la vida en sociedad, plantean un desafío muy exigente para la política. Todos los participantes señalaron, en distintos paneles, este problema. González habló del lugar estratégico que ocupan los fundamentos del sistema, sobre todo porque no se ven: las reglas de juego, la división de poderes, el Estado de Derecho, las garantías fundamentales. “Puede pasarnos con ellos lo que sucedió con el edificio de Miami: se resquebrajan los cimientos, que son in-mediáticos, y cuando queremos acordarnos todo lo que está arriba se derrumba”.
Lagos y Botana plantearon el mismo problema con un alcance más general. Los dos sostuvieron que las instituciones actuales corresponden a la era de la sociedad industrial. Que los cambios vertiginosos de la transición digital exigen la creación de una reorganización de la vida en común. “El líder se enteraba de lo que opinaba la ciudadanía cada cuatro años, con las elecciones; ahora puede escuchar a los ciudadanos todo el tiempo, en las redes. Pero no hay todavía una manera de anticiparse a esas demandas, que implican otra manera de gobernar”, dijo Lagos. Botana lo puso en otros términos: “Las política va a remolque de la gran mutación civilizatoria, que tiene otra velocidad y nos desafía para crear nuevas instituciones”.
Sanguinetti, el creador del Círculo, hizo notar el peligro de la fragmentación política, la tendencia simplista hacia los extremismos, el default del centro. Llamó también a “reformar instituciones, recrear partidos, reformular el propio Estado”. Recordó, en definitiva, el objetivo de la institución que creó 25 años atrás: “No estamos aquí sólo para agitar ideas. Estamos también para encontrar caminos”. No habría un lugar más adecuado que Santiago de Compostela para invitar a esa aventura.
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