El compositor José María Sánchez-Verdú imagina el sonido presocrático con 70 voces de bajos

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Las puertas del cielo se abren al carro de Parménides, un vehículo que en tierra no evita rechinar los cubos del eje con estridente insistencia y, sin embargo, al volar se transfigura en cosmogonía chamánica, cuyo soplido resulta difícil imaginar. Pero no existe barrera que la imaginación sonora del compositor José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 53 años) no pueda traspasar. Este fin de semana, quien acuda al estreno de su obra Hacia la luz en el Auditorio Nacional de Madrid probablemente quede sobrecogido por ese viaje a la llama de la filosofía presocrática urdido a base de 70 voces de bajos masculinos y siete mujeres (las hijas del sol), además de la aportación de Ryoko Aoki con su técnica del teatro noh japonés y el acompañamiento de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE) bajo la dirección de Miguel Harth-Bedoya.

Se trata de una obra con la que Sánchez-Verdú regresa a los pilares de la filosofía, como habitúa a hacer y bordó en su ópera Gramma, basada en textos de Emilio Lledó. En Hacia la luz, el compositor indaga en la lucidez alucinógena de Parménides para su universo plástico de sonoridades, tal como lo define él. “Un carro tirado por yeguas camino del sol me sugiere que cuenta con una concepción del logos, con su filosofía, pero a la vez también con la magia: es un viaje de chamán”.

Un viaje imaginado quizás con el poder de pócimas a base de trigo fermentado para acercarse a lo místico. Ambos elementos confluyen en este poema del siglo V antes de Cristo, que Sánchez Verdú lleva tiempo estudiando para una obra que le ha costado cuatro años de trabajo. “La sociedad ha revestido la filosofía más antigua con un traje de racionalidad, pero tanto como eso hay que tener en cuenta su lado místico, el trance, la pérdida de conciencia”, asegura el compositor. Los estudios de Peter Kingsley o Alberto Bernabé le han ayudado en su itinerario.

Esa doble dimensión cuenta a la hora de indagar en nuevos sonidos, también de buscar en lo recóndito. La luz también se encuentra en los abismos, cree el músico. Sin duda, las 70 voces de bajos masculinos –con integrantes de tres coros, el de la OCNE, el de las orquestas de la Comunidad de Madrid y de RTVE y el de Cámara de Pamplona― trasladan a dimensiones poco exploradas antes. Esta semana, Sánchez-Verdú acaba de escuchar por primera vez en los ensayos, trabajando paso a paso con los intérpretes, lo que lleva años imaginando. ¿Decepción o asombro? “Suelo sorprenderme para bien y en este caso me ocurre eso, creo que los he llevado al redil”, asegura en su estudio de la plaza de Tirso de Molina, donde compone cuando está en Madrid, justo enfrente de donde vivía Luis de Pablo.

Allí ensaya también con Ryoko Aoki, actriz de teatro noh japonés, que sirve de contrapunto a la potencia vocal colectiva. “No podía presentar esta obra con sonidos que he tratado de imaginar tan remotos con una voz de soprano o mezzosoprano, tan reconocible para todos nosotros. Debía recurrir a melodías extrañas, gritos que no podamos identificar fácilmente, y para eso las técnicas ancestrales del teatro noh, quizás de las más antiguas que conocemos y todavía hoy vigentes desde el siglo XIV, me parecían acertadas”.

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Otra audacia, por tanto. Una más dentro de su carrera heterodoxa pero llena de logros, reconocida internacionalmente, hija de una profunda reflexión y un continuo coqueteo con el riesgo: “Hay que tirar, lanzarse, tomar caminos que estén a punto de romperte la cabeza. Yo no concibo el arte de otra manera”, asegura.

Testigos de su dedicación dentro de su estudio son sus laúdes, sus códices de anticuario, sus partituras, sus tratados de musicología y filosofía junto a los que Sánchez-Verdú urde, entre la poesía y el eco persistente de tradiciones y vanguardias, las obras que va rematando. Inventa y rehace géneros, busca nuevas formas, pero si hay algo que le seduce más que nada es la ópera. Para él, todo un camino de indagación: “Cuando empiezo una es como si me dispusiera a hacer una tesis doctoral”. De ambas cosas sabe, como musicólogo, doctor por la Universidad Autónoma de Madrid y profesor en el Real Conservatorio de la capital, entre otros lugares y como creador con algunos títulos de éxito en ese campo como Gramma, El viaje a Simorgh, basada en la obra de Juan Goytisolo o Aura, inspirada en la novela de Carlos Fuentes.

Ojalá, ahora, desde las puertas que Parménides abrió rumbo al sol sin quemarse la obra de Sánchez-Verdú desafíe, en palabras de María Zambrano, esa quietud del ser que el filósofo concibió en su poema para hacerse música, es decir, perpetuo movimiento.

Orquesta y Coro Nacionales de España. Coros ORCAM, RTVE y de Cámara de Pamplona. Director: Miguel Harth-Bedoya. Solistas: Ryoko Aoki (teatro noh japonés) y Ruth Iniesta (soprano). Programa: Hacia la luz (… ἐς φάος …), de José María Sánchez-Verdú (estreno absoluto). Meeresstille und glückliche Fahrt. Salmo 42, de F. Mendelssohn. Auditorio Nacional. Madrid. 11 y 12 de febrero a las 19.30 horas; 13 de febrero a las 11.30 horas.

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