El cuadrilátero europeo


El mandato de la coalición de socialdemócratas, verdes y liberales en Alemania se ha inaugurado con el compromiso de acelerar la integración europea en un sentido federal. Es una ocasión propicia para que un nuevo liderazgo de la Unión Europea, más compartido y consorciado, libere las energías reprimidas de los 27 durante largo tiempo. La autoexclusión del Reino Unido conlleva paradójicamente la ventaja de ahorrar al resto sus continuas amenazas de veto paralizador. Y el rápido aprendizaje de acomodación a la crisis pandémica, sanitaria y económica, sustenta una base susceptible de profundizar el club comunitario.

El esquema institucional de la Unión Europea (Comisión, Consejo, Parlamento y Tribunal de Justicia) es perfectible pero sigue siendo útil. Lo más obsoleto y de ritmo más irregular es el impulso de la locomotora francoalemana, aunque la construcción comunitaria reciba nuevos impulsos. Conviene pues complementar a Francia y Alemania con Italia y España (y Polonia, cuando regrese al liberalismo democrático), pues ese cuadrilátero sintetiza las grandes opciones de la Unión y supone alrededor de dos tercios tanto de su economía como de su población. En muchos ámbitos ya sucede así gracias a la fuerza de gravedad de esos países grandes, sin que haya cuajado todavía una cristalización formal. Los retos inmediatos se desdoblan en la orientación del plan de recuperación Next Generation y en la revisión de las reglas fiscales para cada uno de los 27 miembros sin que actúen, como sucedió en el pasado, como corsés restrictivos de austeridad.

Tras la Comisión, el nuevo Gobierno alemán muestra su disposición a reinterpretar el Pacto de Estabilidad, que tanto dolor social generó en la Gran Recesión. Y Francia e Italia pugnan por su revisión a fondo en sentido expansivo, como muestra la toma de posición de Mario Draghi y Emmanuel Macron en un artículo publicado en el diario Financial Times, y contrario al sugerido por los países autodenominados frugales. En las últimas semanas, algunos gobernantes europeos han reconocido casos de corrupción y evasión de capitales que han desacreditado a sus ejecutivos y favorecido recambios —especialmente en sus principales impulsores, Holanda y Austria—. Es previsible que sus nuevas coaliciones exhiban actitudes menos ensoberbecidas o, al menos, más flexibles.

Con estos datos, parece oportuno eludir el enquistamiento de posiciones y evitar la fragmentación de la Unión en frentes impermeables. Un trabajo previo de intercambio en el cuadrilátero de los países de mayor peso promete mejores resultados y España se inclina discreta y pertinentemente por respaldar esa lógica interna.

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