EL PAÍS

El desafío de China

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China ha culminado a principios de esta semana la puesta en marcha de una nueva fase política del liderazgo de Xi Jinping. Consolida así el giro hacia la priorización absoluta de los valores de seguridad, estabilidad y resiliencia, y exhibe rasgos inequívocos de configurar un régimen cada vez más personalista a través del protagonismo absoluto del líder. No han faltado nuevas señales inquietantes, como la advertencia del nuevo ministro de Exteriores, Qin Gang: “Si Estados Unidos no pisa el freno y sigue acelerando en el camino equivocado, no habrá barandillas suficientes para prevenir el descarrilamiento, que se tornará conflicto y confrontación”.

La relación entre las dos grandes potencias está en un momento delicado. La Administración de Biden, con apoyo bipartidista en Washington, perfila una política que pretende dificultar y controlar el ascenso de un gigante que, según argumenta, tiene la voluntad y la capacidad de reformular el orden internacional en un sentido que representa un desafío a su seguridad nacional. Sobre esa base, ha aplicado fuertes restricciones a la exportación de tecnología clave a China y estrecha lazos de seguridad con países de la región, como en el caso del acuerdo Aukus entre EE UU, Reino Unido y Australia. Pekín, por su parte, considera que sufre una maniobra de “contención”, “cerco” y “supresión” liderada por EE UU que compromete sus intereses vitales.

El autoritarismo en China sigue aumentando. Pekín reprime de forma inaceptable a minorías y disidencias, actúa por las vías de hecho en aguas disputadas en la región, no duda en utilizar el poder coercitivo de su fuerza económica, desarrolla y vende masivos sistemas de vigilancia colectiva y ha pirateado con métodos turbios tecnología occidental durante mucho tiempo. No caben ingenuidades. Las democracias deben prepararse ante posibles riesgos, pero es necesario hacerlo sin alimentar una espiral de tensión que pueda llegar a anular vías de diálogo y cooperación que son irrenunciables y necesarias en múltiples áreas. Si es lógico no querer facilitar los avances militares de un adversario que no despierta confianza, es preciso evitar también acciones de amplia escala que puedan ser percibidas como un intento de obstruir el progreso de una nación.

La Unión Europea hará bien en ir consolidando una posición propia, que ni es ni puede ser equidistante —dada la proximidad de valores con EE UU—, pero que tampoco puede traducirse en un pasivo seguidismo de la estrategia estadounidense. La prioridad hoy, en una situación tan volátil como la que suscita la guerra en Ucrania, es que Washington y China no renuncien a seguir ejerciendo una política de contención.


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