El discurso de Navidad del Rey

Algunas de las preocupaciones centrales de los españoles lo son también del rey Felipe VI. El discurso de Nochebuena es la ocasión que se reserva para dirigirse directamente a los ciudadanos por televisión, sin intermediarios y sin filtro. Esta vez, en su octavo mensaje navideño, el centro de sus palabras ha buscado el respaldo afectivo a una población muy sacudida sanitaria, económica y emocionalmente por la pandemia, por la crisis y, este año, hasta por un volcán. Pero ha buscado también alentar una forma de optimismo y ha subrayado la ocasión única que significan los fondos europeos para afrontar la modernización estructural de la economía de España. El Rey señala a Europa como la garantía de nuestro futuro y urge a todos a no dejar pasar la oportunidad que ofrece una Unión que ha dado pasos de gigante durante la pandemia. La visión de conjunto del Monarca en su discurso navideño menciona prácticamente todos los retos globales a los que nos enfrentamos: la transformación digital de nuestras vidas, el cambio climático, la inclusión, la igualdad entre hombres y mujeres o la necesaria solidez del Estado de bienestar. No dice lo que hay que hacer, sería impensable en una Monarquía parlamentaria, pero sí dibuja las urgencias de nuestro tiempo desde la razón y la ciencia. No es poco en el contexto del mundo.

No faltaron tampoco sus habituales apelaciones a los jóvenes, el segmento de edad con mayor rechazo a la Monarquía, y la advertencia a defender la democracia y las instituciones. Y en ese capítulo nadie hubiera entendido que este año Felipe VI ignorara la preocupación que existe en España con el comportamiento ya conocido de quien ha sido jefe del Estado durante casi 40 años, aunque no prospere la causa penal contra él. El Rey subraya el deber de las instituciones, también de la Corona, de “tener siempre presente los intereses generales, pensando en los ciudadanos, en sus inquietudes, en sus preocupaciones, estar permanentemente a su servicio y atender sus problemas” y “asumir las obligaciones que a cada cual le corresponda constitucionalmente”. Todo ello respetando y cumpliendo la ley, por supuesto, pero añade algo más: siendo ejemplo “de integridad pública y moral”. El Rey determina con claridad el estándar de comportamiento, más allá de la ley, para todo aquel que asume responsabilidades constitucionales. Aunque no citó a su padre, parece obvio que la firmeza del mensaje aleja las pretensiones de quienes ven en el principio legal de inocencia, y no en el de integridad pública y moral, la única vara de medir el comportamiento de un rey, también si es emérito.

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