El doble armario de Pío del Río

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La sombra sombra de Ramón y Cajal es más alargada de lo que puede parecer, y eso que parece muy larga. Además de sus aportaciones en el campo de la neurología, revolucionarias en su momento y aún vigentes, fue capaz de crear una escuela histológica en la que, con frecuencia, su imponente presencia ha impedido ver a otros investigadores que por sí mismos son extraordinarios: el luminoso árbol de Cajal no ha permitido ver ese bosque de lumbreras. Un científico en el armario es, más que una biografía al uso, la de Pío del Río Hortega (1882-1945), un paseo por ese bosque y por esa época deslumbrante, el primer tercio del siglo XX, la edad de plata de la cultura española.
Entre los más notables árboles neurológicos, además de Nicolás Achúcarro, fallecido muy prematuramente, con 37 años, destaca el trío de ases de Rafael Lorente de No, Fernando de Castro y el propio Pío del Río Hortega. Entre ellos, este último, tanto por sus aportaciones científicas como por su proyección internacional, es el más importante de todos, según el historiador de la medicina José María López Piñero. Y, como ocurre con frecuencia, de Del Río Hortega faltan biografías, como faltan de tantas personas, hombres y mujeres, que se han dedicado a la investigación en España. Esta cultura llena de lagunas —lacustre, según Augusto Monterroso— va desecándose poco a poco gracias a visiones nuevas, aportaciones originales, como esta de Elena Lázaro, que permiten entender y conocer personalidades influyentes y poliédricas, como la del histólogo vallisoletano. Biografías, afortunadamente, escritas y pensadas para el gran público.

Corrigió un error de Ramón y Cajal, su maestro, y gracias a ello unas células del sistema nervioso central llevan hoy su nombre

Entre los investigadores alemanes que leían a Hortega se puso de moda el verbo hortegieren, “horteguear”, con el cajaliano significado de utilizar con precisión una técnica concreta de tinción en el laboratorio. De hecho, la disputa histórica entre Del Río y Cajal surgió, entre otros diversos y múltiples motivos, porque el discípulo desarrolló una técnica de tinción, la del carbonato de plata, ideada por él mismo. En histología, entonces, uno valía tanto como su capacidad de inventar y usar técnicas de tinción, los sistemas para distinguir qué hay en el interior de las células, una especialidad en la que Cajal había sido sobresaliente. Con su técnica, Del Río describió la microglía, un tipo de células neurológicas que forman el sistema inmunitario del sistema nervioso central, a las que Cajal había descrito erróneamente y que pasaron a llamarse células de Hortega. Más adelante describió también, incluidas las funciones en su último trabajo científico, la oligodendroglía, otro tipo de células del sistema nervioso. No en vano su laboratorio, heredado tras la temprana muerte de Achúcarro, era, según Cajal, “la más activa de las hijuelas del Laboratorio de Investigaciones Biológicas”, el que había creado el Nobel.
Tras la agria disputa con Cajal, Del Río hubo de cambiar la sede de su laboratorio, y esa circunstancia, precisamente, le permitió conocer, según el relato de Severo Ochoa, a Nicolás Gómez del Moral, el “íntimo amigo” que brindó “sus más solícitos y afectuosos cuidados” a Del Río, al que el encontronazo con Cajal había hecho enfermar con “elevada fiebre e incesante delirio”. Sin embargo, un llamativo silencio evita el nombre de Gómez del Moral en los trabajos sobre Del Río, incluso aquellos que hablan con detalle de su vida y de su infancia. Sale mucho Portillo, su pueblo natal, y muy poco Nicolás, su pareja, algo que no debería dejar de llamar la atención. ¿Es posible pensar en la vida de Severo Ochoa sin Carmen o en la de Cajal sin Silveria? ¿Tiene sentido, entonces, ocultar a Nicolás?

Entre los investigadores alemanes que leían a Hortega se puso de moda el verbo hortegieren, “horteguear”, con el significado de utilizar con precisión una técnica concreta de tinción en el laboratorio

Por eso parece oportuno el libro de Lázaro, como es oportuno preguntarse si es pertinente hablar de la condición sexual del investigador. Javier Armentia, prologuista de este libro, astrofísico y vocal de PRISMA, la Asociación para la Diversidad Afectivo-Sexual y de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación, asegura que “no entenderíamos el género biográfico sin alusiones al yo y a sus circunstancias. Pero además, cuando esa experiencia vivencial supone un delito (como lo era la homosexualidad en los tiempos de Pío del Río Hortega) y te puede hacer objeto de inquinas o desprecio, es algo relevante”. Si una biografía muestra cómo es una persona —qué hizo, dónde y cómo—, “es comprensible que el entorno familiar, social, las relaciones, la vida compartida sean parte de la historia, porque permiten entender un personaje que ha contado con esos apoyos (o esas trabas) en su desarrollo como persona destacada”.
Y con respecto al campo de la investigación, “ese que querríamos ver regido por la objetividad y la razón que aplica a su análisis del mundo”, dice Armentia, “la gente se comporta, sin embargo, movida por el prejuicio y la desconfianza, pero tiene menos lógica. Conocer, por tanto, a grandes personajes del mundo de la ciencia que fueron o son LGTBIQ proporciona una visibilización que desmonta esos prejuicios, que evidencia que la discriminación que existe no debería justificarse en que es de señores educados no hablar de con quién se va uno a la cama”.
Así, Elena Lázaro nos saca del doble armario en el que se encuentra a Pío del Río, el de la invisibilidad de los científicos y el de su condición sexual. Un título, pues, doblemente oportuno. Y una historia apasionante, la de la época y la de la peripecia personal de Pío del Río Hortega, vallisoletano, histólogo de relevancia mundial, republicano comprometido que murió en el exilio franquista y homosexual.
Un científico en el armario. Pío del Río Hortega y la historia de la ciencia española. Elena Lázaro Real. Next-Door Publishers, 2020. 173 páginas. 19 euros


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