El dulce verano del adiós de Boris Johnson

El dulce verano del adiós de Boris Johnson

El todavía primer ministro británico, Boris Johnson, ha decidido disfrutar sin complejos de las últimas semanas en el cargo mientras los conservadores eligen a un nuevo líder. Si alguien esperaba de un mandatario forzado a dimitir tras una rebelión interna en el Gobierno que mostrara cierta contención y buscara la redención pública ante las acusaciones de mentir sobre las fiestas durante el confinamiento en Downing Street, se ha topado con un Johnson que goza del dulce verano del adiós.

Este fin de semana, en la suntuosa mansión de un donante millonario del Partido Conservador en los Costwolds, una próspera zona de la campiña inglesa que desde hace tiempo ejerce como imán para las grandes fortunas, el dirigente británico ha organizado, con 14 meses de retraso, el gran festín que las restricciones de la pandemia habían impedido cuando, en mayo del año pasado, se casó con su tercera esposa, Carrie Symonds, con la que tiene dos hijos.

Las imágenes de los preparativos del convite, al que se esperaba que acudieran el sábado entre 150 y 200 personas, mostraban una gran carpa erigida en la finca de más de seis kilómetros cuadrados de Daylesford House. El emplazamiento, la excepcionalidad de la casa de grado I (sello de exclusividad inmobiliaria en el Reino Unido) y hasta un vergel en forma de corazón brindaron a los Johnson el festejo del que el coronavirus los había privado. El enclave rural, sin embargo, no era la primera elección: la celebración estaba prevista en Chequers, la residencia de asueto de los mandatarios británicos en la campiña inglesa, pero, con las invitaciones enviadas, la pareja tuvo que buscar alternativa ante el escándalo causado por pretender usar la casa oficial para un fin tan personal después de que el primer ministro se viera obligado a dimitir el pasado 7 de julio.

En la esfera institucional, la óptica importa, también a Boris Johnson, aunque apenas diez días después de admitir públicamente que su tiempo, como la paciencia de su partido, se habían acabado, encontró ánimo para convocar en domingo en Chequers a más de un centenar de personas para su despedida. Según medios británicos, hamburguesas y vino espumoso de lujo circularon en abundancia entre los asistentes, una mezcla de ministros y amigos del premier. El mismo día se celebraba una reunión de emergencia para coordinar la respuesta a la ola de calor que abrasaba Europa. Desde el Ejecutivo insistieron en que había altos cargos suficientes en la reunión.

En su ocaso como gobernante, Johnson no ha desaprovechado la oportunidad de gozar de los aspectos más gratos del cargo. Así, a mediados de julio se le vio disfrutar en la cabina de un avión de combate Typhoon, del que llegó incluso a coger los mandos en pleno vuelo, cuando acudió a dar un discurso al Farnborough Air Show. Y aprovechó, apenas días después de su renuncia, para grabarse y subir a las redes sociales un vídeo en el que se animó a bromear con el motín interno del que acababa de ser víctima: “Os dejo a vosotros el imaginar a quién me gustaría mandar en órbita al espacio”.

El mensaje parece apuntar a Michael Gove, al que despidió en mitad de la tormenta política mientras hasta 60 altos cargos abandonaban el Gobierno. Como uno de los miembros más influyentes de su Gabinete, y de los más veteranos en los sucesivos Ejecutivos tories desde 2010, Gove le había trasladado a Johnson que su hora había llegado. El primer ministro no había olvidado que en 2016 saboteó su primer intento de asalto al liderazgo y, en plena cascada de renuncias, lo cesó fulminantemente.

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La decisión no cambió su suerte, ya sentenciada, pero evidenció que si tenía que irse, lo haría a su manera, como tuvo ocasión de comprobar el Parlamento antes del receso estival. El primer ministro desechó la moción de censura que quería debatir la oposición laborista y promovió un voto de confianza en su propio Ejecutivo y reivindicó su gestión al frente de lo que calificó como uno de los “más dinámicos gobiernos en tiempos modernos”. Y proclamó que había “acertado en las grandes decisiones”. Solo dos días después, se despidió de la Cámara de los Comunes con la célebre frase del personaje de Arnold Schwarzenegger en la película Terminator II: “Hasta la vista, baby”. Y en su discurso de dimisión a las puertas de Downing Street, lanzó con desparpajo los dardos contra los diputados conservadores que precipitaron su caída: “Ya hemos visto cómo en Westminster [la sede del Parlamento británico] el instinto de rebaño es poderoso, y cuando el rebaño se mueve, se mueve”.

Uno de los candidatos a sucederle, el exministro de Economía Rishi Sunak, está marcado por la etiqueta de traidor que le ha granjeado ser uno de los dimisionarios que desencadenaron la caída ―su contrincante, la ministra de Exteriores, Liz Truss, se quedó en el Gobierno―. Mientras el proceso de primarias continúa, con intención de nombrar nuevo líder el próximo 5 de septiembre, se calcula que unos 14.000 afiliados del Partido Conservador han firmado una petición en apoyo de que Johnson se mantenga como líder. El propio promotor de la iniciativa, Peter Cruddas, miembro de la Cámara de los Lores y donante conservador, sostiene que, en un almuerzo con Johnson en la residencia de Chequers, este le confesó que quería permanecer en el cargo y ser cabeza de cartel en las próximas elecciones.

Su entorno ha negado que el primer ministro coquetee con la idea de permanecer y la gran incógnita ahora es su futuro más inmediato. La primera pregunta es si decidirá emular a algunos de sus antecesores, como Tony Blair o David Cameron, y dejará su escaño cuanto antes. La sombra de Johnson será alargada para quien lo reemplace en el número 10 de Downing Sreet, y esta semana, cabeceras como el Daily Telegraph, biblia conservadora, especulaba con su potencial ascenso como secretario general de la OTAN.

Según ha permitido difundir a sus acólitos, Johnson sigue convencido de que la culpa del motín que precipitó su dimisión no tiene nada que ver con él y mantiene que los que forzaron su salida atentaron contra la voluntad de los 14 millones de personas que habían votado tory en las elecciones generales de 2019.

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