El ecologista que se coló en el presunto palacio de Putin y documentó su lujo


Durante el pequeño paseo que pudo dar por la selecta área, Dmitri Shevchenko observó los frondosos jardines, los mármoles, la puerta con adornos dorados, la suntuosa piscina decorada con frescos y la entrada del imponente edificio rectangular gris de estilo clásico, más conocido hoy como “el palacio de Putin”. En su incursión, hace ya una década, para investigar los daños ambientales de esa mansión en una recóndita zona del mar Negro, el ecologista Shevchenko también fotografió la extravagante fuente, destinada a ser parte de una discoteca acuática, que en los últimos días se ha convertido en uno de los símbolos de la investigación del opositor Alexéi Navalni sobre el supuesto palacio del presidente ruso, que ha sacudido a Rusia. “Todo aquello destilaba la palabra dinero”, comenta el activista por teléfono desde la región de Krasnodar.

El material fotográfico que Shevchenko tomó antes de que lo detuvieran y sus descripciones del lugar han nutrido el extenso informe del destacado opositor ruso y su equipo del Fondo Anticorrupción, que atribuye a Vladímir Putin la propiedad del palacete, no lejos de la ciudad turística de Gelendzhik. Navalni explica que la finca y los terrenos, que tienen un valor de más de 1.200 millones de euros y que, supuestamente, se pagaron con fondos fraudulentos, están a nombre de oligarcas del entorno del Kremlin a los que la investigación apunta como testaferros. Este sábado, cuando arrecia la presión sobre el Kremlin por el desafío de Navalni, el empresario y multimillonario Arkadi Rotenberg ha afirmado que el palacio es suyo. El oligarca, que ha hecho fortuna con los hidrocarburos y que se ha hecho cargo de numerosas y jugosísimas licitaciones públicas, es uno de los amigos más cercanos de Vladímir Putin, también su tradicional compañero de yudo.

Las noticias sobre la pomposa mansión ya aparecieron hace años en algunos medios rusos. Pero el vídeo de YouTube de 113 minutos difundido por Navalni la semana pasada, que acumula ya más de 100 millones de visitas, y un profuso e ilustrado artículo en el que el opositor describe detalles llamativos en su característico tono sarcástico, populista, cercano y visualmente potente, han aumentado el caudal de la indignación desatada en Rusia tras el arresto del opositor, nada más regresar a Moscú desde Alemania, donde estuvo hospitalizado por el ataque el pasado agosto en Siberia con una neurotoxina de uso militar que casi le mata y tras el que ve la mano del Kremlin. Navalni está en prisión preventiva.

El supuesto palacio de Putin se ha convertido así en un símbolo de la desigualdad económica del país euroasiático, seriamente tocado por la crisis económica, y ha inflamado aún más el ánimo de protesta.

Navalni, que proporciona algunos vistosos planos aéreos, muestra los terrenos del palacio, sus viñedos, los jardines y un buen pedazo de costa. El opositor explicó que había usado los planos que un constructor filtró hace una década —que fueron la primera revelación del caso— para crear modelos interactivos y tridimensionales del interior a los que la organización anticorrupción del activista ha dado un baño de lujo y kitsch. El opositor también habla con cierta sorna de las eternas obras del palacio para tratar de arreglar las humedades y el moho, derivados de la mala calidad de la construcción.

El informe del Fondo Anticorrupción describe en detalle el palacete, que cuenta en la planta baja con una sala de cine, un spa, una bodega y un área al aire libre con las ya famosas “piscinas-discoteca”. Y no se queda ahí: en otro piso tiene una zona de casino, una sala de narguile con un escenario y una barra de pole dance y un teatro. La investigación de Navalni, que muestra detalles financieros y parte de los planos de construcción, detalla también que la mansión tiene una iglesia, una pista de hockey sobre hielo subterránea, un puente de 80 metros que conduce a una casa de té y un túnel que llega hasta la orilla del mar.

El palacio y casi 50 kilómetros cuadrados alrededor están controlados y protegidos por el servicio federal de inteligencia ruso (el FSB, sucesor del KGB) y son espacio aéreo restringido. Las embarcaciones tampoco pueden acercarse a menos de casi dos kilómetros de la zona costera cercana.

Shevchenko y su grupo de ambientalistas habían seguido de cerca durante años la situación de la zona, la última gran área de bosque en la costa del mar Negro de la región de Krasnodar, no demasiado lejos de la ciudad turística de Gelendzhik. Un área remota, sin agua ni comunicaciones. “Nadie tenía interés comercial en construir allí, habría sido demasiado caro. Había que hacer, literalmente, toda la infraestructura desde cero”, comenta. No se trataba de un terreno especialmente protegido, pero no era edificable, según la ley rusa. Y cuando a principios de la década del 2000 se rumoreó que se iba a construir allí, los activistas se pusieron en alerta. Más cuando empezaron las primeras obras, en 2005. “Queríamos saber cómo llegó un pedazo de bosque, terreno público, a manos privadas. Y de ahí empezamos a tirar del hilo”, dice el activista, de 39 años.

Algunas informaciones apuntaban entonces a que la construcción iba a ser una residencia para los jefes de la Comunidad de Estados Independientes. Un poco más tarde, a finales de 2005, apareció colgada en la valla una señal de que se estaba construyendo un campamento infantil. Después, solo silencio. Hasta que en 2010 empezaron a aflorar las revelaciones de un conocido empresario constructor, Serguéi Kolésnikov, que salió del país y filtró planos, contratos y otros documentos sobre la obra y detalló que tras la pantalla de otro empresario se hallaba en realidad Vladímir Putin. Planos que también han servido de material para la investigación de Navalni.

Shevchenko y su compañero Surén Gazarián, de la ONG Vigilancia Ecológica del Caúcaso Norte, localizaron a Kolésnikov y obtuvieron algunos datos sobre el acceso y la evolución de la construcción. “Decidimos ir a evaluar el daño ambiental”, apunta el activista. En febrero de 2011 se presentaron allí en coche. No había nadie en el puesto de control. La barrera estaba abierta. La obra se veía en marcha. Llegaron hasta el palacio gris, una de las opulentas piscinas, los jardines.

No tardaron en ser descubiertos. En seguida apareció un grupo de agentes del Servicio de Protección Federal (FSO), la destacada agencia que protege al presidente y otros altos funcionarios rusos. Y tras ellos, guardas fronterizos y personal de una compañía de seguridad privada, cuenta Shevchenko. Antes de que les requisaran la cámara junto con el resto de sus pertenencias y les trasladaran a una pequeña estación de policía, Shevchenko pudo esconder la tarjeta de memoria y salvar las fotos.

En aquella comisaría rural todo fue “surrealista”, rememora. No lograron presentar una denuncia por sus pertenencias requisadas, pero ellos tampoco fueron apercibidos por estar junto al palacio. “No querían papeles de por medio, interrogatorios. Simplemente hicieron como si todo aquello no hubiera existido; tampoco el palacio”, señala Shevchenko.

Los activistas empezaron a tener problemas serios poco después. Sobre todo tras algunos intentos más de documentar el daño ambiental también en las playas y la costa de parte del lujoso complejo. Gazarián terminó siendo procesado y salió del país; otro de sus compañeros fue apaleado en una aldea cercana cuando trabajaba en un informe sobre los viñedos del palacio de Gelendzhik, asegura Shevchenko. Así que la organización dejó de visitar la zona. “Se volvió demasiado peligroso”, señala el activista, que ahora trabaja en la ONG Iniciativa Cívica contra el Crimen Ambiental.

Shevchenko cree que el daño ecológico que ha causado el palacio es “inmenso”. “Ahora es invaluable. Ya cuando nosotros analizamos la situación, hace años, detectamos que habían tallado más de 40 hectáreas de bosque sólido en un área con flora en riesgo de extinción: pino de Pizunda, enebros raros y muchas más especies. Acabaron con todo sin ningún miramiento”, se lamenta.

El informe de Navalni y su equipo, el último golpe directo del opositor en su batalla contra Vladímir Putin, ha hecho daño al Kremlin, que está maniobrando para contrarrestarlo. En un gesto inédito, el propio presidente ruso, que no alude a Navalni nunca por su nombre y actúa como si no existiera, habló esta semana sobre el tema y negó que él o sus “familiares cercanos” sean los propietarios de la lujosa mansión. Aunque la investigación de Navalni y las revelaciones anteriores ya apuntaban a que el palacete y el terreno están en realidad en manos de empresarios cercanos al líder ruso, que actúan supuestamente como pantalla. Ahora el foco está en Arkadi Rotenberg, que está en la lista de sancionados por Estados Unidos desde 2014.

También el FSB ha tenido que salir al paso y aunque ha confirmado que se trata de una zona de exclusión aérea, ha asegurado que se impuso por razones de seguridad fronteriza y para proteger la costa del mar Negro de los espías de la OTAN.

La reacción de Putin muestra su gran preocupación. En otro intento de neutralizar el daño, varios medios afines al Gobierno han iniciado una campaña para desacreditar el informe de Navalni, que normalmente es invisible para la prensa de la órbita del Kremlin. El viernes, el medio digital Mash, que tiene cerca de un millón de suscriptores en su canal de Telegram, publicó su propio vídeo del palacete, con una visita a la zona y el interior, en obras, en un tono jocoso que aunque quería refutar algunas de las revelaciones de la investigación del Fondo Anticorrupción, como el supuesto lujo interior, confirmaba el fondo. También el canal estatal Russia 1 emitió un programa especial sobre la finca en la misma línea, en el que remarcó que estaba destinada a ser un hotel.


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