El escándalo sexual de Alex Salmond revela la guerra interna del independentismo escocés


Nicola Sturgeon (Irvine, Escocia, 50 años) ha construido durante los últimos siete años una imagen de seriedad y rigor que ha sido fundamental para impulsar la causa del independentismo escocés. La torpeza, y en el peor de los casos la malicia, con que su Gobierno ha manejado las acusaciones de abusos sexuales contra su predecesor, el carismático Alex Salmond, ha puesto en duda esa apariencia de integridad. La oposición ha aprovechado la investigación del Parlamento autónomo sobre el asunto para poner este miércoles contra las cuerdas a la mujer que más posible ha hecho la amenaza de una ruptura del Reino Unido. El juicio contra Salmond ha acabado por ser el juicio contra Sturgeon.

“Escocia no ha fracasado. Sus líderes han fracasado”, proclamaba el veterano político ante la comisión parlamentaria, con un discurso medido para buscar el titular más efectista y causar el mayor daño posible a su sucesora. “El Gobierno actuó ilegalmente y nadie ha asumido la culpa. Los fracasos de liderazgo han sido muchos, pero ninguna persona se ha hecho responsable”, continuó.

Hay que echar la vista atrás hasta 2014 para entender la implosión del independentismo justo en uno de sus mejores momentos. Las encuestas señalan una tras otra un respaldo mayoritario a la secesión de Escocia, y vaticinan una mayoría absoluta del SNP (Partido Nacional Escocés, en sus siglas en inglés) en las próximas elecciones autonómicas del próximo mayo. En aquella fecha, tanto los políticos londinenses como el resto del mundo quedaron sorprendidos por la fuerza del separatismo. No logró vencer en el referéndum de independencia, pero obtuvo un notable apoyo del 45%. La popularidad y el entusiasmo de Salmond, ministro principal del territorio autónomo durante más de siete años, impulsaron al movimiento hasta un nivel de poder inimaginable en el último medio siglo.

La coherencia le llevó a dimitir y dar el relevo a su aliada, protegida y amiga durante una década, Nicola Sturgeon. El instinto de animal político le condujo a intentar tutelar desde la sombra el independentismo y mantener la fidelidad de sus seguidores en el partido. Una figura incómoda para Sturgeon, que intentaba reconducir al SNP hacia una imagen menos épica y más pragmática. Las soflamas de Salmond desde su propio programa en una cadena como RT (la antigua Russia Today), sospechosa siempre de injerencia en la política interna de los Gobiernos occidentales, no ayudaba. El expolítico acariciaba incluso la idea de recuperar su escaño en el Parlamento autónomo.

En esto llegó el movimiento MeToo, en 2017, y la tolerancia pasada con las conductas vejatorias de las mujeres por parte de hombres poderosos comenzó a ser juzgada con la severidad que correspondía. El Gobierno escocés decidió que debía actualizar su reglamento interno para atajar de raíz cualquier episodio. Hoy nadie sabía nada, incluida Sturgeon, pero las licencias que se permitía Salmond desde la cumbre no sorprendieron en el partido cuando salieron a la luz. Dos mujeres propiciaron con sus denuncias que se iniciara una investigación interna contra el exministro principal. Y esa decisión se ha convertido hasta hoy en la mayor amenaza de un final abrupto de la carrera política de Sturgeon. “No podemos permitir a ningún ministro principal que engañe al pueblo escocés y siga en su puesto, especialmente cuando han intentado ocultar la verdad y han abusado de su poder durante todo este procedimiento”, ha clamado Douglas Ross, el líder de los conservadores en Escocia, quien por primera vez ha visto una línea de ataque contra un nacionalismo que hasta ahora resultaba a prueba de hierro.

El Gobierno de Sturgeon demostró un nivel de chapuza legal en sus pesquisas contra Salmond que se volvió en su contra. La ministra principal se reunió en privado con su predecesor y nunca lo hizo público. Aseguró que fue entonces cuando supo por primera vez lo que estaba ocurriendo, pero ha quedado demostrado que su equipo ya conocía previamente todos los detalles. Una clara brecha en el llamado Código Ministerial, el reglamento ético que rige la conducta de todos los miembros del Gobierno. Y el funcionario al frente de la investigación, cuyo nombre permanece oculto, se reunió con las dos mujeres antes incluso de abrir el caso. Suficientes vicios de origen como para anular todo el procedimiento. Y Salmond aprovechó la oportunidad. Llegó a abrir una colecta pública para que sus seguidores, todavía miles, le ayudaran a financiar los costes legales del desafío judicial que estaba dispuesto a lanzar contra el Gobierno. Y venció.

El Ejecutivo escocés se vio obligado a desembolsar casi 580.000 euros en costas legales por un procedimiento civil que se empeñó en sostener, a pesar de que sus propios asesores legales le habían advertido de su “ilegalidad” y de que estaba “contaminado por un aparente sesgo”. La victoria de Salmond fue doble, porque en marzo de 2020 un jurado popular le declaró además no culpable de 12 delitos contra la libertad sexual (la mayoría acosos, pero también dos intentos de violación).

La figura del político independentista ha acabado a estas alturas en el cubo de la basura. Él mismo reconoció durante el juicio que no era “ningún ángel”, y su abogado admitió que podría “haberse comportado mejor como hombre”. Su propósito ahora es morir matando. En el prólogo de la edición de 2018 del Código Ministerial que ella misma escribió, Sturgeon enumeraba los siete principios que deben guiar a todo cargo público: generosidad, integridad, objetividad, responsabilidad, transparencia, honestidad y capacidad de liderazgo. La ministra principal de Escocia no ha ido tan lejos como ofrecer una disculpa pública por todo lo ocurrido durante su comparecencia de este miércoles, el momento más delicado de su carrera. “Alex Salmond ha sido una de las personas más cercanas en mi vida. Muchas personas en esta comisión lo saben. Nunca quise ir a por él, y nunca quise que nada de esto sucediera. Ojalá pudiera dar marcha atrás al reloj y encontrar medios legítimos para evitar que hubiera pasado”, se ha lamentado.

Apoyos

Sturgeon sigue contando con el apoyo de la mayoría de su partido, y son muchos los escoceses que aún consideran todo el asunto como algo propio de la endogamia de los políticos, sin prestarle excesiva atención. La “traición del Brexit”, que rechazaron mayoritariamente en el referéndum de 2016, y la nefasta gestión de la pandemia del Gobierno de Boris Johnson siguen pesando más en la opinión pública escocesa que las batallas internas del SNP.

La ministra principal ha basado toda su apuesta política en la celebración de un nuevo referéndum de independencia si vence en las elecciones de mayo y logra controlar la crisis del coronavirus. Pero empiezan a olerse señales de debilidad. El Gobierno de Sturgeon solo ha entregado finalmente al Parlamento parte de los documentos de sus asesores legales después de que los Verdes se sumaran a la cuestión de confianza impulsada por conservadores y laboristas contra el vice ministro principal, John Sweeney, el hombre encargado de custodiar los reveladores papeles. La amenaza de censura parlamentaria sigue viva, y ha puesto en evidencia una realidad que las encuestas habían logrado que se evaporara: el independentismo sigue siendo hoy un Gobierno en minoría, y las maniobras reveladas durante todos estos meses de investigación demuestran que, como cualquier movimiento político, su prioridad pasa por asegurar su propia supervivencia.


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