El escenario como lugar de pensamiento

Fernando Cayo, en la representación de ‘Inconsolable’. En vídeo, el ‘making of’.

Peculiaridades y rasgos intransferibles aparte, en algo se parece Javier Gomá al resto de los mortales: no eligió a su padre. En ese sentido, y con permiso de Kafka, le pasa un poco como a todos. Dicho en sus propias palabras -las que dejó escritas en su monólogo Inconsolable- “un padre te cae en suerte sin elegirlo”. Por no elegir, ni siquiera elegimos nacer. Tampoco morir. Obviedades, a veces olvidadas o arrumbadas, que conviene recordar de tiempo en tiempo y que, seamos sinceros, vienen a enmarcar la fascinante existencia humana sobre la tierra. Ahí se acaba la historia.

Así que a Javier Gomá (Bilbao, 1965) le pasa lo que a todos. Por eso un texto como Inconsolable es a la vez íntimo y universal. Y por eso el director teatral Ernesto Caballero, responsable del Centro Dramático Nacional (CDN), y el actor Fernando Cayo han debido hilar fino y huir del subrayado, el didactismo y la trampa sentimentalista a la hora de llevar a escena esta pieza en la que su autor plasmó la inesperada desolación tras la muerte del padre. El monólogo de 11.500 palabras, publicado el pasado verano en las páginas culturales del diario El Mundo y luego incluido en el libro de Gomá La imagen de tu vida (Galaxia Gutenberg), llegará este miércoles a la sala principal del teatro María Guerrero de Madrid, donde permanecerá en cartel hasta el 23 de julio.

Cerca del trance

Fernando Cayo, baqueteado por igual en los territorios del teatro, el cine, la televisión y la música, ya se había subido a escena para probar el género del mónologo (Salvaje!!!, El Príncipe…). Un género al que le tiene especial ley y del que quiere desbrozar algunas dudas: “Un monólogo nunca es realmente un monólogo, hay un poco de trampa. Realmente estás estableciendo un diálogo. No hay cuarta pared y estás hablando con los espectadores. Es un diálogo complejo, para mí es lo más cercano a estar dentro de la psique de un ser humano, y con un texto así, más. Estableces una conversación con todos esos seres humanos que pueblan tu imaginario y tu subconsciente, y a la vez con los espectadores, transformados en ese momento en cómplices. Es una sensación cercana al trance, quitándole todo el misticismo que pueda tener esa palabra”, argumenta.

Aquel adiós del padre pilló por sorpresa al autor de Inconsolable. Por eso acabó haciéndose tantas preguntas y por eso las convirtió en un monólogo donde, entre otras cosas, pueden leerse y escucharse estas definiciones sobre la situación de desamparo inesperada: “Una conmoción no prevista. “Un continente emocional nuevo”. “Una violación existencial”. Y no, no valen las pomadas psicosociales aplicadas sobre heridas metafísicas, siguiendo con las palabras del pensador, ensayista y autor de Tetralogía de la ejemplaridad.

“La muerte es un hecho vulgar que les pasa hasta a los mosquitos. Lo interesante es la mortalidad, que es la conciencia del límite de tu vida. De esa conciencia nacen la ternura, la compasión, la solidaridad, la justicia, el arte, la ciencia, la filosofía, hasta el amor”, explica Javier Gomá.

Javier Goma, Fernando Cayo y Ernesto Caballero, autor, actor y director respectivamente de la obra 'Inconsolable'.ampliar foto
Javier Goma, Fernando Cayo y Ernesto Caballero, autor, actor y director respectivamente de la obra ‘Inconsolable’. EL PAÍS

Ernesto Caballero leyó el texto y supo que quería llevarlo a escena. Había un problema: la temporada 2016-2017 del CDN ya estaba cerrada. Le dio igual. Hizo sitio para Inconsolable, y lo hizo en la sala principal del María Guerrero como broche de temporada. “Me rondaba la cabeza la idea de poner en marcha un proyecto de pensamiento en escena, algo así como el teatro como un pretexto para pensar el mundo. Y esta obra es casi un manifiesto de lo que pretendo desarrollar en estos tres años que tengo por delante como director del CDN”, cuenta en su despacho del María Guerrero junto al autor del texto y el protagonista del montaje. De hecho, ese proyecto teatral suyo coincide con el que el propio autor del texto acuñó en su día bajo el término “Filosofía en escena”, a su vez íntimamente ligado con otro que incluso dio título a uno de sus libros: Filosofía mundana. Un ordenador personal y la casa de un escritor son ámbitos de intimidad. La relación entre un escenario y el patio de butacas parece una metáfora de lo social, luego de lo mundano.

No ha sido sencillo construir una dramaturgia sobre la base de un texto así, poner en marcha ese “viaje de lo conceptual a lo sensorial” del que habla Ernesto Caballero: “Este personaje tiene un lado casi calderoniano, es alguien que sobre la marcha tiene que ir dándose a sí mismo las respuestas. Eso está en los clásicos, sobre todo en Calderón, en sus autos y en sus dramas”. Respuestas… sobre la muerte, una cuestión cuyo encaje como tema de conversación o análisis nunca ha parecido del todo resuelto en las sociedades occidentales y que Inconsolable pone sobre la mesa si disfraces. “Yo creo que la muerte está negada, o mejor, banalizada”, incide Ernesto Caballero, “hay una muerte de videojuego que está muy presente, pero la experiencia real de la muerte, esta sociedad trata de ocultarla. Todo está dirigido a crear ese trampantojo de que somos inmortales”.

 

Una sobriedad espartana, bella y eficaz impregna la solución escénica puesta en pie por Paco Azorín, solo mancillada por una fina lluvia de ceniza. Un plano inclinado que luego se hará muro, un sillón, unos libros por el suelo y la leve partitura de Luis Miguel Cobo bastan para acotar las evoluciones de Fernando Cayo. El actor habla así de su propio nivel de inmersión personal en esta historia, y del carácter universal de esta: “Javier Gomá ha dejado mucho misterio en este texto, ha dado los detalles justos para dejar un espacio a la imaginación del espectador para que cada uno proyecte su propia experiencia. Cuando yo lo leí pensaba que estaba contando mi historia… la añade: “En esta interpretación están proyectadas un montón de experiencias personales: la pérdida de mis padres y de mi hermano, que he revivido aquí no como una condena, sino como algo terapéutico, sanador, luminoso”.


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