El placer cambia de horario: ‘capuccinos’ en lugar de gin tonics

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De alguna forma nos regimos ahora por un reloj más que nunca. Todo ha pasado a tener una alarma, un recordatorio en el móvil, una hora de inicio. Creo que debió de empezar con los aplausos, que pusimos a las nueve de la noche, pero acordamos (cuando era fácil construir consensos) adelantarlo a las ocho de la tarde por los niños, para que pudiesen dormir sin estruendo durante el confinamiento duro.

Y desde entonces (con más o menos acuerdos) hemos ido añadiendo muescas: las horas fijas de paseo por franjas de edad, los toques de queda, los horarios reservados en los comercios, las restricciones de la hostelería. Una miríada de normas que varían casi cada semana, casi en cada calle, seguro que en cada ciudad o provincia. Hemos pasado a vivir todos bajo el mismo reloj ahora, y este reloj que nos ordena también nos ha cambiado.

Esta colección de cinchas horarias nos ha movido también el escenario del deseo. Cuando éramos libres de vernos en cualquier momento y en cualquier sitio, solíamos elegir la noche para conocernos, y la noche era también la franja del día escogida para reconocernos, para estar cerca cuando podíamos estar pegados. Pero todo esto tiene ya hábitos distintos y la hora del descubrimiento ha pasado a ser la mañana: estamos saludando a la primera generación de parejas que se encontró después del amanecer y no antes, que compartió primero un café y no una copa.

Porque al final se trata de gestionar el deseo de compañía y encontrar las grietas de la norma, y la falla más luminosa son ahora los desayunos. Quizá por eso, no hay ciudad en la que no proliferen los cafés de especialidad, los obradores de pan de masa madre y el hojaldre ligero. Y quizá el corolario es que todo lo que sabíamos de aderezos extravagantes para el gin-tonic, lo sabemos ahora de lattes, flat whites o cold brew.

Durante los últimos meses ha sido fácil hacer el primer recuento de la crisis: todos los cierres de negocios que bajaron en marzo y todavía no han vuelto a subir. Pero también es verdad que está asomando un fenómeno nuevo, un síntoma de una realidad distinta: la hostelería que madruga para dar cabida al desayuno.

De repente hay que reservar mesa para tomar una granola a las 9.45 y crecen (fin de semana tras fin de semana desde el otoño) las colas de parejas o grupos minúsculos que esperan en las calles para entrar a tomar un pain au chocolat (napolitana de chocolate) en un obrador de moda. Ojo a esto, ¿eh? Despachos de pan y bollería que se ponen de moda: a 2021 no lo vimos venir por el camino de la fermentación salvaje y el chocolate bean to bar (literalmente del grano a la barra, expresión que hace referencia a una forma artesanal y refinada de hacer el chocolate en barras).

Instagram, que estaba ya exhausto de tantas croquetas con sombrero, burratas y baos con aroma de trufa, ahora reverdece con aguacates en rodajas, pan de centeno y huevos Benedict. Pero conste: lo que se ha mantenido tras la sacudida horaria es la coquetería: estos grupos entran en los cafés de especialidad a comerse una galleta (o un donut vegano) maquillados bajo la mascarilla, con lo mejor de su armario y relucientes. La imagen, a plena luz de la mañana dominical, es una extravagancia más a sumar a la lista de cosas que no esperábamos, como lo de llevar una pala en el coche por si nieva o ponerse guapo para ir al gimnasio.

La vertiente loca del deporte al aire libre también tiene ya un reflejo estadístico rotundo. Strava (una de las aplicaciones de medición atlética más usadas) nos confirma que durante el último año hemos sudado más que nunca: dos millones de deportistas nuevos cada mes se han bajado la app y el incremento global de actividades es de más de un 33%. Pero hay un dato demoledor: el 76% de los maratones los hemos corrido solos. Sin nadie con quien compartirlos. Es 10 veces más que en 2019.

Tardaremos años en saber qué será distinto para esta generación de jóvenes que han descubierto (en su momento de mejor forma física) las mañanas del sábado y el domingo: un espacio tradicionalmente reservado al sueño o la resaca y que ahora es el marco de mayor libertad para el placer.

La pandemia les ha descubierto un horario nuevo, pero también les ha acortado la mirada social al fulminar el disfrute asociado a las multitudes. Quizá por esto Emmanuel Macron ha incluido siempre en sus comparecencias unas disculpas específicas para los jóvenes y Francia se plantea dulcificar las medidas de control social solo para ellos: reequilibrar en favor de los jóvenes una estrategia que desde el comienzo, y por razones obvias, ha privilegiado la protección de los más mayores.

Sin noche, se les ha impuesto un modelo nuevo de relación. De ligar a oscuras y a gritos en un sótano a dar los primeros pasos del amor con un zumo en una terraza balizada. De convivir en cuadrilla durante días a tener que elegir con precisión con quiénes apuran el toque de queda en grupos humanos que apenas dan para jugar un parchís. En 2021 hay que elegir mejor que nunca con quién completamos el aforo estrecho de la amistad.


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