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El poder de convocatoria de Trump ya no es el que era

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Tres días y decenas de oradores después, ni siquiera Donald Trump pudo levantar la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que se vende como “la convención de conservadores más grande e influyente del mundo” y mostró su verdadera y, este año, única función: servir de plataforma a los mensajes airados expresidente, que está en campaña para volver a la Casa Blanca en 2024. Eso no es nuevo; Trump ha dominado la CPAC desde su irrupción en la escena política. La diferencia es que, con el Partido Republicano dividido, su poder de convocatoria ya no es el que era.

El magnate compareció para cerrar la reunión, celebrada desde el jueves en un gigantesco hotel y centro de convenciones en National Harbor (Maryland), al sur de Washington, ante un auditorio a medio llenar. Y eso que era solo era su cuarta aparición pública desde que lanzó su candidatura en noviembre pasado y la segunda ocasión en la que regresaba a la capital después de dejar la Casa Blanca hace algo más de dos años.

Trump saludó esforzadamente al principio de una intervención de una hora y tres cuartos a “los miles de patriotas” convocados por la CPAC, y fue inevitable acordarse del cálculo que hizo de los asistentes a su toma de posesión aquel desangelado día de 2017. Después, se lanzó a una ronda de agradecimientos en la que por un momento pareció que iba a nombrar a todos y cada uno de los presentes. “La gran batalla de nuestro tiempo está en marcha. Llevamos siete años [desde que ganó las elecciones] en una pelea sin cuartel por rescatar a nuestro país”, exclamó a continuación.

“Cuando vienen a por mí, vienen en realidad a por vosotros, pero no os preocupéis, porque yo me mantengo firme en mi camino. Vamos a completar la misión que empezamos hasta la victoria final. Vamos a hacer que que Estados Unidos sea grande de nuevo”, continuó, sin salirse mucho del guion habitual, esa mezcla tan suya de exageraciones sobre sus logros, mentiras, medias verdades, chistes y bravuconadas. Tampoco fue una sorpresa que esas palabras, Make America Great Again en inglés, volvieran a sonar de cierre del discurso.

Hubo para todos sus sospechosos habituales: la izquierda radical, el senador Mitch McConnell, los inmigrantes (“yonquis, asesinos, refugiados”), George Soros, “los matones de Antifa”, el “Departamento de (In)justicia”, los comunistas, los burócratas y los medios tradicionales: “No sé si es que están aterrorizados de decir la verdad, o que son malvados. A veces pienso que es lo primero, tienen miedo”.

Volvió a defender el bulo de que ganó las elecciones de 2020 y cargó contra el FBI, “esa fiscal de Atlanta” y el resto de “los que persiguen a Trump”. “Lo hacen por un solo motivo: cuando volvamos saben acabaremos con sus mentiras, su corrupción y la desinformación que esparcen”.

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Después, repasó las propuestas que dice que llevará a cabo si resulta elegido como 47º presidente: acabará con las “guerras interminables en el extranjero”; creará “un fondo de restitución para los estadounidenses afectados por las políticas discriminatorias de [Joe] Biden”; luchará por los derechos de los padres y por la integridad del deporte femenino; bajará la inflación “muy muy rápido”; resolverá “lo de Rusia y Ucrania”; conseguirá la independencia económica de China en cuatro años; hará responsable a Pekín por liberar el “virus chino” (en referencia al coronavirus); llevará a cabo “la mayor deportación de la historia” y devolverá la libertad de expresión a Estados Unidos, entre otras cosas.

“Soy el único candidato [a la Casa Blanca] que puede prevenir la Tercera Guerra Mundial, así de fácil”, dijo. Y con esa, se acabaron las referencias a sus contricantes en el Partido Republicano por la nominación presidencial: no mencionó al gobernador de Florida Ron DeSantis, el gran ausente de la CPAC y su principal amenaza en las primarias, ni a Nikki Haley, que compareció el viernes y se llevó una ronda de abucheos por su propuesta de exigir test de capacidad a los aspirantes mayores de 75 años (esto es: el propio Trump y Biden).

Jair Bolsonaro, el sábado en la CPAC.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)

La segunda estrella del día fue otro expresidente refractario a la derrota, el brasileño Jair Bolsonaro. Su comparecencia sirvió para demostrar que a veces, muy pocas veces, la derecha estadounidense emplea la palabra “America” para referirse al continente (América) y no al país (Estados Unidos). Una de esas raras ocasiones llegó este sábado en la CPAC.

“En esta tierra, me siento en Brasil, Estados Unidos es la tierra de la libertad, el progreso y el orden”, dijo sobre el escenario a modo de presentación Bolsonaro, que lleva más de dos meses viviendo en Orlando. Allí viajó para evitarse el trago de imponer la banda presidencial y hacer el traspaso de poder a su sucesor y rival, Luiz Inácio Lula da Silva, que ganó las elecciones de noviembre. En Florida también vive lejos de las varias investigaciones abiertas contra él en Brasil; de todas ellas, la más importante es por su papel en el asalto de miles de sus partidarios al Parlamento, la Presidencia y el Supremo de Brasilia el pasado 8 de enero. Unas imágenes que en Washington refrescaron la memoria del ataque al Capitolio.

El público lo recibió en pie. “Doy gracias a Dios por mi segunda vida y por mi primera legislatura. Pero siento que mi misión no ha terminado”, dijo en portugués, que traducía un tipo colocado al fondo mientras el orador caminaba de un lado a otro del escenario.

Presumió de sus orígenes humildes y de su currículo político, exageró los logros de su etapa presidencial y agradeció el apoyo que siempre le brindó Trump. Citó los evangelios y denunció “el populismo, la corrupción y el comunismo”. “En Brasil la propiedad privada está en peligro, y es uno de los pilares de la democracia”, advirtió. También recordó el apuñalamiento que sufrió en 2018, arremetió contra la “ideología de género”, abogó por leyes permisivas con las armas ―”El pueblo, armado, jamás será esclavizado, y un país armado nunca será subyugado”― y sacó pecho por su gestión de la pandemia, pese a que Brasil fue uno de los países del mundo que se llevó la peor parte: “Siempre defendí la libertad. No forcé a nadie a que se vacunara en Brasil”. Esa afirmación desató la mayor ovación. “Ellos decían: ‘ciencia, ciencia, ciencia’. Y yo: ‘libertad, libertad, libertad”.

Acompañó su presentación de imágenes de mítines multitudinarios de la campaña que perdió ante Lula. Aseguró que percibió mucho más apoyo en esas elecciones que en las de 2018, lo que le sirvió para deslizar la insidia de que hubo fraude electoral. “No entiendo por qué los números mostraron lo contrario”, añadió para regocijo del público.

Tras su intervención, siguió abierta la pregunta de cuando tiene intención de regresar a su país. A principios febrero dijo que sucedería “en las próximas semanas”, término ciertamente impreciso. Sobre el escenario de la CPAC no dio más detalles sobre sus planes como turista en Estados Unidos. Después, en los pasillos de la convención, se paró con una muchedumbre formada por fans y periodistas: “Voy a volver en breve para intentar regresar a la normalidad, hacer política y estar más cerca de mi familia”, afirmó.

Tampoco habló del escándalo con el que se desayunó este sábado Brasil. Tres días antes del final de su presidencia, Bolsonaro hizo un último uso de sus privilegios para sacar de aduanas un collar de diamantes, unos pendientes y un reloj, valorados en tres millones de euros. El regalo, un obsequio de las autoridades saudíes, se lo trajo a la esposa del expresidente uno de sus ministros, al que le fueron requisados en el aeropuerto internacional de São Paulo al intentar introducirlas en Brasil sin declarar. “Estoy siendo crucificado por un regalo que no recibí”, se excusó ante la prensa en la CPAC. También dijo que no tenía dinero para pagar los impuestos, “ocho millones de reales [1,44 millones de dólares]”, que le costaría desempeñar esas joyas.

Eduardo Verástegui y Eduardo Bolsonaro, el sábado en la CPAC.Al Drago (Bloomberg)

Un par de horas antes, había sido el turno de su hijo, Eduardo Bolsonaro, que compartió panel con el actor y productor mexicano Eduardo Verástegui, activista contra el aborto y fundador del Movimiento Viva México. La mesa se titulaba: La amenaza roja llega a América (el continente). “El socialismo se está expandiendo como un fuego sin control. Estaba en las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y ahora está también en México, Chile o Colombia”, dijo Verástegui. La moderadora pidió a Bolsonaro Jr. que definiera al presidente Lula da Silva: “Es uno de los comunistas más peligrosos del mundo, fundador del Foro de São Paulo [reunión de la izquierda latinoamericana]. Ahí se ven e intercambian de ideas”, respondió. Ambos coincidieron que muchas de esas ideas vienen de Estados Unidos, como la “promoción de la agenda woke” o el “marxismo cultural”.

La familia Bolsonaro jugaba en casa. Lo recordó en una conversación con este periódico el magnate de las almohadas Mike Lindell, una de las voces que más alto se escuchan en la ultraderecha estadounidense, embarcado en una cruzada contra el “crimen electoral”. Del mismo modo que muchos de los asistentes a la CPAC siguen creyendo, pese a las pruebas en contra, que Trump ganó las elecciones de 2020, para ellos, Bolsonaro sigue el presidente legítimo de Brasil: “A él también le robaron, lo sabe, ¿verdad? Es un gran presidente. Necesita que su voz sea escuchada. Los estadounidenses tienen la obligación de hacerlo, para tomar nota. Mire lo que sucedió allí. En un abrir y cerrar de ojos puedes perder tu país en las garras de esas máquinas de votación electrónica”, añadió.

Durante el resto de la jornada, el público pudo darse una vuelta por el magaverso y escuchar las mismas consignas que venían repitiéndose desde el jueves en un evento que, si alguna vez lo fue, ya no es un debate de ideas. Esta vez, los altavoces los pusieron congresistas amantes de las armas (Lauren Boebert), representantes del ala más extrema de los republicanos (Elise Stefanik) y demócratas conversas como Tulsi Gabbard, que arremetió contra Hillary Clinton y contra el “wokismo cobarde” de su antiguo partido.


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