El quejío de los tablaos flamencos

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A la inacabable lista de víctimas del coronavirus se suma desde este viernes Casa Patas, probablemente el tablao con más prestigio y leyenda en las calles de Madrid. El emblemático templo flamenco y su restaurante anexo no llegarán a levantar el cierre que echaron el pasado 13 de marzo, después de que su propietario, Martín Guerrero, haya llegado a la conclusión de la “inviabilidad económica” del establecimiento tras el zarpazo terrible de la covid-19 sobre el turismo en la ciudad. Sobrevive esforzadamente la Fundación Conservatorio Flamenco Casa Patas, que prevé reabrir sus puertas a partir de la fase 2 (si todo va bien, el lunes 8 de junio) para retomar las clases de sus cerca de dos centenares de alumnos, entre baile flamenco, guitarra, cante y cajón.Estamos al borde del concurso de acreedores y eso sería una catástrofe mayor para todos. Lo mejor es un cierre ordenado, garantizando los derechos de los trabajadores y conservando el local y el prestigioMartín GuerreroLa noticia circulaba a modo de runrún en los mentideros del cante jondo desde principios de la semana, pero no se hizo oficial hasta la tarde del viernes. “No es un posible cierre. Lamentablemente, es la pura realidad”, suspiraba la directora de la Fundación, Begoña Fernández, de guardia en las instalaciones de la calle de Cañizares, en el eternamente flamenco barrio de Lavapiés. La centralita era un hervidero de llamadas de aficionados y clientes habituales, entre incrédulos y desolados, por no hablar de las 26 familias que se quedan sin sustento con esta desaparición.Hasta las tres cuartas partes de las reservas en Casa Patas eran de público extranjeroMartín Guerrero, madrileño de 46 años e hijo del fundador de Casa Patas, Enrique Guerrero, llegaba a última hora al local para confirmar que el cierre es una decisión irreversible. “Estamos al borde del concurso de acreedores y eso sería una catástrofe mayor para todos. Lo mejor es un cierre ordenado, garantizando los derechos de los trabajadores y conservando el local y el prestigio. Ahora mismo toca sacar fuerzas de flaqueza y aguantar el tirón, que es muy duro, hasta que la situación se revierta”.Casa Patas se nutría sobremanera del público extranjero, que copaba hasta las tres cuartas partes de las reservas. Es una referencia ineludible en todas las guías turísticas de la ciudad, casi siempre en términos muy elogiosos. A modo de punto de inflexión, The New York Times certificó ya en el año 2000 que era “el único destino” para el auténtico aficionado al flamenco, a diferencia de otros tablaos “con espectáculos de medio pelo a cargo de aburridos artistas del entretenimiento”. Esa prevalencia del visitante foráneo permitió a este local lidiar con cierta entereza ante la crisis de 2008, pero la merma de ingresos pronosticada para el momento actual era superior al 80 por ciento. “Reabrir sería un suicidio. Una debacle. Nadar a contracorriente para acabar ahogándonos”, en resumen de Guerrero.Casa Patas nació como taberna en 1984 y estableció una programación estable de flamenco a partir de 1988. A lo largo de estas 32 temporadas, con espectáculos la práctica totalidad de días, contrataba a entre 300 y 400 artistas al año. En la semana negra del lunes 9 de marzo, cuando todo se torció para siempre, la bailaora La Truco era quien encabezaba el cartel, con El Truco (su hijo) y Pepa Carrasco como principales acompañantes. El viernes 13 se bajó la persiana con el deseo de “volver a recibiros pronto con los brazos flamencos abiertos”.Ese abrazo no se producirá ya. O no en una larga temporada, porque Martín sí sueña con una reapertura “cuando se restablezcan las circunstancias”. ¿Cuáles? “Un regreso significativo a la movilidad internacional. Si España venía recibiendo 84 millones de turistas, necesitaríamos recuperar entre un 60 y 70 por ciento para contemplar la viabilidad de un negocio como este”.Al menos, sí regresarán a las aulas del piso superior los cerca de 140 alumnos de baile, 30 de guitarra, 15 de cante jondo y cuatro de cajón y percusión flamenca. Ellos se quedan por ahora como legatarios de ese peculiarísimo ambiente de Casa Patas, siempre propenso a la chispa, a la magia. O, en términos más específicos, al duende. Desde la calle se accedía al restaurante, de extensa barra de madera, a la vieja usanza, y paredes abigarradas de decoración flamenca y fotografías de valor casi museístico. Al fondo, bien aislado detrás de un muro, llegábamos al tablao, por el que han pasado todos los grandes de estas tres últimas décadas, incluidos aquellos artistas más iconoclastas y menos sujetos al dictado de la ortodoxia. Era casi tan ameno prestar atención al escenario como a las mesas, donde no era raro encontrarse con caras conocidas (Sabina, que vive a un paso, lo frecuentó con especial ardor en sus buenos tiempos). Y ello, por no hablar del sin fin de presentaciones, tertulias y demás saraos.


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